LUMBRERAS, Daniel - Estampas del asedio de Oviedo

Estampas del asedio de Oviedo

«Los voluntarios tenían un gaitero y un tamborilero que salían a la calle a animar a la gente en medio del bombardeo», relata

El historiador Artemio Mortera desgrana cómo fue la guerra civil en la ciudad

El 19 de julio de 1936, en medio de una Asturias republicana, el gobernador militar, coronel Antonio Aranda, se hizo con el control de Oviedo y se unió a la sublevación militar. Se inició así un asedio a la plaza rebelde por parte de las fuerzas gubernamentales que duró hasta el 17 de octubre, cuando tropas franquistas procedentes de Galicia rompieron el cerco. Esos tres meses en imágenes fueron los que comentó ayer el historiador militar Artemio Mortera en una charla en la Delegación del Ministerio de Defensa, con el fin de «dar a conocer las nuevas generaciones lo que fue la guerra en Oviedo».

En esas instantáneas se apreciaba la destrucción de zonas como San Lázaro o la calle Pelayo, el teatro Campoamor y la plaza de abastos quedaron destrozados. En la calle Uría, que tampoco se libró de los destrozos, Mortera explicó que «algunos particulares trataban de proteger sus locales con tablones». Una de las fotografías muestra la ubicación de un célebre establecimiento: «El objetivo de las milicias era entrar y tomar un café en el Peñalba».

La Catedral recibió más de 160 impactos de cañón y perdió el reloj en el sitio de Oviedo

Otro templo muy castigado fue la Catedral, que recibió más de 160 impactos directos de cañón: «Uno de los primeros fue a dar en el reloj». Muchos edificios sucumbieron, la fisonomía de la ciudad cambió, Oviedo «perdió tres mil de un total de cinco mil caseríos».

Las imágenes recuerdan, además de muerte y destrucción, a los protagonistas de aquel enfrentamiento fratricida. Militares peninsulares y marroquíes, gente de a pie, monjas, guardias civiles -«el sector mayoritario en la Defensa de Oviedo»- o voluntarios falangistas, a veces «bien acompañados».

Entre tanta barbarie, también hubo anécdotas con sabor alegre: los voluntarios civiles, que ayudaban en la retaguardia para no restar soldados del frente, contaban con «un gaitero y un tamborilero que en medio del bombardeo salían a la calle a animar a la gente». Y al final del asedio, cuando ya solo quedaban quinientos hombres y los heridos salían del hospital para combatir, un soldado gallego con fiebre lo hizo con dos condiciones: una, dos copas de coñac; otra, que le sirviese la ametralladora «el catedrático», por Juan Uría.

El historiador también exhibió algunas fotografías del 'pasillo' que permitía a los rebeldes salir de Oviedo hasta Grado de noche y los camiones blindados de la Hispano Suiza de los franquistas gallegos, ya en el cuartel del Milán. Llevaban grabado un centollo debido a una frase despectiva del socialista Indalecio Prieto, quien aseguró que el Gobierno eliminaría a los facciosos como quien se come este marisco.

Mortera, nacido en Mieres en 1943, pero crecido en Oviedo, aún pudo conocer muchos escenarios de la ciudad por reconstruir cuando entró, con diez años, al colegio de los Dominicos, «una zona muy castigada». «Al otro lado de la plaza había una casa a la que le faltaba toda la fachada menos el bajo, en el que había un bar al que íbamos a comprar golosinas. Detrás del colegio había un nido de ametralladoras y murió un señor del barrio por manipular un proyectil de artillería», relató.

LUMBRERAS, Daniel

El Comercio (01-07-2017)

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