TOBAJAS y GALLEGO, Francisco - Algunas historias sobre torres y campanas

Algunas historias sobre torres y campanas

Defensivas

La primera y principal función de las torres fue la de servir de defensa. Y sobre ellas, fueran civiles o religiosas, se dispusieron las campanas, que avisaban, convocaban, alertaban e informaban a los vecinos.
Muchas de estas torres han dado nombre a un pueblo o a un lugar. La tradición asegura que la torre de Torrelacárcel sirvió de prisión.
Torremocha de Jiloca debe su nombre a la poca altura de la torre.
Torrelapaja nos señala el cultivo dominante en sus contornos.
Según la tradición la iglesia de Torrehermosa se levantó sobre la casa de San Pascual Bailón, su Patrón.
Torralba de Ribota debe su nombre a un torreón de piedra blanca del viejo recinto amurallado.
En El Frasno la torre no está adosada a la iglesia, más moderna, pues la vieja fábrica la destruyó un rayo en 1840 y sólo quedó en pie la torre.
Durante la guerra civil y en caso de alarma, los escolares que estudiaban con los maristas se refugiaban en la vecina torre de la colegiata de Santa María de Calatayud, por ser un lugar seguro.

Las torres de Zaragoza también sirvieron de refugio.

Baldomero Mediano y Ruiz (Paracuellos de la Ribera, 1847-id.1893) es el autor de La floresta de la infancia, una colección de cuentos morales, leyendas, poesías, fábulas y lecturas útiles y recreativas. En este libro se encuentra una leyenda titulada El castellano de Pradós, sucedida en Torralba, que el autor recogió de labios de un paisano. Una vez reconquistado Calatayud, el rey Alfonso I agradeció los servicios de un escudero, Urián de Pradós, a quien armó caballero y confió un castillo, situado en un cerro a dos leguas de Calatayud hacia el nordeste. Cuando los castellanos rindieron Calatayud, Pedro I el cruel mandó tomar todas las fortalezas próximas. El capitán Álvaro Gutier de la Vega, con 300 infantes y 100 caballeros, quiso tomar por las armas este castillo que entonces defendía Germán de Pradós. Pero como los sitiados resistían, una noche los castellanos prepararon unos haces de leña seca, a los que prendieron fuego alrededor de la muralla del castillo. Cuando los castellanos penetraron en el castillo, hallaron a todos sus pobladores sin vida. Junto a la puerta de entrada había un hombre calcinado, que retenía entre sus manos las llaves aún candentes del castillo y su espada. Era de Germán de Pradós. El rey Pedro el Ceremonioso mandó reedificar el castillo a su costa y añadió al escudo de esta familia un cuartel que lucía una llave de plata en campo rojo.
Entre las iglesias mudéjares destacan las iglesias fortaleza, como las de Torralba de Ribota o Tobed, de carácter defensivo. Las capillas se disponen entre unas torres-contrafuerte, por las que se llega a una galería que recorre todo el perímetro del edificio. Estas torres no tienen iluminación, pero los defensores, en caso de alarma, las subirían a oscuras a toda prisa, sabiendo que los peldaños siguen un orden de tres y vuelta.
En el escudo de Daroca, seis ocas sustituyeron a cinco lirios. La tradición cuenta que tras la toma de la ciudad por Alfonso I el Batallador, los musulmanes quisieron recobrarla de nuevo con un gran ejército, que llegó una noche ante sus murallas. Los centinelas dormían confiados en las almenas, cuando unas ocas en vuelo despertaron a los soldados con sus graznidos, que pudieron dar la voz de alarma, salvando a Daroca de caer en manos musulmanas.

Peligrosas

San Babil o San Babilas, patriarca de Antioquía y mártir, tiene en Illueca una ermita, no lejos del castillo donde nació Pedro de Luna, Benedicto XIII. La ermita es muy visitada para pisar una baldosa que, según el sentir popular, proporciona felices augurios. Los de Illueca aseguran con cierta ironía que si se muere Dios, cosa poco probable, San Babilico es Dios. El 24 de enero el pueblo festeja al santo con procesión. Es la que cuenta Juan Blas y Ubide en su cuento El milagro de Albudea, o sea, de Illueca. Pues bien, la procesión regresa a la iglesia, mientras las campanas repican. A esto, el badajo de una de ellas se desprende y cae sobre la plazoleta llena de gente. La confusión cunde entre los presentes y hasta los más airados echan la culpa al santo. Pero los vecinos descubren que el hombre muerto es un pastor de un pueblo vecino. Enseguida el alcalde manda pregonar lo sucedido y tra él un aplauso y un clamor general recorren la villa. ¨¡Milagro! ¡Milagro! ¡s´ha caído el badajo y ha matau un forastero! ¡Milagro! ¡Milagro!¨.
Igual suerte corrió el mozo Tiburcio Sebastián, natural de Cosuenda. En la misma fachada de la iglesia, una placa de cerámica, apedreada por los mozos del pueblo con mejor puntería, recuerda aquel infausto día de San Miguel. Tiburcio murió el 29 de septiembre de 1858, de desgracia de campana.
La mala suerte acompañó también al mancebo de 28 años José Gil, que era mayoral del ganado de Don Diego Muñoz de Pamplona, de Saviñán, pues el 15 de febrero de 1681 le cayó ¨un paretón¨ de la torre de Santa María, muriendo al día siguiente, dejando por su alma las soldadas que le debían, que sumaban algo más de 9 libras. Se enterró en la iglesia de San Pedro, quizá por voluntad de su amo.
En la torre de San Pablo de Zaragoza hay una inscripción que dice: ¨El día tres de febrero del año 1871, falleció el campanero Mariano Botaya¨, que quizá tocara para San Blas.

Rayos y centellas

Ramón y Cajal cuenta en su libro dedicado a sus recuerdos infantiles, que un sábado por la tarde, cuando los escolares de Valpalmas rezaban en la escuela con la maestra, un rayo cayó en la torre hiriendo de muerte al párroco, que murió a los pocos días. El cura había subido al campanario para ahuyentar a la tormenta con el toque de campanas. El rayo entró luego a la escuela por una ventana, rompiendo el techo y provocando la estampida de los escolares. Ramón y Cajal relata que el rayo pasó por detrás de la maestra y desapareció en el suelo, dejando un gran boquete.

El 7 de abril de 1850, domingo de Quasimodo, el clero de La Seo realizaba con los fieles la procesión de los Comulgares, a primera hora de la mañana. Entonces una tormenta produjo una centella que cayó en la veleta de la torre y, bajando por su interior, mató al campanero que estaba repicando, mientras la procesión recorría las calles de la parroquia. También causó graves desperfectos en el reloj. Este reloj de la torre, al que se daba cuerda una vez a la semana, y el otro situado en una habitación sobre la sacristía mayor, al que se le daba cuerda diariamente, estaban al cargo del último campanero y silenciero de La Seo, el soriano Felipe Gómez, que se jubiló en 1968. Vivía con su familia en unas habitaciones sobre la parroquieta de San Miguel, a las que se accedía a través de la puerta de la torre, desde la plaza.

El último campanero del Pilar fue Simeón Millán, que murió en 1965, dos años más tarde de la primera electrificación de las campanas. Era oriundo de Nombrevilla.

Prodigiosas

Cuenta el prior del Santo Sepulcro de Calatayud, Miguel Monterde, que en el santuario de Nuestra Señora de la Sierra de Villarroya, tocaron espontáneamente una campanilla próxima al altar en 1502 y 1639, y una campana de la torre en 1571 y 1591, hechos que habían recogido Blasco de Lanuza, el doctor Andrés y Dormer. El carmelita Fr. Roque Alberto Faci recuerda que la campana de la torre tocó por sí sola dos veces: el 9 de enero de 1571, vaticinando la victoria de Lepanto, y el 31 de julio de 1591, siendo testigos mosén Pedro Ximénez y Pedro Millán, avisando de la entrada del ejército real a Zaragoza. La campanilla del altar tocó ante numerosas personas el 18 de septiembre de 1639, a eso de las diez de la noche, tocando a la misma hora del día siguiente.

La campana de Alcubierre tocó sola en 1863, la de la colegiata de Alquézar lo hacía al morir una persona que había amado contra la ley de Dios y la de la ermita de San Nicolás de Velilla, ya flotaba en el mar con velas encendidas, antes de subir Ebro arriba hasta Velilla.

Los mozos que se iban a la guerra de África cosían a sus ropas algún fragmento arrancado a la campana, como signo de protección. La campana tañía sola, anunciando hechos luctuosos, como las muertes de Pedro Arbués o de Fernando el Católico. Otro tanto ocurría con las ¨mazadas de San Beturián¨, o golpes que se oían en el arca del santo. Si era un golpe o mazada iba a morir un monje, si eran dos, morirían dos monjes o quizá el abad. Las reliquias e imágenes de San Pascual Bailón también avisan. Los golpes grandes son presagio de calamidades, los pequeños de acontecimientos felices. El cimbalico del monasterio de Sijena, fundido con una de las treinta monedas de judas, cambiaba de color cuando iba a morir una monja.

El padre Faci señala que Pedro Arbués se le apareció varias veces al vicario de Aguilón, mosén Blasco Gálvez, que había sido su criado. Hecho que habían recogido Vicencio Blasco de Lanuza, Diego García de Transmiera y el mercedario Fr. Juan Gracián y Salvarte, sobrino del jesuita y escritor Baltasar Gracián. Arbués se le apareció al vicario cuando iba a tocar las campanas para maitines, con el encargo que informara a Alonso de Aragón, para que a su vez escribiera al rey Fernando el Católico, para que continuara con la conquista de Granada y para que fomentase el Santo Oficio. Asimismo informó a mosén Blasco que todos sus asesinos estaban en el infierno, menos uno, que había muerto con gran dolor de sus pecados. Le advirtió que vendrían tiempos de pestes, pero que todo aquel que se arrodillara e hiciera la señal de la cruz en su sepultura, no la sufriría. Le reveló que tendría capilla propia en la Seo y le curó de una enfermedad que padecía.

La campana horaria o mayor de la Torre Nueva, fundida por el leridano Jaime Ferrer, había sido costeada con los fondos procedentes de los bienes que habían pertenecido a los asesinos de Pedro Arbués. Pedro Isábal fue desterrado de Aragón por el Santo Oficio, al comentar haber visto al fantasma de la Torre Nueva con túnica blanca. Esta aparición convertía en maleficio todos los pensamientos de Isábal, cuando coincidían con el tañido de las campanas de la torre. Tanto la campana horaria como la de los cuartos, ambas de 1508, fueron trasladadas a una de las torres del Pilar en 1896, tras la demolición de la Torre nueva, que comenzó en 1892.

En el número del 30 de abril de 1893 de la España Ilustrada, que dirigía Anselmo Gascón de Gotor, se publicaron varios trabajos referidos a la Torre Nueva. Anselmo hablaba de turrófilos y turricidas. Entre los primeros estaban los hermanos Gascón de Gotor, Desiderio de la Escosura, Luis Royo Villanova, Marceliano Isábal y Moneva y Puyol, que escribía entonces: ¨¡ Dios mío! Tanto destruir...¡Y tan poco edificar!¨.

El prior del santuario de la Virgen de la Peña de Calatayud y vicario general, juan Betrian y Pujadas, oriundo de Morata de Jiloca, escribía que los cristianos habían escondido a esta Virgen bajo una campana, durante la persecución de Diocleciano. Años más tarde se vió un globo de luz en forma de estrella que señalaba donde estaba oculta. Al cavar dieron con la Virgen bajo esta campana, que hacía raros milagros colocada en la torre de la iglesia.

De la campana Santa Ana del Pilar se decía que era mora y que se habían utilizado en su fundición oro y plata. La Valera de La Seo, de casi tres mil kilos de peso, servía de comparación siempre que se quería ponderar una gran mentira. El badajo de la campana de la ermita de Santa Quiteria de Usera, puesto al fuego, servía para marcar en la cabeza a los perros, que de esta manera ya no se ponían rabiosos.

Inclinadas

Lo son la de de San Juan de los Panetes de Zaragoza, la de Alagón, Alcañiz, Ateca, Pradilla, San Pedro de los Francos de Calatayud y San Martín de Teruel. A la de San Pedro de los Francos se le desmochó en 1840 el cuerpo de campanas del siglo XIV, con motivo de la visita a Calatayud de la reina Isabel II, que se alojó en el vecino palacio del Barón de Warsage, pues la inclinación de la torre hacía peligrar la integridad de la familia real. En lo alto de la Torre Nueva, Labaña inició el 8 de noviembre de 1610 las anotaciones de su Itinerario, que serviría para dibujar el primer mapa de Aragón. Mor de Fuentes asegura en su Bosquejillo que sirvió de Atalaya durante los Sitios. También fue muy útil en las Guerras Carlistas. Gustavo Doré realizó un grabado de esta torre, cuya inclinación no corresponde con la realidad, que reproduce el libro de 1874 España, del Baron Davillier, y el Diccionario de Madoz. A un lado de la torre aparece la cúpula de la desaparecida iglesia octogonal del Temple, dedicada a Nuestra Señora del Temple. El último comendador templario de Zaragoza capital fue Fr. Ramón oliver, que tras la desaparición de la orden, por la bula de Clemente V de 1312, siguió viviendo con sus compañeros que no quisieron integrarse en otra orden. La orden de San Juan, habitualmente enfrentada a la del Temple y heredera de sus bienes en Zaragoza, le concedió una pensión vitalicia de 3000 sueldos barceloneses. Tenía derecho a escudero y a disponer libremente de bienes y dinero.

Mariano Baselga traslada a Villanueva un hecho narrado ya en el Pedro Saputo, que se atribuye a Almudébar. Se trata de la balsa de la culada. La torre del pueblo se había inclinado a consecuencia de un rayo. Unos falsos técnicos aconsejan para enderezarla que todo el pueblo tire de una cuerda atada a la torre. Intencionadamente la cuerda se rompe, provocando la caída de todos los vecinos y el considerable boquete, que se convierte en balsa por el agua que allí mismo mana.

Protectoras

Pedro Sánchez Ciruelo, en su libro Reprobación de las supersticiones y hechicerías, de 1539, consideraba que las tempestades eran cosa natural y no cosa de ángeles ni demonios. En caso de malos nublados, recomendaba tañer las campanas mayores de las iglesias y tirar al cielo tiros de artillería. El cura congregaría en la iglesia a todos los vecinos, provistos de candelas encendidas. El misal se pondría abierto por el Teigitur y se abriría el tabernáculo entre velas, hachas y el cirio pascual, con todas las reliquias de los santos alrededor. Se cantarían los salmos, se dirían los cuatro evangelios y la letanía de los santos, con procesión por la iglesia. El maestro Ciruelo aconsejaba que desde abril a junio, los curas subieran al campanario para bendecir los términos y no para hacer conjuros. Las gentes para ahuyentar las tormentas, tiraban contra el cielo piedras que habían cogido a la salida de los oficios de Semana Santa, en el mismo itinerario de la procesión. El ramo de olivo bendecido protegía las heredades. En el Pilar de Zaragoza se sacaba a la puerta la imagen de Santa Ana, en Tobed el cuadro de la Virgen y el Niño, regalo de Martín I, en Saviñán la Vera Cruz, en Ateca la Virgen de la Peana, y en Muel la Virgen de la Fuente. En la iglesia de San Miguel de Graus se exponía el crucifijo de San Vicente Ferrer, que vaticinó que la peste nunca entraría en la villa. En la ermita de Nuestra Señora del Campo Alavés de Torrijo de la Cañada, se había fundado una capellanía patrimonial. el capellán debía estar en la ermita desde el 14 de mayo al 14 de septiembre, para decir misas y cuidar del conjuro contra las tempestades de verano, ya que el verano duraba de Cruz de Mayo a Cruz de Septiembre. Durante este tiempo tocaba a las diez de la noche la campana de los perdidos de San Miguel de los Navarros de Zaragoza. De septiembre a mayo lo hacía a las nueve. Y es que en el frío invierno de 1529 habían muerto cerca de la ciudad dos mujeres, que se habían perdido. Desde entonces se decidió colocar en la torre un faro que guiara a los caminantes, pero en una ocasión un vendaval se llevó por delante esta enorme linterna. Desde entonces lleva tocando la campana de los perdidos.

Heraldos

En el arruinado castillo del Reloj bilbilitano se encuentra el Reloj Tonto, campana que regaló Pedro IV a la ciudad en 1366, en recompensa a su heroismo en la Guera de los dos Pedros, junto con el título de ciudad. El reloj tonto anuncia las fiestas y antaño los alumbramientos reales, que los diarios locales y republicanos relacionaban, con razón, con nuevos impuestos.
En la Consueta de La Seo, escrita por varias manos a lo largo de tres siglos, aunque el cuerpo principal es del siglo XVII, se dice: A los muertos de Cavildo si es al Pontifice, Rey, al Ilustrísimo Arzobispo o capitulares, o personas Reales, se comienza a vandear la campana Valera, Vicenta y Lorenza, y se tañe gran rato, después se deja caer la Valera, y la tocan a golpes. Y sigue: A los difuntos ordinarios las cinco campanas menores y si es pobre las tres menores. A los niños se les tañen dos campanas menores repicando. Era el toque de mortijuelo.

Las Ordinaciones de la cofradía de San Roque de Saviñán de 1922 dicen que a la muerte de algún cofrade se darían seis campanadas, tras finalizar el toque de difuntos. Desde el Jueves Santo hasta el Sábado Santo los campaneros mataban a las campanas, colocándolas horizontales. Se sustituían por matracas.

El párroco de Paracuellos de la Ribera dejó escrita en 1742 una triste historia que aconteció en el castillo del lugar. Elvira de Heredia, de Paracuellos, estaba prometida a Luis de Montes, un joven bilbilitano. El mismo día de su boda, el caballero parte a la toma de Granada, siendo hecho prisionero cerca de Loja. Tras doce años de prisión, el caballero regresa a su tierra, aunque todos le habían dado por muerto. Al llegar a Paracuellos oye el toque de agonía, pero aún llega a abrazar a su esposa, que muere al instante. La torre del castillo existió hasta 1813, en que fue desmochada por peligro de hundimiento.

TOBAJAS y GALLEGO, Francisco
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