El campanario de la iglesia de Frías aún mantiene vivo el toque manual de sus campanas - Autor: GONZÁLEZ, Gerardo
Tras anunciar con su ruidoso volteo las fiestas locales las campanas entran en silencioso letargo
Los programas de las fiestas de los pueblos burebanos, especialmente los más tradicionales, tienen como punto de inicio el ruidoso volteo de las campanas de sus iglesias arrancando así las fiestas celebradas en honor a los santos patronos o de Acción de Gracias. Éste es casi el único momento del año en el que recuperan su histórico papel de elemento de comunicación principal de la población del mundo rural, y tras siglos de uso cuentan con un auténtico lenguaje propio.
Tal es así que incluso hoy en día, con la tecnología en constante avance para mejorar la comunicación, las campanas siguen siendo objetos imprescindibles, queridos y respetados en los pueblos. Aunque habitualmente permanezcan mudas durante largo tiempo tras haber sido las principales parlanchinas durante siglos.
Es en las fiestas mayores cuando recuperan su voz. Indivisiblemente unido a las campanas está aquél que les arranca sus múltiples sonidos, los campaneros, y todos ellos se muestran orgullosos de ser los depositarios de este peculiar legado cultural ancestral.
En pleno siglo XXI algunos siguen tocando las campanas tal y como se hiciera hace cientos de años, con la fuerza de sus brazos agarrando las campanas con sus manos desnudas. Incluso en los modernos sistemas telemáticos que ha tomado el relevo a los campaneros se ha informatizado su lenguaje. El fin, respetar lo más escrupulosamente posible los tonos y cadencias de cada uno de los mensajes que transmiten las campanas.
Más allá del honorable ejercicio de campanero que las hace doblar en las fiestas mayores, en muchos casos tras aventuradas escaladas a ruinosos tejados, están los campaneros de larga tradición. En la provincia burgalesa perviven aún prestigiosos representantes de este secular oficio a medias entre lo musical y lo informativo, por lo que no resulta extraño que aún escalen hasta los campanarios para mantener la tradición familiar y tocar a la antigua usanza.
Los vecinos más mayores de los pueblos aún interpretan el milenario lenguaje de las campanas que les acompañaron durante su infancia, juventud y madurez. Así, recuerdan el toque ‘a rebato’ o ‘a quema’ que ponía en alerta a estos pueblos; el ‘de difuntos’, que además distinguía si el finado era hombre o mujer; los distintos toques ‘de fiesta’ y el más temido de ‘tentenublo’, que avisaba durante las cosechas de una tormenta.
Toques que todavía hoy admiran a quienes con las nuevas tecnologías no llegaron a entender la relevancia de estos toques, que reflejaron durante siglos el estado de ánimo de todo un pueblo, sus alegrías, tristezas y miedos. Esto les llevó incluso a adjudicar a las campanas cierto aura de poder, creyendo a pies juntillas que el sonido de las campanas puede llegar a contener las nubes y proteger los cultivos de la tormenta.
Un claro ejemplo del sonoro objeto, además de su ubicación excepcional por no ser un templo, es la campaña del Balcón del Conjuradero en Poza. Antaño, cuando las tormentas amenazaban la villa salinera, se la hacía tañer con vigor al tiempo que se pronunciaba el tradicional conjuro verbal para alejar las nubes que traían la ruina a los pozanos. Muchos siglos después la ciencia ha dado la razón a estos campaneros que se enfrentaban a los pedriscos a golpe de badajo confirmando que las ondas sonoras son capaces de llegar a romper las piedras de hielo.
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