GARCÍA BARBEITO, Antonio - Doble de sogas

Doble de sogas

NO las campanas, Cangui, no; las campanas duelen siempre que doblan, sí, porque en cada golpe del bronce triste te preguntas quién habrá muerto, y no sabes que a lo mejor el muerto es alguien más cercano de lo que crees, o alguien que, por inesperado, te duele dos veces. Cuando en el aire en paz de la tribu, entre este precipitado piar de pájaros y esas ramas que ya tienen sus primeras camisillas de primavera, el aire se llena de golpes de campanas que doblan a muerto, siempre te sobrecoges. Pero hoy, cuando oigo doblar las campanas en esta mañana ventosa de un marzo haciéndose, más que las campanas, doblan las sogas, tocan a muerto los roces de las sogas que van desde el medio cuerpo de la torre de la iglesia hasta el campanario, como dos cuerdas de un contrabajo que alguna vez nos ha de tocar a todos. Doblan las sogas, más que las campanas, Cangui. Cuando de niño subíamos a la torre a alarmarla con toques de misa o repiques de fiesta, o cansinamente dolientes por el Día de los Difuntos, en las manos nos quedaba el vegetal olor de las sogas, como cuando sacábamos agua del pozo, o poníamos una jáquima, o amarrábamos con trallas cualquier cosa. Y sabíamos que todas esas cuerdas, todas esas sogas habían salido de las primorosas manos de un soguero ejemplar, de un hombre que se dejó -bolillos de su oficio- las manos trenzando el cáñamo.
Por eso hoy, cuando siento doblar las campanas y sé por quién doblan, lo que siento es el roce de las sogas, Cangui, y ese roce llora -con la misma prudencia con que él lo hacía todo- porque ha muerto el soguero, Luis el Espartero, aquel Luis Formoso que nos llegó a la tribu desde Galicia para trenzar cáñamo en el desahogo terrizo de la delantera de su casa, allí donde el pueblo era un adiós de cal antes de hacerse campo, frente a la Cruz donde despedían los entierros; sin descanso, con aquella paciencia suya trenzando entre los dedos, como un fraile que eternamente pasara cuentas de un rosario de labor. Vino para levantar a su paso un monumento al señorío, al tacto, a la mesura, a la prudencia, al saber estar, a la educación, a la honradez, a la bondad, a la seriedad como hombre y a su sentido del humor tan ajustadamente gallego. Por sus sogas de ayer doblaban o repicaban estas campanas, y, en justo pago, Cangui, por él doblan campanas y sogas, hoy, cuando entre los dedos de Dios se ha deshilachado la vida del soguero...


GARCÍA BARBEITO, Antonio

ABC de Sevilla (06-03-2009)
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