LORENZO, Antonio - Campanas, campaneros y campanarios

Campanas, campaneros y campanarios

Para mucha gente, la palabra campanario, en ese caso debería escribirse con mayúscula, les trae ala memoria unos programas televisivos, con más audiencia de la que por su contenido fuera de desear.

Para otros, campanario nos rememora edificaciones de verdadero encaje de piedra de las catedrales góticas, música de Bach arrancada del teclado de un carrillón, por un pianista de fama mundial, cuyo nombre desgraciadamente he olvidado, o a ‘Quasimodo', el deforme campanero, enamorado de la bella Esmeralda la Zíngara, creado por Víctor Hugo en ‘Nuestra Señora de París' que, encarnado por el inmortal Charles Lauhgton, vimos en el viejo cine Díaz Pérez, en los años cincuenta del pasado siglo, enloquecido, lanzarse a abrazar las campanas mientras volteaban.

Hace pocos días comentábamos el perfecto retrato de Arrecife, que su mejor poeta, Polo Díaz, en un soneto, uno de cuyos versos decía: “Una iglesia de un solo campanario”. Al siguiente día, una noticia en la prensa, nos causó una gran alegría. Un grupo de ‘muchachos', se habían lanzado a la aventura de hacer sonar de nuevo las campanas de ese campanario. Gerardo, Ginés, Darío, Tito y Antonio según la reseña del diario La Provincia, antiguos monaguillos, antiguos ‘monigotes' para hablar con propiedad, se habían puesto de acuerdo para que, después de muchos años, no sé si de abandono o veto, las campanas de la iglesia de San Ginés volvieran a oírse.

Al día siguiente, el domingo, a la hora señalada, doce menos cuarto, me encontraba apoyado en el arbola de la plaza, frente a la torre. Puntualmente, los nuevos monaguillos asoman el arco que encuadra a las campanas y el alegre repique llega a mis oídos.

La música llega a mis oídos, pero el recuerdo llega a mi mente emocionándome. Recordé a Rafael, el sacristán de San Bartolomé, verdadero artista, sacando melodías de unas campanas poco aptas para esa labor. En Arrecife el repique corto y rápido de la campana más pequeña, anunciando el desgraciadamente muy frecuente ‘entierrito', en la época de infinidad de defunciones infantiles; el rapidísimo del toque a rebato por causa de los también frecuentes incendios; el lento y solemne de la campana grande ‘tocando a muerto', como diría el poeta de ‘El 2 de mayo'; y el repique alegre de todas las campanas a la vez, en las fiestas.

Cuando acabó, al acercarme a los protagonistas, Tito Guadalupe me dijo: “¡Hacía treinta años!”.

LORENZO, Antonio
Cronista oficial de Arrecife

Diario de Lanzarote (04-10-2010)

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