PASTOR, Jorge - El día que enmudecieron las campanas de Guadix

El día que enmudecieron las campanas de Guadix

El campanario, en la mesa de operaciones

Vertido. Es la operación más delicada. Cualquier fallo, por mínimo que sea, paraliza todo el proceso..
Vertido. Es la operación más delicada. Cualquier fallo, por mínimo que sea, paraliza todo el proceso.

Les presento a María y Adolfina. Una tiene 79 años, la otra, 77. Son amigas, muy buenas amigas. Sus biografías se toparon siendo muy pequeñas, cuando apenas levantaban dos palmos del suelo. Iban al colegio de Carmen Mula, una de las instituciones académicas del Guadix de la postguerra. Allí aprendieron a hablar, a sumar y a multiplicar. Entonces se forjó una sólida amistad que hoy, ocho décadas después, todavía perdura. Siguen yendo al 'cole' -como ellas mismas denominan al Aula de Mayores de la Universidad de Granada- y lo hacen juntas, hablando del presente y rememorando tiempos pretéritos, episodios vitales que las convierten en testigos de la historia contemporánea de Guadix. Las dos viven en el entorno histórico de la Catedral. La basílica ha marcado, y lo sigue haciendo, su devenir y el de todos los habitantes de esta ciudad, la primera diócesis de la sacrosanta piel de toro. Y lo hace a golpe de campana. O para ser más exactos, a golpe de los quince esquilones que conforman su campanario.

María y Adolfina, que se encuentran muchas tardes para ir al 'cole', no pueden evitar mirar al cielo durante estos días con cierto desaliento. Desde hace mes y medio las campanas están mudas. En realidad no están; sólo quedan dos, las más antiguas, las que dan las horas y los cuartos, y las seis de broce, recientemente repuestas tras pasar por la 'mesa de operaciones'. Las rehabilitan en Torredonjimeno (Jaén), en la Fundición Rosas, una empresa con 300 años de trayectoria que, a pesar de las acometidas de la modernidad, sigue fabricando de forma artesanal campanas que suenan a música celestial. Como las de Guadix. «Cuando las bajaron me dio una tristeza enorme, como si arrancaran algo de mis adentros», dice María. «Yo también me entristecí, pero siempre me consuelo pensando que si no están es porque las están arreglando», apunta Adolfina, quien ya se imagina el día en que las campanas vuelvan a su sitio. «Espero que hagan una gran fiesta ¿no celebramos otros acontecimientos?», se pregunta a modo de contestación.

La conversación es fluida, plagada de sentimientos y añoranzas. «¿Te acuerdas cuando anunciaban el Sábado de Gloria?», interpela Adolfina a María. «¡Claro que sí!», responde enfáticamente María. «Los niños íbamos con nuestro cacico para que lo llenaran de agua bendita que luego esparcíamos por nuestras casas; era muy ilusionante», apostilla. «Yo lo que temo ahora -afirma Adolfina- es que no tañan como antes». A lo que rápidamente contesta María: «¡No mujer, que si se las han llevado es precisamente para que se oigan mucho mejor!». «Espero que sea así, porque lo que nunca entenderé es que haya gente que se queje de que les molestan y no les dejan dormir los domingos por la mañana», añade Adolfina. «Pues yo me he acostumbrado y me sucede todo lo contrario; ahora que no las escucho, me siento extraña, como si me faltara algo», concluye María.

El diálogo se interrumpe. Silencio. «Acaban de tocar las once en punto... vamos que llegamos tarde», advierte María.

Imagen del campanario en el ocaso del día.
Imagen del campanario en el ocaso del día.

300 escalones

Once en punto de la mañana del 12 de enero. Hace un frío que pela. Dentro, en la sacristía, espera embutido en su chaquetón el presidente del cabildo catedralicio Juan Sáez. Acaba de ofrecer misa. Nos ponemos cara; hasta ahora sólo habíamos hablado por teléfono. «Creo que el asunto de este reportaje es interesante -me dijo-, ya que la recuperación del patrimonio es un tema que nos debe preocupar a todos». «Aquí te he preparado este cuadro para que le eches un vistazo; estaba colgado en mi despacho y creo que es un documento gráfico de enorme importancia», me comentó Juan. «Y tanto que lo es», pensé para mis adentros nada más echarle un vistazo.

Se trataba de una colección de fotografías antiguas, datadas exactamente el 30 de septiembre de 1962. Era el último día de feria. Las imágenes reproducían el solemne acto en que el obispo por aquel entonces, Rafael Álvarez Lara, consagraba las nuevas campanas, diez de las trece que hoy día componen el campanario, las mismas que en estos momentos están siendo remozadas. Se llamaban -se llaman- Santa Bárbara, San Torcuato, San José, Sagrada Familia, Santa Isabel, San Pedro, San Rafael, Beato Juan de Ávila, San Fandila y Niño Jesús. «La ceremonia se celebró en el segundo cuerpo de la torre, con la asistencia de autoridades, padrinos e invitados», rezaba un breve texto adjunto, donde también se informaba de que «la Escolanía interpretó unos cánticos». «Y a continuación se dio el primer repique, con todas ellas siendo oídas por toda la ciudad que se estacionó en el Paseo de la Catedral». Ahora, medio siglo después, nos disponíamos a revivir aquel pasaje.

Comenzamos a 'negociar' una estrecha escalera de caracol en la que sólo cabía un cuerpo, ni un centímetro más ni un centímetro menos. Vista desde abajo, la espiral parecía interminable, algo claustrofóbica. Emprendimos el ascenso con bríos, aunque el ímpetu inicial se fue apagando conforme avanzábamos. A la altura del escalón número cien -la escalinata tenía unos 300-, topamos con un oportuno rellano que nos permitió recobrar el aliento. Era la vivienda donde antaño residía Tomás, el campanero. A él le correspondía la importante misión de bandear las campanas una, dos, tres... hasta diez veces para lograr el primero de los giros. Todavía se conserva alguna foto suya, suspendido en el aire como un astronauta, colgando del cabo de la Santa Bárbara para conseguir la primera 'nota' de aquel mastodonte de 1.279 kilogramos. Eran otros tiempos. Quién le iba a decir al bueno de Tomás que sus empeños y sudores se solucionarían cincuenta años después pulsando un botoncito de color rojo.

Operarios se disponen a transportar las campanas hasta el interior de su factoría en Torredonjimeno.
Operarios se disponen a transportar las campanas hasta el interior de su factoría en Torredonjimeno.

Tras especular sobre cómo se las apañaría Tomás para subir la compra del súper, retomamos el ascenso. Nos quedaban por delante otros 200 peldaños. Aquella hélice infinita se iba oscureciendo poco a poco. Hasta que nos quedamos en penumbra. Sólo se escuchaba el roce de nuestras cazadoras contra los muros helados y la respiración entrecortada de los dos 'aventureros'. Únicamente un leve resplandor en los más alto hacía presagiar que aquella 'penitencia' terminaría más pronto que tarde. Así fue. Una puerta de hierro, que permanecía entreabierta, nos dio acceso al campanario. Costaba trabajo abrir los ojos ante el primer golpe de luz. Impresionante panorama: al sur, el Picón de Jerez; al norte, la vega; al este, la Plaza de las Palomas, y al oeste, el Torreón del Ferro. La visión inversa. Guadix a nuestros pies.

Metidos en harina, situados en el mismísimo 'epicentro de la noticia', empecé mi trabajo de periodista. «¿Por qué tomasteis la decisión de restaurarlas?» «Porque estaban muy mal, porque alguna de ellas corría incluso serio riesgo de desprenderse y de provocar un accidente» , relató Juan, quien prosiguió indicando que «la idea es ponerlas en perfectas condiciones para uso habitual, para la llamada a misa y para que repiqueteen con motivo de grandes eventos, como la toma de posesión del nuevo obispo de la diócesis, el próximo día 27». «Así venía pasando hasta ahora -continuó Juan-, ya que antes tenían otras muchas utilidades como el rezo de las horas canónicas, aunque también otros usos más allá del religioso, más relacionados con la vida ordinaria de Guadix, como marcar las horas, informar de sucesos extraordinarios como un fuego o la inminente llegada de una tormenta que podría dañar las cosechas». «Nos remontamos a épocas anteriores al Concilio Vaticano II», puntualizó Juan.

«¿Qué les van a hacer?». «Nuestra idea inicial era reparar las seis de bronce y reponer las siete de hierro, pero esto último no lo hemos podido hacer por el valor histórico que atesoraban y por la singularidad de que fueron elaboradas con metal de la tierra, de las minas de Alquife», me aclaró Juan. «Así que las pondrán a punto, se les 'implantará' un yugo de madera y se cambiarán todos los engranajes, mecanismos y elementos de sujeción para que no den mayores problemas». «Además, se ajustará todo el sistema de telemando». Respecto a las campanas más antiguas, la de los cuartos, que data de 1759, y la de las horas, de 1580, su 'lifting' todavía tendrá que esperar.

Se acabó lo que se daba. Afrontamos el descenso con la satisfacción del deber cumplido. Apenas cuatro minutos bastaron para 'bajar del cielo y poner nuevamente los pies en la tierra'. Fuera del templo, oleadas de turistas escudriñaban el edificio. Me paré unos momentos para observarlos. Ninguno se percató de que no había campanas. Entonces me acordé de Adolfina y María.

PASTOR, Jorge

Ideal (18-02-2010)
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