CALVÉ MASCARELL, Óscar - Los truenos de Santa Bárbara, entre la leyenda y el calentamiento global

Los truenos de Santa Bárbara, entre la leyenda y el calentamiento global

Sufrió multitud de tormentos durante su martirio y fue decapitada con una espada por su progenitor

Retirada del calendario litúrgico por su escasa base histórica, es una de las santas más populares del panteón valenciano

Si el refranero fuera cierto, 'Només recordem Santa Bàrbara quan trona', la memoria de una santa de gran devoción entre los valencianos estaría condenada a una lenta agonía. Al menos eso se deduce desde hace algunos años. No sólo por el obvio incremento de la desertización en nuestro territorio, sino por las previsiones de los especialistas, quienes auguran para Valencia, y en muy pocas décadas, una disminución de las lluvias de un 5%. El calentamiento global del planeta ha pasado de ser una amenaza ninguneada a una preocupación de relevancia internacional. Sirva de ejemplo que París albergará mañana una conferencia internacional sobre el cambio climático, o que hoy mismo la plaza del Ayuntamiento de Valencia acoja una serie de actividades para sensibilizar a la población al respecto.

Llueva, truene, o luzca un reconfortante sol otoñal, el próximo viernes 4 de diciembre el santoral, y con él multitud de poblaciones valencianas, celebran la festividad de santa Bárbara. Benaguasil, Beniparrell, Bocairent, Bolbaite o Higueruelas son solo algunas de las localidades que la recordarán de modos muy diversos (fuegos artificiales, romerías o procesiones) además de mediante las preceptivas misas. Precisamente, es en la cultura popular donde debe sustentarse la historia de esta santa, más bien su leyenda. Aunque ésta parezca condenada a un inevitable ostracismo tras perder su espacio en el calendario litúrgico oficial emitido por la Iglesia, la antigua costumbre de evocar a la santa ante las tormentas, y posteriormente para reprender a los poco precavidos, se antoja inquebrantable. Sirvan de homenaje estas líneas sobre la tradición que la ampara, mucho más arraigada en nuestro territorio que ciertas importaciones anglosajonas. Al respecto, permítanme manifestar mi indolencia hacia el viernes negro. Mucho antes que el continente americano fuera descubierto, los valencianos mostraban su fervor y su confianza hacia un personaje hoy considerado mitológico pero entonces asimilado como mediador con la divinidad.

Protectora contra tormentas

Santa Bárbara ha sido durante siglos defensora de cosechas por su capacidad para deshacer o desviar tormentas. Podrían indicarse por ejemplo algunas referencias que otro santo, nuestro Vicente Ferrer, aportó sobre ella, pero una imagen vale más que mil palabras. Por eso les propongo que observen una de las tablas que conforman el retablo de Cocentaina, pintado a finales del siglo XIV para la ermita de Santa Bárbara de la citada población. En la pintura pueden observar el castigo que Dios inflige a los torturadores que pretendían lapidar a la santa: les lanza rayos y una granizada colosal. Esta acción divina durante su martirio, su muerte súbita y la punición divina contra su progenitor (carbonizado por un rayo) se convirtieron en justificación para asociar a Bárbara como protectora ante las tormentas. Pero, ¿existió esta joven que prefirió sufrir terribles tormentos por su fidelidad al cristianismo? ¿Cuál es su historia?

Devoción y folclore

Lo cierto es que, como otros santos que han sido retirados del calendario litúrgico, no hay nada que invite a pensar que Bárbara existió. La parca credibilidad de las tardías crónicas que difundieron su vida y martirio sitúan la leyenda en el siglo III, en Nicomedia (en la actual Turquía), cuando el cristianismo era todavía perseguido por algunos gobernadores romanos. En este caso no fue ningún prefecto el principal causante de los males de Bárbara, sino su propio padre, llamado Dióscoro, que no aceptó la conversión de su hija al entonces nuevo credo emergente.

Según Jacopo da Varazze, autor de La leyenda dorada -un auténtico éxito literario del final de la Edad Media-, Bárbara poseía tan desmedida hermosura que su padre, temeroso de que la futura santa levantara oscuras pasiones, decidió encerrarla en una torre que construyó expresamente para ella. Este asunto no afectó a la relación entre Dióscoro y su hija, a diferencia de la materia religiosa. Bárbara, entregada al estudio y a la meditación, rechazaba a su padre por las prácticas idolátricas (la veneración de imágenes). Durante su cautiverio, llegó a sus oídos la existencia de un famoso hombre que adoctrinaba en la fe cristiana.

La futura santa estableció contacto por carta con Orígenes, así se llamaba el reconocido maestro cristiano, quien envió a un discípulo para convertir a Bárbara al cristianismo. Sin entrar en detalles muy del gusto de la época pero ingenuos para el lector actual, Bárbara logró escapar momentáneamente, hasta que su padre dio con ella. La leyenda cuenta que el padre la arrastró a casa, la ató con cadenas, la encerró con llave y la denunció al gobernador de la ciudad, claro está, pagano.

Bárbara se mantuvo firme en su fe cristiana y, tras sufrir multitud de tormentos durante su martirio, fue decapitada con una espada por su progenitor, quien no logró retornar a casa, alcanzado por un rayo.

Bajo el suelo de Valencia

La violencia y la rapidez de ambas muertes según narra la leyenda fueron decisivas para que Bárbara se convirtiera en abogada contra los rayos y las tormentas. Así ha pasado a formar parte de nuestra cultura e historia. El folclore popular durante el paso de los siglos se ha encargado de ampliar el radio de acción de esta santa, transformada hoy en patrona de astilleros, arquitectos, pirotécnicos y campaneros entre otros muchos oficios. Si quieren una buena anécdota, sepan que hace 20 años se colocó una imagen suya entre dos túneles del metro de Valencia, a unos tres metros del suelo, entre la estación de Alameda y la de Colón.

Como es sabido, las campanas tenían muchas más funciones que la de marcar las horas. De las más documentadas era el aviso de las tempestades. Con el argumento esgrimido sobre su historia, es lógico que muchas campanas fueran bautizadas con el nombre de la santa, como ocurre en el Miguelete de Valencia. Como era de prever, pese a la supuesta mediación de santa Bárbara, fue habitual el fallecimiento de los campaneros fulminados por un rayo mientras desarrollaban esta labor. Lo sorprendente es que este lúgubre acontecimiento fuera advertido como indicio de buena fortuna colectiva para la población que perdía a su campanero. Poco preocupados en evitar nuevas bajas, se incentivaron los repiques de campanas para conjurar esas tormentas que, con la ayuda de santa Bárbara, esperaban superar. Bien entrado el siglo XIX, se encendían cirios benditos en los hogares, se rezaba en voz alta a Santa Bárbara y se quemaban hojas de laurel mientras sonaban las campanas cadenciosamente a modo de conjuro. Por suerte para los pocos campaneros en activo, son los medios de comunicación o los viejos de cada lugar (auténticos pozos de sabiduría) quienes se ocupan de advertirnos de la proximidad de las cada vez menos numerosas tormentas.

En todo caso, los rituales oratorios de nuestra comunidad siguen presentando a santa Bárbara durante la aparición de las tormentas en diversas comarcas del interior valenciano: 'Santa Bàrbara va pel camp, buscant l'Esperit Sant. L'Esperit Sant no pot vindre, que tres núvols veu vindre: uno de foc, uno de pedra i uno que rellampega. Santa Bàrbara bendita, lliura-nos del tro i de la centella'.

Justiciera

Al lector perspicaz le constará que el más famoso refrán que acompaña a nuestra protagonista sobre su recuerdo cuando truena, dispone de otro significado en sentido figurado y no vinculado a la meteorología. Aunque desconocemos el momento exacto de la variación, la documentación señala que en 1883 ya estaba asentado el dicho para censurar el habitual comportamiento de dejar para mejor ocasión lo que podemos hacer hoy o aparcar indefinidamente aquello inconveniente para nuestros intereses hasta que los truenos, en sentido metafórico, resquebrajan nuestra posición.

Hoy nuestro planeta es un grado más caliente que en la era preindustrial, el quinquenio 2011-2015 ha sido el más caluroso desde que se registran datos precisos, y los responsables muestran más pose que compromiso. Quizá a ellos no les urja. Paradójicamente, serán las generaciones venideras las que se acuerden de santa Bárbara. Aunque no truene.

CALVÉ MASCARELL, Óscar

Las Provincias (29-11-2015)

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