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© Diario de Córdoba (2012) © Campaners de la Catedral de València (2024) campaners@hotmail.com Actualización: 24-04-2024 |
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Es ya tradicional en Córdoba que, para las fiestas navideñas, entre los conocidos villancicos que suelen formar parte del repertorio de los no pocos grupos corales existentes en la provincia, y especialmente en la capital, esté el famoso Campanas de la Mezquita , que compuso Ramón Medina. Y es que las campanas son un símbolo navideño ineludible.
El maestro Medina ejerció diversos oficios, escribiendo también para varios diarios de Córdoba, pero siempre los hubo de compaginar con su gran pasión por la música y la composición de piezas y canciones, en su mayoría inspiradas en Córdoba, la ciudad que lo adoptó.
De las muchas composiciones que se han hecho célebres, una de ellas es, precisamente, el villancico que le dedicó a las campanas de la Mezquita-Catedral de Córdoba y a su campanero, perteneciente a la saga de campaneros de apellido Soriano que durante dos siglos estuvo ejerciendo esa monástica y sacrificada profesión de tañer las campanas de la catedral cordobesa. Casi con toda seguridad, el maestro Medina pensó en Manuel Soriano, a quien conoció cuando compuso su famoso villancico. Para aquellos toques de campanas que escuchó el compositor Ramón Medina, el campanero Manuel Soriano utilizaba una tabla enmarcada y muy deteriorada que se sigue conservando en la sacristía de la Catedral y en la que tenía escritos, de puño y letra y a manera de guión, los diferentes toques de campanas que, a la postre, inspiraron al maestro Medina.
Aquellos toques ya no se practican, desde que se automatizaron las campanas, allá por 1981, y se amplió del número de éstas en un afán, para algunos erróneo, de ocupar todas las arcadas con su correspondiente campana, desde la Sala de Campanas hasta el Santo Custodio.
Si aquellas doce campanas, al voltear, hicieron brotar de las manos de Ramón Medina la partitura que dio a luz ese bello villancico, será porque ellas mismas tenían la sobrada virtud de conmover y convocar a quienes las escuchaban. De testigo queda en la Sacristía Mayor de la Catedral aquella vieja tabla escrita por Manuel Soriano donde en ninguno de los toques allí anotados con pluma y lápiz se mandaba tañer todas al unísono, sino alternándose, como un buen coro donde cada voz mantiene su protagonismo.
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