Las fallas y el patrimonio mundial: ¿una protección innecesaria?

Se ha abierto, finalmente, el debate para proponer las fallas como patrimonio mundial, por parte de la UNESCO. Vamos a tratar de comprender qué es todo esto del patrimonio mundial, para qué sirve, y si nos vale (o no) para las fallas.
Antes, un poco de historia. La UNESCO es la organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura. Hace años, en 1972, se firmó la Convención del Patrimonio Mundial, que pretendía sobre todo proteger aquellos monumentos de interés para todas las naciones, y que sobre todo estaban en peligro. Es curioso que la gente solemos decir “Patrimonio del la Humanidad”, aunque formalmente se trata de Patrimonio Mundial, es decir aquellos bienes que deben ser compartidos, especialmente aquellos que se encuentran en peligro.
Este Patrimonio Mundial comenzó protegiendo monumentos, lo mismo que ocurrió con todas las leyes de patrimonio que hemos tenido en España, tanto a nivel global como autonómico. Luego se dieron cuenta que el patrimonio mundial debía proteger también el Patrimonio Natural, y también se incluyeron los llamados Sitios Naturales en la Lista del Patrimonio Mundial.
Pero esta declaración de monumentos incluidos en la Lista no siempre sirvió de mucho: ahora mismo recuerda la propia UNESCO la trágica destrucción, hace diez años, de las estatuas gigantes de Buda que se encontraban en Bamiyán (Afganistán) y que la ignorancia violenta de unos fanáticos redujo a escombros. La numerosa Lista se divide, en la actualidad, en Bienes Culturales, Bienes Naturales y Bienes Mixtos, incidiendo especialmente en aquellos Sitios en Peligro. En la actualidad ya hay 1349 inscritos (entre los que se encuentra la Lonja de Valencia, el Palmeral de Elx, el Arte Rupestre del Arco Mediterráneo).
El proceso es nacional, es decir una comunidad autónoma, un gobierno regional, no pueden pedir su inscripción a la UNESCO sino que tiene que ser el Estado el que lo solicite. En nuestro caso, se llega a un acuerdo entre las Comunidades Autónomas y el Ministerio de Cultura, para consensuar cada año la relación de nuevas peticiones.
Pero en 2003 se llegó a la conclusión que una parte importante del patrimonio quedaba fuera, aquello que primeramente se denominó “patrimonio intangible” y que ahora se se incluye y define en la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial. Este patrimonio se refiere a “tradiciones o expresiones vivas heredadas de nuestros antepasados y transmitidas a nuestros descendientes, como tradiciones orales, artes del espectáculo, usos sociales, rituales, actos festivos, conocimientos y prácticas relativos a la naturales y el universo, y saberes y técnicas vinculados a la artesanía tradicional. Entre 2001 y 2005, mientras se aprobaba la Convención, se realizó la “Proclamación de las Obras Maestras del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad”, incluyéndose, en una lista cerrada, 90 elementos entre los que se encuentra el Misteri d'Elx (proclamado en 2001).
Tras la aprobación de la Convención se crearon las “Listas del Patrimonio Inmaterial” que siguen reuniendo los elementos del patrimonio cultural inmaterial que las comunidades y los Estados Partes consideran que necesitan medidas de salvaguardia urgentes para asegurar su trasmisión. Así, en 2009 se añadieron los “Tribunales de regantes del Mediterráneo español: el Consejo de Hombres Buenos de la Huerta de Murcia y el Tribunal de las Aguas de la Huerta de Valencia”.
La lista de Patrimonio Inmaterial no es exclusivamente, como fue en el principio, un elemento de prestigio y reconocimiento universal, que también lo es, sino una herramienta de gestión de patrimonio inmaterial en peligro de desaparición.
Ciertamente, la inclusión del Misteri d'Elx sirvió, en la primera concepción del Patrimonio Inmaterial, para dar a conocer al mundo, para aumentar el prestigio, de un hecho patrimonial reconocido incluso por el Gobierno de la República en diciembre de 1931. Pero la nueva concepción de la UNESCO es la inclusión en la lista para su protección, especialmente en casos de peligro del patrimonio inmaterial.
Antes de llegar a unas conclusiones recordemos que el valor patrimonial es un valor añadido, si se me permite una mirada nueva que sirve para reconocer los valores comunitarios de un bien mueble, inmueble o inmaterial. A menudo, esta declaración es en sí una protección, pues sirve para mimar, divulgar y reutilizar unos elementos que ahora forman parte del acerbo común. Porque, no olvidemos, “patrimonio es aquello que tiene un valor compartido para una comunidad”; por tanto la declaración de un elemento como patrimonial sirve o puede servir también para su reconocimiento como hecho patrimonial y su posterior protección.
Es cierto igualmente que nuestra Llei del Patrimoni Cultural Valencià fue pionera en reconocer y proteger el patrimonio inmaterial, y que a nuestros efectos, la declaración de un elemento como Bien de Interés Cultural de Carácter Inmaterial supone, en cierto modo, un aumento de prestigio. Como decíamos antes, y valga el ejemplo del primer BIC Inmaterial de la Comunitat Valenciana, la declaración de Betlem de Tirisiti de Alcoi sirvió para conocer, reconocer y proteger un elemento patrimonial que, en el momento de su declaración presentaba muy graves problemas de conservación. Sin embargo, tras la declaración, el Betlem goza de tan buena salud que es un modelo de gestión y desarrollo del hecho inmaterial.
Ahora bien, ni las fallas están en peligro ni necesitan ser reconocidas. Ciertamente es un fenómeno patrimonial extraordinario, apasionante, ejemplo de modernidad (pues difícilmente hay otra ciudad de las dimensiones de València que sea capaz de convertir todo su término municipal, durante una semana, en un territorio festivo). Pero las fallas tienen de todo menos peligro de extinción y falta de reconocimiento.
Incluso la declaración de las fallas como Bien de Interés Cultural de Carácter Inmaterial podría suponer, con la ley en la mano, unas limitaciones a su desarrollo, que podrían desvirtuar la vida apasionada que hay en ellas.
Posiblemente lo razonable sea dejar las fallas vivir, y dejarse llevar por ellas. Y dirigir todos los esfuerzos a proteger otros bienes inmateriales, como las técnicas de construcción tradicionales, que lo necesitan mucho más que las efímeras – y siempre vivas – fallas.


Francesc LLOP i BAYO
Antropólogo y campanero
El Mundo (10-03-2010)
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