El artesano monfortino Antonio Blanco Lemos, que se dedicó a la fabricación de campanas hasta los años sesenta, conserva los recuerdos de una tradición local iniciada en el siglo XIX por su abuelo, llegado de Cantabria. Durante más de cien años, los talleres de fundición creados por esta familia en Ribas Altas y O Morín surtieron de campanas a incontables iglesias parroquiales de toda Galicia y de otras comunidades. Antonio Blanco guarda en su domicilio la mayor parte de los instrumentos utilizados en su taller, un pequeño museo que evoca una peculiar tradición arrombada por la electrificación de los campanarios.
Los abuelos paternos de Antonio Blanco Lemos llegaron a Galicia en el siglo XIX procedentes de Cantabria -una comunidad que destaca por su gran tradición campanera- y se dedicaron a fundir campanas en numerosos lugares. Su padre continuó la tradición y él mismo se inició en el oficio a los 16 años. Mientras cumplía el servicio militar, a los 18 años, comenzó a trabajar en el taller familiar de Ribas Altas aprovechando los permisos.
Antonio Blanco trasladó más tarde el taller al barrio de O Morín y siguió fabricando campanas hasta 1965, época en que abandonó esta ocupación debido no sólo a que la demanda se iba haciendo cada vez menor, sino también a los problemas de salud derivados de las emanaciones de la fundición. «O médico díxome que non podía seguir», explica.
Aunque ya hace mucho tiempo que el taller de campanas dejó de producir, el artesano conserva la mayor parte de los instrumentos que se empleaban en aquella complicada y ardua tarea, que puede describir con minuciosidad. En su domicilio se guardan también las libretas en que quedaban anotadas las características de cientos de campanas fabricadas a lo largo de los años. Muchas de ellas quizá siguen repicando aún en diversos rincones de Galicia y en lugares más alejados.
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