Tras precintarse La llum de les imatges, la Concatedral de San Nicolás vuelve al culto, amueblada con gusto de vivienda de novios: sus bancos, sus altares, sus velas, sus pilas bautismales... no le falta detalle.
Sin embargo, a su párroco, Ramón Egio, un héroe del patrimonio religioso, y al que aprecio desde mi más ignorante paganismo, se le ha ocurrido la maldita idea (¿maldita es lo contrario de bendita?) de conectar todas las mañanas un campanario electrónico escandaloso que, a las ocho en punto, retumba en el Casco Antiguo sacudiendo palomas y legañas.
La ceremonia, de tecnología inteligente, convoca a misa por ordenador, pero en un barrio saturado por la murga de los pubs, el botellón, las obras y la madre que los parió. Antes te despertaba un perro, un gallo, la pareja de arriba pelando el colchón o el repartidor del butano. Ahora te despiertan las sagradas campanas de Bill Gates y Ramón Egio.
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