DOMÍNGUEZ, Moisés - Un Convite con sabor a precampaña

Un Convite con sabor a precampaña

La Cabalgata, un acto con menos reminiscencia religiosa, reúne a autoridades autonómicas y locales en una matinal con miles de asistentes al desfile más peculiar de la «Festa»

Un miembro de la «Degolla» increpa a Fuset por acercarse a la «poalà»

El balcón de la Casa Vestuario se convirtió ayer en una versión reducida del balcón de Fallas, en el que la clase política se arracima cuando llega la Cabalgata del Convite del Corpus Christi. Se trata de la versión desenfadada de la festividad, la que menos palabra de Dios directa incluye (aunque sí que incluye a Dios entre los desfilantes), lo que la convierte en el escenario perfecto para que las autoridades se den cita y muestren su adhesión. Salvo València en Comú, que en este tema ni siente ni padece, el resto del arco sí que estaba presente, ya fuera con representantes locales o autonómicos.

Desde el presidente de la Generalitat Ximo Puig al alcalde, Joan Ribó, pasando por numerosos concejales y asesores. Muchos de ellos con teléfonos, dedicados al socorrido «transmitió en vivo».

Esto, por cierto, le ocasionó un rifirrafe al concejal de fiestas, Pere Fuset, quien, siguiendo su costumbre, se acercó al final de la cabalgata para grabar desde dentro la «poalà» con la que los vecinos rocían de agua a la «Degolla» (los soldados del rey Herodes, que son la nota gamberra del desfile y que finaliza con una especie de tomatina acuática), y uno de ellos se le encaró diciéndole que no le gustaba su presencia. «Me ha dicho que me fuera a ver sardanas». Tuvieron un enganchón de unos segundos pero el propio edil, que es muy dado a «calentarse» en las redes sociales, ni mentó el incidente en su particular crónica.

Mónica Oltra y Enric Morera fueron más originales y se introdujeron en el campanario del Micalet para ver a Francesc Llop y el resto de campaneros tocar en directo, un patrimonio único (ayer era el único día del año en el que suenan todas a la vez) y una sensación que permite trasladarse a las puertas del cielo, se sea creyente o no.

Más allá del deslucido ambiente del sábado, con las Rocas tapadas (buena decisión finalmente, viendo la tormenta que cayó de madrugada), la matinal devolvió las tonalidades habituales: calor (menos sofocante si se quiere por lo que había refrescado el ambiente) y una mezcla de sensaciones entre los que saben de qué va esa colección de bailes con cabezas grandes, un cura (que realmente no es un cura) a caballo, una señora de blanco (que realmente no es una señora sino señor aunque se llame Moma), unos niños con caballos de mentira o un grupo de gritones vestidos de arpillera y con garrotes de plástico. Prácticamente todo en el Corpus es pura metáfora, imposible de entender para quien no está avezado, incluyendo los cientos de extranjeros que se encontraron el festejo casi de casualidad.

Otros no: otros buscan claramente el lugar, incluyendo que, cada vez más, se arraciman en las calles Cabillers y Avellanas, dispuestos a participar del baño colectivo. Como los que se ponen en Estafeta o Mercaderes a la hora del encierro. Pero en València es con siglos de antiguedad en una tradición que brilla. Como el sol.

DOMÍNGUEZ, Moisés

Levante - El Mercantil Valenciano (04-06-2018)

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