MARTÍNEZ, Antonio - "Por la noche las campanas suenan con tristeza, y es que conectan con el alma"

"Por la noche las campanas suenan con tristeza, y es que conectan con el alma"

Vicente Castel Bardelí, jubilado, ex sacristán y campanero de Albalate de Cinca

Vicente Castel Bardelí posa con su placa, con la que se rindió el pasado 6 de marzo homenaje a su labor. - AUTOR: MARTÍNEZ, Antonio
Vicente Castel Bardelí posa con su placa, con la que se rindió el pasado 6 de marzo homenaje a su labor. - AUTOR: MARTÍNEZ, Antonio

Entre las luces del atardecer regresaba de Albalate de Cinca la otra tarde recordando, como en alguna otra ocasión, aquella composición de Joaquín Sabina: "y nos dieron las diez, y las once, y las doce y la una y las dos y las tres… nos dijimos adiós… ojalá que volvamos a vernos". Regresaba a casa después de haber mantenido una larga conversación con el vecino de esta localidad afincada en el Medio Cinca Vicente Castel Bardelí, acompañado de su esposa, Pilar. Vicente, que va camino de los 90 años, lleva escritas a fuego en su alma sagrada las intensas vivencias desde su niñez, y todavía vivas, de haber sido monaguillo, jornalero, picador minero, sarguero, vaquero, albañil, labrador, corredor pedestre, sacristán, campanero y hasta relojero del reloj de la torre de la iglesia. Lo de relojero me hizo susurrar lo de las diez y las once de Sabina al pasar junto a la Torre que llaman de "Fleta".

Homenaje a Vicente

El pasado 6 de marzo, con ocasión del Encuentro Diocesano de Cofradías en Albalate, se le rindió un homenaje por parte del Ayuntamiento ante la despedida definitiva del sacristán y campanero. En el 2002 recibió otro en reconocimiento por sus sacrificados oficios de servicio al pueblo. Esto, y el resto de su todo personal, bien merecían ser oídos de nuevo, pues una vida así deja profunda huella en la huebra de la comunidad. Pienso que lo ha conseguido, pues, como él dice: "Lo que he hecho me ha gustado trabajarlo a conciencia".

Vicente Castel Bardelí junto a la iglesia de Albalate. - AUTOR: MARTÍNEZ, Antonio
Vicente Castel Bardelí junto a la iglesia de Albalate. - AUTOR: MARTÍNEZ, Antonio

Gregorio Marañón, que bien conocía los cuerpos físicos por su condición de doctor en Medicina, y bastante las almas por sus tratados de Psicología, entre otros, escribió que "vivir no es sólo existir, sino existir y crear. Saber gozar y sufrir, y no dormir sin soñar". Oyendo las palabras de Vicente, sentados ambos frente a frente en su estancia preferida, resonaban en mi cerebro las frases de don Gregorio, pues hablaba de su existencia, de sus gozos y sufrimientos. En sus ya casi 90 años, incluso su mirada permanece gozosa. Vicente llegó a este mundo en casa de Miguel, sarguero de profesión con los añadidos de sacristán y campanero. Él indujo al zagal a formarse como monaguillo, menester que compartía con la escuela. La misa le originaba discrepancias con el maestro, ya que acudía tarde y le decía: "¿Cuándo llega Vicente Cuando ya ha llegado toda la gente". Un sonrojo y a su pupitre, para repetir lo mismo muchos días durante el curso.

Así aguantó Vicente, el de Casa Sarguero, hasta los 14 años, aprendiendo y ayudando a su padre a hacer los argados, las covanetas, las cestas o las caracoleras y otros útiles de mimbres, además de la sacristía y las campanas con sus toques característicos. Su padre, que había aprendido el lenguaje de las campanas (la Valera, Pilar y El Cembelico), corría al campanario a cualquier hora del día o de la noche cuando se presentaba sobre el lugar una tormenta con amenazas de rayos. Afirmaba que aquellos tañidos alejaban la tormenta Cinca arriba.

En las páginas de sufrimientos, podemos leer sus cinco años de picador minero en Mequinenza "para evitar la mili", aunque asegura que "pasaba muchos miedos". Iba y venía de Albalate a la mina en bicicleta. Como era buen mozo y tenía buenas piernas, hizo fama como corredor pedestre por los pueblos de la redolada. Eran fiestas y, aparte de la afición, "siempre había premios, bien en pesetas o en pollos". Con eso se ayudaba a la débil economía de los jornales.

La peseta de plata

En su época infantil de monaguillo, todos los veranos, acudía a Albalate un descendiente de la Villa en buena posición y residente en Madrid. Asistía a la misa diaria y acostumbraba a depositar en la "cajeta de las almas" una peseta de plata. Uno de los días, al acercarle Vicente la "cajeta", el buen señor no acertó con la ranura y la moneda, rodando, se ocultó debajo de los bancos. "Ya la recogerás tú". Así lo hizo Vicente y se la echó a la "pochaca". El cura la encontró a faltar y preguntó si aquel día el señor no había echado nada. Vicente aplicó el cuento del Lazarillo de Tormes.

La seña Luisa, madre de Vicente, tuvo siempre la preo­cupación de "ver casado al mozo antes de morir", y se fijó en Pilar, una buena zagala que también caía bien a su padre. Un 15 de agosto, festividad de la Virgen de la Asunción, cuando Vicente marchaba a correr a Belver, Pilar salió a su encuentro y le habló. Él no fue a correr y empezó la relación. José Miguel y María Luisa son los dos hijos del matrimonio, "con tres nietos", apunta rápida Pilar. Vicente y Pilar hubieron de trabajar para llevar la casa hacia delante con sus parcelas en "Los Cuartos", "Las Viñas" y "Carramonzón", las tres o cuatro vacas, algún jornal y los albañiles, además de la sacristía, las campanas y el reloj de la iglesia. Después de varios meses sin "hablarlas ni acariciarlas", dice Vicente que las encuentra a faltar.

Confiesa Vicente que desde los 7 años ha sido el vigía de Albalate desde la torre de la iglesia y, dirigiendo su vista hacia unas fotografías, repite que "las hacía hablar". "Las he querido mucho y aún sueño con ellas. Siento una gran pena pero estoy tranquilo. Siempre se me ha antojado que por la noche suenan con tristeza, y es que conectan con el alma". El reloj de la torre de la iglesia también ha sido una obsesión para Vicente. "Mi objetivo era que diera las horas con puntualidad y lo vigilaba desde casa o desde el huerto con el transistor en Radio Nacional", y añade con sano orgullo que siempre le ha gustado "hacer las cosas bien".

Sacristía, campanas y reloj tuvo que dejarlos por unos achaques, pero todavía sigue las horas con su transistor y el reloj de bolsillo que le regalaron en el homenaje. Ahora, junto a Pilar, su esposa, Vicente piensa en sus campanas, sus oliveras del monte y en todo lo que ha vivido.

MARTÍNEZ, Antonio

Diario del Alto Aragón (18-04-2010)

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