MORALEDA y ESTEBAN, Juan - Las campanas de San Lucas y Santo Tomé

Las campanas de San Lucas y Santo Tomé

Varios de los notables hijos de Toledo habían pasado la tarde de un día del año 1520 bajo los góticos y espaciosos claustros de la Santa Catedral, como tenían de costumbre, conversando acerca de cómo pondrían coto a los desatinados planes del joven Emperador Carlos I que intentaba, poniéndolos en práctica, posponer los consejos de los castellanos, apreciables sin disputa.

Los claustros debían cerrar, pues la noche llegaba, y ninguna solución encontraban sobre tan trascendental asunto, sobre la proclamación de los derechos del pueblo.

Se disponía de todo: hombres, armas, valor, voluntad… Pero poco podrían hacer frente a las baterías del hijo de Juana “la Loca”: necesitaban cañones.

Reunidos de nuevo en la plaza del Concejo, cuando la noche ya llegaba, uno de ellos alzó su voz sobre el resto: ¡pronto habrá cañones con que combatir, seguidme!

Y el grupo, intrigado, fue tras él, hasta llegar a la plaza de San Lucas. Llegaron también algunos criados, avisados por su jefe, portando cuerdas, garfios y otros utensilios, y el que prometió hallar pronto cañones dijo: La empresa es justa; valor y que Cristo nos ayude. Descolguemos una campana, que de ella saldrán los cañones que necesitamos.

No teniendo bastante con una, fueron los comuneros a la parroquia de Santo Tomé. En esta ocasión la campana tocó suelo demasiado fuerte, quedando algo soterrada en la calle que desde entonces es conocida como “de la Campana”.

Alguno de los vecinos que observaban tal trasiego y ruido nocturno, y tomando conocimiento de lo que sucedía engrosó las filas de los de Padilla, Bravo y Maldonado, y entre ellos transformaron en armas de guerra aquellas dos campanas.

También María de Pacheco, luego viuda de Padilla, tomó de la Catedral ciertas piezas que ayudaron a costear los gastos del enfrentamiento con el Emperador, con el beneplácito del clero: una custodia de plata que pesó 328 marcos, tres lámparas, candelabros y otros objetos.

Con el tiempo, los comuneros fueron derrotados y sus líderes principales ajusticiados en Villalar, en abril de 1512. Los cañones de los sublevados pasaron a formar parte de la artillería de Carlos I, y las torres que quedaron huérfanas de campanas, nunca fueron repuestas, quedando su mudo hueco como testimonio de tan singular ejemplo.

Versión original: Moraleda y Esteban, Juan (1888) Tradiciones y recuerdos de Toledo. Ed. Menor Hermanos. Toledo.

MORALEDA y ESTEBAN, Juan

Leyendas de Toledo (1888)

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    Actualización: 29-03-2024
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