HERNÁNDEZ, Jesús - ´La Bomba´ cumple cien años

´La Bomba´ cumple cien años

La campana de la Catedral, cuyo bronce fue fundido en junio de 1908 y después colocado en la torre-fortaleza, es símbolo sonoro, religioso y profano, de la ciudad


"La Bomba", que se halla instalada en la "sala primera" de la torre-fortaleza

Las campanas, que acompañan la vida espiritual de los pueblos -en otro tiempo, regulaban la existencia laboral-, también cumplen años, aunque sean de bronce. Así sucede con "La Bomba", tan popular, que convoca a los creyentes desde la Torre-fortaleza de la Catedral, del siglo XIII. Lleva allí desde 1908. Un siglo de sones: de llamar al caserío cuando la Monarquía, la Dictadura, la República, el Caudillaje, la Democracia. De llamar a misa y de llamar a procesión: de repicar (alegre) y encordar (dolorido).

Para el pueblo, eso: "La Bomba". Para los expertos y la oficialidad, "Nuestra Señora de la Concepción". Fue fundida el 10 de junio de 1908 por Moisés Díez, de Palencia. Y la colocación se efectuó, con no escaso esfuerzo, poco después, cuando el país se recuperaba del Desastre de Ultramar, que sucedía a otros desastres nacionales. En verdad, se trata de una refundición de otra, de 1893. Aparece rajada «y a falta de un trozo en su borde inferior desde 1988», según detallan Antonio Sánchez del Barrio y José Luis Alonso Ponga en su investigación. Se encuentra colocada en la "sala primera" de ese baluarte defensivo, cuadrado, de cinco cuerpos. En el tercero, en una ventana, se halla la mayor de las campanas de la Seo zamorana. Tiene un diámetro de 159 centímetros y pesa 2.327 kilos. Sólo una le aventaja en peso: "La Golondrina", con 2.725 kilos, obra de Diego de Barcia, que la fundió en el año 1669, para que los sonidos echasen a volar y fuesen voz que hablaba, grave, de fe y ortodoxia. Las restantes pueden parecer livianas, pues se hallan entre 670 y 166 kilos. En cuanto a la antigüedad, algunas hay de 1550.

La Catedral contó con un amplio número de personas dedicadas al culto y al mantenimiento del templo. Con el deán y otras dignidades tonsuradas, los canónigos y los prebendados, los capellanes y la capilla musical..., los servidores de los oficios más llanos, tan necesarios en aquellos días, como guardianes, pertigueros, sacristanes y campaneros. Estos -ya se data, documentalmente, su presencia a principios del XVII--subían, día tras día, las veces que hiciese falta, los 160 desgastados peldaños de la "escalera de caracol" de la torre para tocar las campanas de la primera iglesia diocesana. Para las misas, para los oficios, para las vísperas. Para el Te Deum y la Acción de Gracias, para el Angelus y la agonía del feligrés, para advertir del fuego y comunicar buenas nuevas. Para el «sursum corda». Percibían unos magros emolumentos, que a veces recibían en especie? El sonido de esos bronces era el sonido de la ciudad. También para las grandes ocasiones y altas celebraciones, como el éxito del Ejército español, en alguna batalla de esas guerras en las que siempre estábamos enzarzados, y los natalicios regios.

El Ministerio de Cultura realizó el "Inventario de Campanas de Catedrales de España". Se encargó a un experto: Francesc Llop i Bayo. Y éste argumentaba que 9 bronces de la Seo zamorana merecen, patrimonialmente, una alta consideración: «debe ser incoado expediente para declararlas Bien de Interés Cultural». En otro caso, se hablaba de la necesidad de iniciar igual procedimiento «para incluirla en el Inventario General de Bienes Muebles». No es pequeña valoración, pero ahí estamos. No se ha dado un paso más.

La conservación actual obtenía, sin embargo, palabras críticas en el informe. «La torre ha sufrido una agresiva actuación, desde el punto de vista patrimonial, a pesar de tratarse de una actuación arquitectónica atrevida e innovadora», indicaba Llop en su trabajo, de 2006. «Si la finalidad de un campanario», añadía, «es convertirse en lugar protegido contra las aves y a resguardo de las inclemencias climáticas, el propósito sólo se ha conseguido parcialmente, ya que, a pesar de los cristales y otras protecciones, la sala principal está sucia de excrementos y de plumas» de voladoras. Para el experto valenciano, la torre es, más que nada, «un instrumento musical que busca la mixtura sonora y la conjunción de las campanas». Entonces? Las puertas acristaladas, dispuestas en algunos vanos, «evitan la entrada de las aves a la sala, pero al mismo tiempo impiden que los sonidos se junten». La protección no resulta de gran utilidad. Ni para la acústica ni para la limpieza de las estancias, que no se ven libres de los corrosivos excrementos de las aves.

La Catedral zamorana dispone de 11 campanas, de las que cuatro son góticas (¿quién el maestro, dónde el taller?). Otras tantas fueron fundidas en el siglo XVIII. "La Bomba", tan grande, es la de menor antigüedad. Se trata, en conjunto, de un importante patrimonio sonoro: allí se aúnan lo material y lo inmaterial. Y, créase, cultural. Si el campanario equivale a una caja de resonancia, el instrumento es música, con su variedad de toques y señales. Para las liturgias y para las tradiciones locales. La simbología no sólo tiene carácter religioso. También es social. Antiguamente, cuando la vida se regía por los toques de campana -a muerto y a fuego, a boda y a bautizo-, eran la voz más sonora (la más musical, no) de Dios, el que, aparentemente, siempre está tan callado. Y, no se olvide, entonces, una de las voces del pueblo.

Las campanas -sagradas y profanas, cada una con su nota musical, electrificadas o manuales-- cumplen años. Sí. "La Bomba": un siglo. Por menos se repica a lo grande.


HERNÁNDEZ, Jesús

La Opinión de Zamora (13-07-2008)
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