Seis peldaños que salvar y una veintena de tableros de madera de pino vuelven a ocupar desde ayer un espacio entre los símbolos de los tempos inmateriales de Sevilla.
A las puertas del templo del Divino Salvador, la rampa, rampla, tablao o como quieran verbalizarlo apareció de nuevo montada a los ojos de los sevillanos anunciando la Semana Santa, preparada para recibir hoy la llegada del Señor de Pasión, y, sobre todo, significando la recuperación real del segundo templo más importante de la ciudad.
Allí, en el viejo sonido del resonar de zapatos nuevos, apretados y brillantes del Domingo de Ramos, el paso rápido de los nazarenitos blancos de Santiago y el racheo de las alpargatas costaleras que han quedado escondidos en la plaza, se acumulan los recuerdos de muchos sevillanos que fueron niños y esperaron impacientes a las puertas del templo y que hoy volverán ante la Colegiata para ver el regreso de su Señor.
Son, pocos o muchos, cinco años, pero en ese lustro la ciudad ha seguido su camino, envejeciendo, languideciendo a veces la vida en el centro, y ya los niños no juegan al fútbol lanzando el balón desde arriba de la rampa, pero ese mecano sí continúa señalando una fecha que se dibuja entre la pancarta que grita «capirotes» de Puerta Carmona, el incienso de los puestecillos de las esquinas que, de pronto, golpean los sentidos de los paseantes; las torrijas en los escaparates y el imaginario colectivo de una ciudad siempre en espera de un tiempo de gozos para los ojos y los espíritus.
Y como tantas otras cosas de la ciudad, la rampa del Salvador, lejos de las trivialidades, también tiene su propio ritual.
Ayer, Antonio Mendoza, campanero del templo y capiller de la Hermandad del Amor, y sus hijos Antonio, Jesús y David, se levantaron muy temprano para ir hasta una finca de Utrera, en la que un hermano del Amor guarda cada año las maderas.
Iba pensando en que, por fin, el Salvador, espléndidamente rehabilitado, volverá a abrir sus puertas; en que hoy, el Señor de Pasión vuelve a su casa, y después lo harán el Amor y la Borriquita . Y recordaba con emoción a don Juan Garrido Mesa, que llamaba a Antonio «guardia» del Salvador, y que fue el artífice de que el Salvador vuelva a abrirse para el pueblo».
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