DÁVILA SOTA, Esperanza - Siluetas ateneístas: "Merejo"

Siluetas ateneístas: "Merejo"

En 150 años de existencia de nuestro glorioso Ateneo Fuente podemos imaginar cuántas personas han pasado por él y cuántos hechos y anécdotas se habrán dado a su alrededor. Se habla de egresados distinguidos en todos los campos del saber y en todas las actividades humanas en México y en el extranjero. Se habla de grandes maestros que, a través de su historia, han forjado a una y otra generación, incluso a uno y otro estudiante en particular. Sin embargo, eso no justifica olvidar a los de adentro: los empleados administrativos y manuales que le dieron gran parte de su vida al Ateneo. Aquellos celadores y prefectos encargados de la disciplina y el comportamiento de los estudiantes, aquellos a cargo de áreas administrativas fundamentales para la buena marcha de la escuela y aquellos que diariamente realizan la limpieza y mantienen el edificio en pie, también ponen, a su modo, su grano de arena en la formación de los alumnos.

En el edificio viejo del colegio estudiaron muchas generaciones ateneístas, ya que funcionó ahí durante 65 años. Aquel edificio era una antigua construcción levantada en el lugar donde últimamente fue erigida la plaza Ateneo, en la calle del mismo nombre, ubicado frente a la plaza de San Francisco. La placita fue para los estudiantes un lugar de recreo y de reunión. Ahí repetían la lección, copiaban las tareas y platicaban con los profesores, pero también jugaban volados y naipes y, naturalmente, peleaban entre ellos, a veces a golpe de izquierda y puño cerrado, o por lo menos a patada limpia.

Todos conocían al portero del viejo edificio por “Merejo”, su sobrenombre, y parecía de verdad un cancerbero. Era tan riguroso, que no dejaba entrar a ningún estudiante después de las 8:05 de la mañana, o de las 2:05 de la tarde, las horas de trabajo escolar, y no permitía la salida de ninguno si no era con una clave conocida sólo por él y el secretario del Ateneo, o con un salvoconducto firmado por algún profesor. En tiempos de la Revolución decían que era más fácil conseguir un salvoconducto de cualquier jefe revolucionario, que ablandar el corazón de “Merejo” para que le permitiera a alguien salir a la plaza a comprar un raspado o un chicharrón durito. En aquella época, los alumnos debían usar saco y corbata, de modo que si alguno se presentaba en mangas de camisa, el cumplido cancerbero le negaba la entrada, pero si alguien vestía sólo el saco, sin corbata, “Merejo” le ponía una de mecate y lo llevaba ante el prefecto para que le llamara la atención.

Otro oficio muy importante tenía “Merejo”: era el encargado de tocar la campana para anunciar el inicio y el término de las clases, y lo hacía con puntualidad inglesa. Cuando se cambiaron al nuevo edificio, “Merejo” ya no pudo controlar a los estudiantes debido al libre acceso de todo el edificio. Se encargaba, entonces, únicamente de tocar un timbre que resonaba en todos los rincones de la escuela para marcar las horas de clase, y el tiempo entre uno y otro se sentaba en la prefectura a platicar con los maestros, viejos conocidos suyos a quienes les hablaba de tú desde sus tiempos de jóvenes estudiantes en el viejo Ateneo.

La función de aquel portero era esencial para la buena marcha de la institución, pues de él dependía la convocatoria para el inicio de las clases, y siempre cumplió con su oficio.

Aquel portero-campanero se llamaba Hermenegildo Villanueva Macías, y es, quizás, el empleado de mayor vida laboral en el Ateneo, pues de los 70 años que vivió le entregó 56 al colegio. “Merejo” es una figura ateneísta de mucha presencia en la memoria de los estudiantes que pisaron las aulas ateneístas, tanto las del edificio viejo como las del nuevo durante sus primeros años.

DÁVILA SOTA, Esperanza

Vanguardia (21-10-2017)

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