SÁNCHEZ, Sergio - La torre del campanario de la catedral de Ávila

La torre del campanario de la catedral de Ávila

La visita a la torre de la catedral de Ávila supone toda una experiencia para poder deleitarnos desde las alturas con una visión distinta de la catedral y permite descubrir uno de los rincones más desconocidos de la seo abulense. Sin duda, una visita totalmente imprescindible que recomiendo a todos aquellos que tengan la oportunidad de realizarla.


Imagen artiSplendore

La visita es guiada-acompañada en grupos reducidos de hasta cuarenta personas. Quizá un número excesivo que puede restar valor por aglomeración, aunque en nuestra experiencia fue totalmente satisfactoria al componerse de nueve personas. El acceso a la torre sur —la inacabada— se hace a través de una escalera de caracol de 133 escalones en la que se pueden observar marcas de cantería no apreciables en otros lugares del templo y en la que se abren pequeñas ventanas abocinadas como saeteras.

Tras subir la escalera de caracol, se accede a una primera estancia donde se abren cuatro vanos apuntados al exterior, y una especie de “pasillo” con arco de medio punto cegado que comunicaría con el interior de la catedral. A modo de curiosidad, en este “pasillo”, la guía-acompañante constata que los restos de hollín que se observan en el arco de medio punto corresponden a las hogueras que realizaba el campanero cuando hacía la “matanza” del cerdo. Y es que en la catedral de Ávila, el campanero vivía allí, como veremos.

A través de una pequeña puerta, accedemos a la pasarela que comunica una torre con la otra, y en la que se alcanza una vista privilegiada desde lo alto de la nave central de la catedral, distinguiéndose al fondo las vidrieras originales de la Capilla Mayor y más de cerca las vidrieras de la nave central —de 1967—; las bóvedas, el reloj con dos ángeles autómatas que tocan las horas y el Cristo crucificado, obra de Vasco de la Zarza, colocado encima de un arco sobre el trascoro. Una magnífica estampa por la que solo por eso merece la pena la visita. El punto negativo es que se tiene que volver sobre nuestros pasos —no se continúa para ascender en la otra torre, como si se hace, por ejemplo, en la visita Ieronimus de Salamanca— para continuar la visita.

Continuando la ascensión por la misma escalera de caracol por la que hemos accedido, llegamos a la parte superior de las bóvedas, no sin antes haber disfrutado de las vistas a través pequeñas ventanas de la escalera, donde se vislumbran los arbotantes que contrarrestan el empuje de la nave central hacia el exterior. Nos encontramos justo encima de las bóvedas, en una imagen poco habitual y que nada hace sospechar la belleza de las bóvedas nervadas. Encima de ellas, nos encontramos la estructura de madera que sostiene una cubierta de madera sobre la que se asienta el tejado, y la curiosidad la hayamos en unas pequeñas “cajas” de madera que son un escape de las bóvedas para liberar la humedad concentrada en el templo.

La casa del campanero es, sin lugar a dudas, lo que más sorprende en la visita. En las alturas nos encontramos con una casa de estilo castellana que recrea cómo vivía el campanero y su familia en el desempeño de su oficio. La casa se conserva prácticamente igual de como la dejó el último campanero a mediados del siglo XX —el oficio pasaba de padres a hijos—, y completada mimo con muebles y otros elementos de la época por el anterior canónigo administrador de la catedral Vicente Aparicio. Así, descubrimos dos alcobas, la cocina con chimenea y multitud de utensilios, una sala de aseo y el espacio que haría las veces de letrina. En medio de la estancia sur se encuentra una polea mediante la cual se transportaban víveres y todo lo necesario para la vida en la torre. A día de hoy, la polea se sigue utilizando para mover los pasos de Semana Santa.

Después de ver la casa del campanero y recrearnos en cómo sería la vida en las alturas, subimos al cuerpo de campanas de la torre norte, es decir, al lugar de trabajo del campanero. Allí descubrimos las siete campanas de la catedral, con nombres tan abulenses como: Requeda, Gamarra, San Segundo, San Cristóbal, María Sonsoles, María Teresa y Platera, la cual recibe su nombre al estar compuesta por plata, y que tiene como función especial la de anunciar con su sonido la llegada a la ciudad de la imagen de Nuestra Señora de Sonsoles. Además de unas magníficas vistas de la ciudad, sorprende encontrarnos tres alquerques con los que seguro se entretenían el campanero, sus hijos y sus ayudantes esperando a dar los toques del día.

Para finalizar la visita, accedemos a lo más alto de la torre inacabada, donde iría el cuerpo de campanas que nunca llegó a construirse y que se cerró con ladrillo y tapial, donde nuevamente admiramos las vistas de la ciudad, esta vez hacia el sur, distinguiendo, además de toda la ciudad como punto más elevado, el valle Ambles, desde la ermita de Sonsoles hasta Villatoro.

La visita, como hemos señalado a comienzo del artículo, es totalmente imprescindible. El proyecto, si bien se había rehabilitado la casa del campanero desde hace años con la exposición de Santa Teresa de Jesús, no se ha expuesto al turismo hasta ahora, y esperemos que la torre del campanario permanezca abierto a las visitas durante todo el año. De momento, solo lo estará en septiembre, periodo ampliado tras la buena aceptación que ha tenido durante el mes de agosto.

Sin duda, artiSplendore, la empresa que gestiona las visitas de la catedral, se ha valido de su experiencia en las alturas de las catedrales de Salamanca para abrir al público la de Ávila. Teniendo en cuenta el reducido espacio, es obligado el pase limitado y no el libre acceso, a no ser que se habilite el acceso por la escalera norte, organizando un recorrido por las alturas que, puestos a soñar —y a pedir— se podría completar con un acceso al cimorro de la catedral, encima de la girola.

El precio de 2€ por la visita a la torre del campanario está totalmente justificado, al ser un acceso “extra” de la visita de la catedral, y merecido. No así el precio también para los abulenses cuando tienen acceso gratuito a la catedral. ¿Cuántos abulenses van a visitar la catedral? Me atrevería a decir que pocos por iniciativa propia, y cuando lo hacen es para acompañar la visita de amigos y familiares para mostrarles —orgullosos— el patrimonio que tenemos. Por tanto, ¿por qué no también la visita a la torre? Pasada la novedad, pocos abulenses seremos los que subamos a la torre, una minoría entre los turistas que apenas repercutiría en la recaudación, a no ser que solamente se abriera dos meses al año, lo cual sería una gran oportunidad perdida para los turistas.

Por último, agradecer a la guía-acompañante, gran profesional que con sus explicaciones completaba y ponía voz a la visita. Desde @diocesisdeavila nos comentaban que se estaba estudiando la posibilidad de poner audioguia en la torre. Realizada la visita vemos totalmente prescindible su aplicación, pues con la labor del guía-acompañante queda suplida totalmente, con la posibilidad de preguntar para responder a dudas y otras cuestiones. Ahora bien, hemos hecho hincapié durante todo el artículo al “guía-acompañante”. No queremos ahondar en un largo e interminable debate sobre el guía y el guía-acompañante, pero sin haber diferencia entre lo que sería una visita “guiada” y una visita “acompañada” solo podemos reducirnos en el aspecto puramente económico de la diferencia entre una clase y otra.

SÁNCHEZ, Sergio

Más que murallas (17-09-2017)

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