RODRÍGUEZ, Susana - La torre barroca de la Catedral de El Burgo de Osma

La torre barroca de la Catedral de El Burgo de Osma


Majestuosa, con sus 72 metros de altura, acoge en su interior las seis campanas que, durante años, han anunciado a los burgenses los actos religiosos y civiles que acontecían en la villa

La torre, adornada con filigranas, gárgolas, arbotantes y agujas, fue construida entre los años 1739 y 1753 por los maestros Ondategui y Serrano, después de que derrumbara la primitiva construcción gótica.

En su interior, después de ascender 166 escaleras de piedra en forma de caracol, labor trabajosa, teniendo en cuenta la altura de cada escalón, 21 centímetros, y el lamentable estado en que se encuentran algunos tramos, encontramos las seis campanas.

La campana mayor es la de San Pedro. Le sigue en importancia y en tamaño la de San Juan, y después la de las Ánimas, la de la Concepción, la Picotera y la del Entablado.

No es fácil aproximarse a ellas. El suelo, cubierto por deshechos de paloma, y las maderas sueltas y casi podridas hacen que esta labor sea poco menos que imposible.

Sin embargo, uno de los Últimos campaneros que quedan en toda la provincia, Nicanor Otín, acostumbrado después de toda una vida subiendo para tocar las campanas, nos guía hasta las ventanas del campanario para enseñarnos el impresionante paisaje que desde allí se observa. Campanero fue su abuelo, Pío Otín, y después su padre. Le siguieron él y sus hermanos, e incluso alguno de sus sobrinos ha ejercido como campanero antes de que este se convirtiera en un oficio perdido.

Las campanas se electrificaron hace ya muchos años, por orden del entonces obispo, Saturnino Rubio Montiel, pero Nicanor, campanero por tradición familiar, recuerda cuando todos sus hermanos, hasta nueve, ascendían al campanario para dar los toques más solemnes, aunque las seis campanas sólo sonaban juntas en fiestas grandes, como Santiago, Pascua y las fiestas locales. Y cuando toda la familia Otín podía subir, además de las campaans hacían repicar los cuatro campanillos, dos grandes y dos pequeños, que se encuentran en un lateral de la torre.

Las campanas, como casi todo en esa época, también entendían de clases sociales e incluso de sexo. Los toques de clamor, que se daban con las campanas Picotera y del Entablado, comunicaban al pueblo si el difunto era hombre o mujer por los pares. "Si había muerto un hombre", explica Nicanor Otín, empezabamos con tres toques, y sólo dos si era una mujer.

Los campanillos se tocaban si el difunto era un niño, distinguiendo también su sexo por los pares que sonaban. Y si el muerto era un cura, obispo o canónigo, se tocaban los cuatro campanillos, igual que el día de Todos los Santos.

En estas ocasiones los campanillos se hacían sonar a media vuelta, y era necesario que hubiera al menos tres campaneros cuando los toques, uno en cada par de campanillos y otro dando los pares. "Eran toques muy bonitos", recuerda Nicanor, "pero también he pasado mucho miedo aquí arriba cuando tocaba a difuntos en noches cerradas de invierno, con el viento soplando con fuerza y yo aquó sólo tocando la campana de esa forma tan triste". Pero en noches serenas. El toque de las campanas podía escucharse hasta 12 kilómetros de distancia, sirviendo así de guía a quien estuviera en el camino.

Nicanor dice que ahora, más que miedo siente pena, al ver cómo las autoridades competentes están dejando que el campanario y las campanas se deterioren con el paso del tiempo. En su opinión, bien podría utilizarse esta torre como reclamo para el turismo, porque además que son pocas las personas que alguna vez en su vida han subido a un campanario, el paisaje que se divisa bien vale el esfuerzo de ascender las 166 escaleras.

El Último campanero de San Pedro de El Burgo de Osma

En un día normal, Nicanor Otín y sus hermanos subían tres veces al campanario, "contando con que no hubiera entierros ni ningÚn acto extraordinario."

A las nueve de la mañana tocaban a coro con el campanillo que está dentro de la catedral. Este mismo toque, por la tarde, se efectuaba con la campana de San Pedro, de la que tiraban con una soga desde abajo. Al anochecido tenía lugar el toque de oración, que se realizaba con la campana de las Ánimas a media vuelta, tañida también desde abajo.

Desde el campanario tenían lugar los toques de repique, que anunciaban los actos litÚrgicos de primera y segunda clase. Nicanor Otín explica que los actos de primera clase, como la bajada del Obispo, misa mayor y bendición papal, se tocaban todas las campanas de repiques y volteo. Para las fiestas grandes se tocaban solamente las campanas de San Pedro y San Juan. Las fiestas y misas de segunda clase se anunciaban repicando las campanas de las Ánimas y de la concepción.

En Cuaresma y en Semana Santa se tocaba a media vuelta la del Entablado a Miserere, para anunciar la celebración de un Via Crucis que tenía lugar en la catedral todos los viernes. En ocasiones realmente especiales subían seis de los hermanos para tocar las campanas. Si subía alguno más de la familia Otín hacían sonar también los campanillos, dando más solemnidad a los toques y al acto.

Cuando se le pregunta a Nicanor cuántos años ha sido campanero. Éste responde que "me han salido los dientes en el campanario de la catedral, igual que a mi padre, que además de tocar las campanas hacía otras tareas de la catedral, y todo por un duro a la semana, es decir, casi gratis."

También las mujeres de la familia han tocado las campanas, "porque hace más falta maña que fuerza, es cuestión de habilidad", aunque reconoce que repicar durante mucho rato "era realmente cansado". Nicanor Otín lamenta que nadie se haya preocupado de grabar los toques que daban las campanas para los diferentes actos y acontecimientos. "Las campanas tenían su lenguaje, y todo el mundo lo conocía, todos sabían que estaban anunciando. Ahora se ha perdido todo, ya nadie reconocería los toques ni distinguiría uno de otro."

Susana RODRÍGUEZ
"SORIA 7 DIAS" (2000)
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    Actualización: 28-03-2024
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