MIÑANA, Fernando - La más mona de la Pascua

La más mona de la Pascua

La elaboración artesanal permite que este bollo se haya convertido en un clásico de la Semana Santa

Alberic se ha hecho célebre por la ancestral producción de sus sabrosos panquemados

Los horneros emplean entre seis y ocho horas para hacer un panquemado artesanal

El viento de poniente barre La Ribera con la misma fuerza con que la crisis arrasó infinidad de empresas en Alberic. La economía ha causado estragos y los últimos años han sido nefastos. Qué lejanos quedan los tiempos de bonanza, esos años prósperos en los que florecieron nuevos edificios y hasta un polígono industrial en el que brotaron nuevas empresas, pujantes negocios que dieron aire a este pueblo de 12.000 habitantes. Pero la crisis lo ha devorado todo. Sólo quedan esqueletos.

A su lado, impertérritos, permanecen los negocios de toda la vida, empresas que sobreviven, imperturbables, al paso del tiempo. Ni siquiera la autovía ha podido con ellos, la autovía que despobló, de sopetón, la vieja carretera por la que, en los años en blanco y negro, los coches atravesaban una villa que invitaba al receso. Ahí sigue erguido Doménech, el viejo bar que continúa sirviendo como churros los 'doménech', sus archifamosos bocadillos redondos de lomo.

También resisten las panaderías familiares que han ido deslizándose de una generación a la siguiente. Allí, al calor de hornos antiquísimos, se sigue elaborando el panquemado, el producto que ha dado celebridad a Alberic. Una decena de pastelerías sigue obrando el mismo milagro cada Semana Santa. Un año tras otro, los horneros sacan a la venta más de 60.000 monas de Pascua, santo y seña de una población que ya no sabe de qué vive.

Hubo un tiempo en que Alberic vivió de la planta del arroz que cultivaba apelmazada en sus campos y que después vendía a los agricultores de Sueca, Cullera y hasta de Amposta, en Delta de l'Ebre. Después llegó el 'boom' de la naranja, y la navelina crecía sabrosa en estos terrenos. Los años de prosperidad, más tarde, alimentaron una incipiente industria del mueble. Y después, la ruina.

Vicent Moscardó evoca aquellos tiempos poco antes de cargar en su furgoneta una pila de monas para El Corte Inglés. Este hornero, vástago de un pionero que en los años 50 viajó hasta Alemania para que su panquemado fuera coronado en el Concurso Internacional de Panadería y Pastelería de Düsseldorf, no cree en las fórmulas secretas. Él, como otros reposteros del pueblo, considera que la receta que distingue los panquemados de Alberic del resto tiene mucho de tradición, de artesanía, de esfuerzo, y poco de ingredientes mágicos. Esa es la razón del éxito.

El trabajo manufacturado, un proceso artesanal que se prolonga entre seis y ocho horas, es el que convierte el panquemado en un bien tan preciado. Por eso María Ángeles Díez abre a las cinco y media de la mañana El Salero, otro de los hornos de Alberic, y se encuentra una cola de gente ante su puerta.

Esta semana, más que santa, es sagrada para todos ellos. También para Fernando Puig, el nieto de Agustí Puig, aquel hombre que lo mismo amasaba el pan por la noche que tañía las campanas por la mañana. De ahí que su horno se llamara, y se llame, El Campanero. Fernando no sube al campanario, pero sigue vendiendo unas monas exquisitas que este año le han reportado el primer premio del Cachirulo de Oro en la modalidad de 'panquemao d'Alberic'.

Un lugar devoto

Quién sabe si lo providencial de la Semana Santa para estas gentes haga que el pueblo sea tan beato. Un paseo por Alberic durante este lunes ventoso y de resaca del domingo de ramos sirve para descubrir en sus calles numerosas imágenes de Sant Antoni del Porquet, sábanas con la imagen de Cristo en los balcones y varias cofradías preparando sus procesiones. Devoción de puertas hacia afuera. En las zonas menos transitadas reina la paz y eso permite oír cómo arrullan los palomos en las azoteas. En el centro está la plaza, donde se encuentra otro lugar sagrado: El Musical. En el bar de la Unió Musical que se fundó en el siglo XIX, en 1852, parece que no pasa el tiempo. Los hombres siguen reuniéndose allí. En las mesas del Musical toman café, fuman cigarrillos y caliqueños, y colocan las fichas del dominó chocándolas contra el mármol.

De ahí a El Salero hay dos pasos. Este horno se prepara para unos días frenéticos en los que las horas de sueño son contadas. Esos días trabaja toda la familia. Los hijos que emigraron en busca de lugares más prósperos regresan para arrimar el hombro durante una semana durísima. Esos días comienzan a preparar la masa madre a la medianoche, empiezan a cocer las monas a las seis y no paran de vender hasta pasadas las nueve de la noche. Durante estas fechas no hay tiempo ni para dar a luz. Así, medio en broma, medio en serio, Pilar, la madre del último propietario de El Campanero, recuerda que parió a su hijo Fernando, dentro de la panadería, un sábado de gloria.

El Campanero no añora la autovía. Fernando asegura que venden todo lo que pueden producir sin caer en la tentación del fraude. «No sé ni cuántas monas hacemos al día. ¿Quinientas? ¿Mil? Lo que sé es que vendemos todas las que podemos hacer al modo tradicional. Si utilizáramos máquinas seguro que fabricaríamos muchas más, pero ya no sería panquemado de Alberic, y eso, a la larga, lo acabaríamos pagando».

Por eso, también, casi todos conservan los hornos de leña. Aunque ya son minoría los que siguen alimentando el fuego con ramas y troncos de naranjo, ahora se imponen unas pastillas prensadas, un conglomerado, con menos romanticismo y más higiene. Pero la mayoría mantiene el horno con la bóveda refractaria que da a la mona el punto de cocción preciso. Y siguen coronando el panquemado con el 'cremat', la cresta espumosa que consiguen batiendo las claras de huevo al punto de nieve. Es duro, pero reconfortante. Sobre todo cuando llega la Semana Santa y un gentío hace que la fila de clientes salga hasta la calle para coquetear con las más mona de la Pascua.

MIÑANA, Fernando

Las Provincias (04-04-2010)

  • ALBERIC: Campanas, campaneros y toques
  • Campaneros: Bibliografía

     

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