LABRADOR, Isidro - ¿Por quién doblan las campanas?

¿Por quién doblan las campanas?

Esas campanas dejaron de sonar. La Iglesia de la plaza de los Reyes, la de los Padres Agustinos, cerró. Amenazaba ruina.

El Ayuntamiento de las Cuatro Culturas ha sido colaborador y generoso con este viejo edificio que ya estrena tejas relucientes en su testa. Los pintores se afanan dando los últimos toques al renovado interior. Pronto se retirarán y un desfile de limpiadoras barrerá el suelo y sacará brillo a los mármoles del altar para que reluzcan como espejos.

Yo, como seguramente tu, hemos pasado infinidad de veces por delante de la puerta de la iglesia. La primera vez puede que en coche de capota conducido por una orgullosa mamá; ese día, el campanario de San Francisco se quedó grabado en nuestras aún inmaduras retinas.

En sus bancos nos arrodillamos el día de nuestra Primera Comunión las de mi clase de las monjas, también todos mis hermanos, muchos de mis primos y un buen puñado de amigos. Puede ser que tú fueras al cole de los Agustinos o que te pasaras las horas muertas de la adolescencia retrepado en las verjas del patio de la iglesia. O probablemente seas de los que entran a rezar a menudo, o de vez en cuando. ¿Quién no ha saludado alguna vez al Cristo de la Humildad y la Paciencia o a la Virgen de las Penas? Quizás pertenezcas a esa raza que tiene el corazón partío entre Ceuta y Granada y te vayas directo a la hornacina de la Virgen de las Angustias a pedir sus favores; devotos cuenta esta a puñados.

Si te dijeran que esa iglesia, tu iglesia de toda la vida, la que forma parte de tus genes, necesita unas horas de tu tiempo ¿Acudirías? ¿Colaborarías? ¿Participarías?

Andábamos de sobremesa, charlando de comuniones cuando alguien preguntó qué le quedaba a San Francisco para acabar obras, a continuación otra pregunta quedó suspendida en el aire: ¿Qué tal una gala benéfica para las campanas y los bancos? Así nació, como casi todas las buenas ideas, espontánea, humilde. Apenas un segundo más tarde, aquello se transformó en una ola gigantesca que nos arrastró a todos los que allí estábamos, un “brainstorming” que se dice ahora.

El almuerzo, que se alargó más allá de “maitines”, dio a luz una junta para festejos y eventos además de un saco llenos de sugerencias. Me fui a dormir con una servilleta en el bolsillo llena de garabatos y mi cabeza rugiendo con la tormenta perfecta. Hoy estamos con una cena benéfica entre manos, de la que cada vez que hablo a alguien para pedirle colaboración, patrocinio o asistencia la respuesta es “lo que quieras”. ¿Lo que yo quiera? ¿Cómo es esto? ¿De verdad que vas a participar con tu trabajo, con un donativo o acudiendo a la fiesta? Discurre mi cabeza pensando en tan buena voluntad y creo que sí, es real, porque esta iglesia forma parte de nuestra vida, de nuestros genes de caballas.

Faltan los bancos y las campanas. Vamos a trabajar por ellos. ¿Cómo vamos a dejar que mueran en el olvido el repique de esas campanas? Nunca. San Pablo y San Agustín tienen que doblar fuertes, seguras, orgullosas, alegres, eternas. Su nuevo sonido surcará los cielos y llegará a través de los siglos allá donde se encuentren nuestras almas y nos susurrarán al oído que su música fue compuesta nota a nota por nuestro esfuerzo, en otro instante, en otro lugar.

Nuevos bancos de madera relucientes imagino ordenados en filas en sus naves ahora vacías. Un dibujo serigrafiado nos recordará que son los Padres Agustinos los custodios del lugar. Generaciones venideras los utilizaran, entre ellos habrá, seguro, algún que otro descendiente nuestro. No sabrá quien financió esos bancos, pero desde nuestra ventanita en el cielo, nos meteremos en su sueño y le contaremos que fuimos nosotros, los que acudimos a la fiesta.

Señalad el 9 de junio en el calendario con un gran círculo rojo. Esa noche los padres agustinos darán la bienvenida a sus más ilustres invitados: los benefactores de los bancos y las campanas de San Francisco. Preparad vuestras mejores galas porque esa noche disfrutaremos la mejor compañía que se pueda encontrar y nuestros anfitriones lo agradecerán como solo ellos saben hacerlo, encargándole a los ángeles que nos guarden de mal, por los siglos de los siglos. San Agustín lo dijo: “da lo que tienes para que merezcas recibir lo que te falta”. Claro que si, falta me hace. Vayamos, porque yendo estamos dando lo que está faltando. Consigámoslo entre todos. Es fácil y la noche puede ser joven, única, emblemática. Vayamos y compartamos. Con la gente que te aprecia y que aprecia su iglesia, su colegio, su institución. Con todos, con los amigos, los peregrinos, los compañeros, los conocidos. El principio y el alma de todo.

LABRADOR, Isidro

El Pueblo de Ceuta (29-04-2012)

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