BERDEJO CASAÑAL - Toca, toca, campanero

Toca, toca, campanero


El tío Simeón MILLÁN, famoso campanero de El Pilar

Es primavera, es Abril,
luce el sol de la mañana;
en la ermita, la campana
repica en el campanil.
Repica, campana aprisa,
que se oigan lejos tus sones,
que haya un repique de risa
en todos los corazones.’
(De un poeta aragonés contemporáneo, nacido en Utebo).

PARA quien vive atento a todas las palpitaciones que la vida nos ofrece, la música de las campanas tiene un atractivo especial, atractivo que apreciamos no sólo por la simpatía de su sonido, sino por los distintos matices que éste nos ofrece, Las campanas nos hablan con su lenguaje característico, y tienen alma j, espíritu, y representan un papel importante en la vida de los pueblos. ¿Qué seña de los habitantes de una aldea escondida entre montanas, con su vida sencilla y monótona, si no se alzara entre sus casitas humildes la torre de la iglesia, grácil y esbelta, con sus campanas que entonan el ángelus o invitan al Santo Sacrificio? El sonido de las campanas en estos lugares Ignorados es como un grito de sana alegría que despierta al alma de su inconsciencia, un descanso para el pensamiento, una ráfaga de optimismo en medio del vivir siempre igual que domina en las aldeas. El repicar de las campanas de la iglesia, advertido desde los campos donde el campesino trabaja su tierra, ennoblece el ambiente y lo impregna de poesía, poesía que la sensibilidad del labrador aprecia a su manera, y aquel sonido es para él como un antiguo amigo que le saluda, y aun sin pretenderlo, suena en su alma como la voz de Dios que le advierte su presencia y le recuerda su promesa del premio eterno si llega limpio al momento supremo.
Si; las campanas tienen alma y espíritu. Sus sonidos nos impresionan de distinta manera según el lugar desde donde se escuchan. En el tráfago de la vida ciudadana, con sus ruidos callejeros, con sus afanes impacientes y el ambiente de Indiferencia que en ella domina, el repicar de las campanas pasa desapercibido, no lo apreciamos en todo su valor emotivo como elemento que pone una nota de alegre colorido en medio de la sequedad materialista de los hombres. En la ciudad se precisa de un acontecimiento memorable, de una fecha histórica, para que sintamos en sus tañidos toda la belleza que atesoran. El Sábado de Gloria, cuando todas las campanas expresan locamente su alegría por la Resurrección del Señor; cuando se confunde el potente sonido de las de las catedrales con el angelical alleluia del convento humilde cuya campanita suena tímida, temblorosa como el tintineo de las campanillas de plata de la custodia del día del Corpus, es entonces, cuando abatido el espíritu del creyente por la tristeza de la Pasión del Redentor, el sonido de los bronces de las iglesias nos Impresionan con más fuerza y nos inspira santos propósitos para el porvenir,
SI; las campanas tienen alma y espíritu.
Escuchadas en el medio rural, cobran mayor prestigio para nosotros, hombres de la ciudad; y es en estos humildes lugares donde cuentan con la comprensión y el respeto de los campesinos, familiarizados con ellas por que las han manejado cuando niños. Cuando en cualquiera de estos pueblos aragoneses nos apartamos al atardecer del núcleo urbano, y en medio de la soledad y el silencio que impera, oímos las campanas del lejano monasterio que llama a los monjes a la oración, ¡qué emoción de misterio envuelve para nosotros su sonido! Instintivamente cesan nuestros comentarios. Es un momento solemne en que el ángel bueno roza con sus alas nuestra frente y sentimos como una reflexión pasajera comparando la vida de los que moran en aquel recinto escondido con la nuestra, rodeada de inquietudes, de luchas, de peligros para el alma; y nos consolamos pensando: ¡la misericordia de Dios es tan inmensa!
Es una figura interesante y, en general, poco conocida la del campanero. Requiere habilidad y hasta cierta cultura religiosa, porque ha de hacer hablar a las campanas a tono con lo que anuncia su sonido.
El campanero es un hombre consciente de la misión que se le ha con fiado y está orgulloso de su cargo, y lo mismo el de la más insignificante aldea que el de la catedral de más rancia historia voltea las campanas como quien ejerce un sacerdocio. En todas partes se glorifica a Dios a través de las campanas y desde todos los campanarios se puede ganar el cielo; pero esto no obsta para que socialmente haya diferencias de categoría entre estos cooperadores del culto divino. Hacer sonar las campanas de las Catedrales de Burgos, de Toledo, de Sevilla, de San Francisco el Grande, de Avila, de León, de Tarazona (la Toledo aragonesa), de la Seo zaragozana.. no es Igual que la humilde campanita de sencilla aldea oculta entre los montes.
Y desde el punto de vista terreno representa un alto honor voltear las campanas de las torres del Pilar, de Zaragoza, el templo de la Raza, el que se erigió a ruegos de la Santísima Virgen cuando se apareció al Apóstol Santiago y sus Discípulos a orillas del Ebro donde se alojan por docenas las banderas multicolores de los países que descubrió España llevándoles su fe, su civilización y su cultura; donde acuden peregrinaciones de todo el mundo a postrarse a los pies de Nuestra Se ñora, ante la que el invicto General Mola y el Caudillo de España acudieron a pedir protección para salvar a nuestra nación en la Guerra que había iniciado contra los enemigos de nuestra fe católica.
Por esto el campanero del Pilar, hombre humilde y sencillo, tiene un rango especial: abandona el lecho con el alba para llamar a los fieles a misa de Infantes; voltea las campanas en las vísperas de fiestas memorables: 2 de enero y 12 de octubre son fechas de gran gala para él, y tañe sus bronces con la ilusión de quien sabe que contribuye con este esfuerzo a honrar a la Santísima Virgen del Pilar.
Toca, toca, campanero del Pilar; sigue en tu noble tarea de anunciar el culto divino con el sonido expresivo de tus campanas. Con este honroso afán tienes el consuelo de agasajar a la Excelsa Señora que permanece y permanecerá eternamente bajo las imponentes bóvedas de su templo; alegra la ciudad, que siente tus esfuerzos desde los más apartados rincones, y ejerces, quizá sin advertirlo, un apostolado sobre tus semejantes, porque el sonido de una campana que llama a la oración resuena en las almas como un aviso celestial.

E. BERDEJO CASAÑAL
El Pilar f. 539 – Zaragoza (23-08-1952)
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    Actualización: 19-04-2024
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