MEXICOCITY - Modernidad y crisis (1759-1847)

Modernidad y crisis (1759-1847)

El tránsito

La riqueza que generaba la Nueva España en la segunda mitad del siglo XVIII se vio reflejada en las iglesias y palacios virreinales, que en la Ciudad de México fueron numerosos. Al llegar Carlos III a la Corona de España (1759), se inicia una época caracterizada por una creciente centralización del poder, una secularización del estado y una explotación de los recursos materiales no vista en siglos pasados.

Por estos motivos, la capital del virreinato de Nueva España adquiere importancia como sede del poder, cabecera del comercio y centro de control social de todo el reino. El siglo barroco, al que los americanos estaban acostumbrados, con su desorden festivo, mezcla de grupos sociales y arte criollo de oropel tiene que ceder ante las imposiciones modernizadoras de los Borbones.

En 1783, durante el gobierno del virrey Matías de Gálvez, se estableció la Real Academia de San Carlos, a la que se dotó de maestros notables como Rafael Ximeno Planes en pintura y a Manuel Tolsá en escultura y arquitectura. El arte académico, por su carácter culto y tecnificado desplazó a los gremios y suplantó al barroco por el Neoclásico, de cuidadas proporciones, colores fríos y economía de recursos. El virrey Bucareli emprendió, junto con estas novedades, un saneamiento moral, que llevó a una mejor recaudación de impuestos. Con ello se pudo mejorar el aspecto de la ciudad arbolando avenidas, como la que conducía a Coyoacan convirtiéndolas en Paseos.

La ciudad de México es objeto de otros reordenamientos urbanos tendientes a mejorar la salubridad, regular el comercio y el trabajo (fomentando la industria en detrimento de los gremios), regulando las órdenes conventuales. Todo ello bajo el control funcionarios peninsulares y una menor presencia criolla. Hasta entonces, los artesanos se agrupaban en torno a gremios y los talleres se localizaban dentro de las mismas residencias. Esto mantuvo a los distintos estamentos sociales distribuidos en toda la ciudad, pero la formación de talleres de mayor tamaño y la aparición de fábricas como la Real Fábrica de Tabaco en el sur de la ciudad, propiciaron el nacimiento de los barrios periféricos mestizos.

Fama y riqueza

Una aurora boreal anunció la llegada del virrey Vicente Güemez Pacheco y Padilla, segundo Conde de Revillagigedo quien emprendió la mejora del empedrado e iluminación de las calles, se moderó el uso de las campanas de iglesias y conventos, se evitó la presencia de animales de corral en la vía pública, el Palacio Virreinal dejó de ser un mercado público y se procuró que las festividades religiosas se mantuvieran dentro del recato. El comercio ambulante fue confinado a los mercados del Volador y del Factor, mientras que para las importaciones y productos finos se reedificó el Parián, en la Plaza Mayor. Uno de los frutos de estas obras fue el surgimiento de la arqueología mexicana, con el descubrimiento de la llamado Calendario Azteca en 1791. Este sol de piedra caería muy pesado a Bucareli ya que su sucesor, el corrupto marqués de Branciforte no sólo lo acusó de traición, sino que trajo consigo los vicios de la decadente casa Borbón española, a la que el virrey rindió homenaje en la estatua ecuestre de Carlos IV, llamada desde entonces El Caballito.

Debido a su riqueza, y sobre todo a su orden y concierto, la Ciudad de México fue en ese momento la ciudad mejor urbanizada del naciente siglo XIX. Sus calles mantuvieron la traza cuadricular (pese a la moda francesa que comenzaba a crear ciudades radiales) debido a su amplitud y al magnífico paisaje que la rodeaba. Fue entonces cuando se acuñó el calificativo de "Ciudad de los Palacios".

La animada vida de la esta ciudad inundaba fondas, boticas, platerías, expendios de Real Lotería, librerías, en la fuente de la Mariscala y llegaba hasta los caxones o tiendas del Parián donde los chaquetos vendían ropas y chinerías. Los criollos poseían periódicos, como el Diario de México, donde sutilmente se comentaban los acontecimientos. Entre algunos de estos criollos destacaban los más jóvenes y ricos llamados petimetres y sus damas o cuturracas que gustaban de vestir con las extravagantes modas francesas y tomarse la vida a la ligera. En cafés y chocolaterías se hacían escarnios contra Napoleón, visto en los teatros como chango y considerado el anticristo.

Mientras tanto, en Santo Domingo los escribanos españoles o evangelistas, redactaban documentos, se paseaba por la arboleda de Bucareli o se jugaba en el frontón de San Camilo. No obstante las advertencias del obispo Abad y Quiepo persistían las tremendas diferencias sociales entre la gente bien y las castas.

Con sus 130, 000 habitantes, la ciudad conventual de los siglos anteriores comenzó a incorporar instituciones tecnológicas como el Real Seminario de Minería edificado en la calle de Tacuba y a crear palacios campestres en la Rivera de San Cosme, San Angel y Tlalpan. El contraste de esas villas con la creciente plebe y el descontento criollo fue el caldo de cultivo para el inicio de una guerra sangrienta que el toque de queda no pudo sofocar.

La peste

Las guerras de independencia, que respondieron las medidas despóticas y pretextando la invasión napoleónica en España, tomaron forma de una guerrilla en el interior del país. Hubo proyectos para amurallar la ciudad y crear un foso, que por la urgencia del momento nunca fue terminado. La capital, por representar el poder virreinal y militarizada años antes, se convirtió desde entonces en el máximo bastión estratégico, que sin embargo, las huestes de Hidalgo evitaron entrar en ella, acaso la Virgen de los Remedios enarbolada por los gachupines evitó un desastre?.

Los conflictos en la ciudad se dieron más bien en el campo político y diplomático. Para 1812, al promulgarse la constitución de Cádiz, la Plaza Mayor de México cambió su nombre por Plaza de la Constitución. En dicho documento habían participado diputados americanos, como Fray Servando Teresa de Mier. Durante el resto de la lucha independentista salieron ejércitos de la ciudad, pero no se desarrolló ningún combate dentro de ella, aunque sí se padeció desabasto. En las calles, mendigos fingidos y mestizos sin oficio buscaban caridad. Los criollos, por su parte, iban y venían movidos por la ambición o en busca de diversiones en bailes y conspirando en los velorios. Pese a la crisis, en 1813 se termina el centenario edificio de la Catedral, así como el Seminario de Minería, ambos proyectos de Tolsá.

Tras una conspiración contra el gobierno constitucional español, en 1821 entra a la ciudad el Ejército Trigarante al mando de Iturbide, en medio de arcos triunfales y chiles en nogada. En 1822, Iturbide, quien por sus vínculos con el clero y la aristocracia, es coronado emperador en la Catedral en una emulación napoleónica.

En 1824 se restableció la República y el congreso decretó que la Ciudad de México se separara administrativamente del estado del mismo nombre con un territorio dividido en cuarteles y con el nombre de Distrito Federal. Entre otras medidas republicanas, el Presidente Guadalupe Victoria mandó retirar la estatua de Carlos IV de la Plaza Mayor, borrar los blasones nobiliarios de los edificios e iniciar la ceremonia del 16 de septiembre que en ese entonces tuvo tales tintes antiespañoles que acabó con la expulsión de los comerciantes peninsulares en 1827.

El profundo deterioro económico que siguió a la consumación de la Independencia se vio reflejado en la nula actividad constructiva durante toda la primera mitad del siglo XIX. Por su parte, el abandono de las minas y el nulo comercio internacional provocaron la afluencia de grupos desposeídos a la ciudad que recibieron el título de léperos. Esta masa de desposeídos fue presa fácil de las arengas conservadoras durante el motín de la Acordada, primera de muchas luchas civiles de la incipiente nación.

Esta situación propició la aparición de pestes que abarrotaron los hospitales y llenaron los cementerios. La insalubridad llevó a tomar medidas como prohibir los velorios en las casas mientras que la piedad popular y el miedo se sumaron a las continuas asonadas políticas protagonizadas por el general Antonio López de Santa Anna. Por otra parte, el ambiente de barbarie, la moda académica y la crisis económica propiciaron la destrucción de numerosos altares barrocos. Los conventos, poseedores de gran parte de las propiedades de la ciudad se aferraron a sus rentas más que nunca.

Opera trágica

Pocos fueron los aportes de estos gobiernos efímeros que se debatieron entre el Centralismo y la Federación, comenzando la costumbre de la gente con recursos de poseer casas en las zonas aledañas a la ciudad: Tacubaya, Mixcoac, Tlalpan, etc. Los cuartelazos (en ocasiones salidos de la Ciudadela), siempre tuvieron como objetivo el Palacio Nacional y como corolario el saqueo del erario.

Pese a la bancarrota, o precisamente debido a ella florecieron las diversiones como el circo, los dioramas y el teatro de ópera. Santa Anna mandó construir un fastuoso teatro y no faltaron las corridas de toros. Para 1842 el tirano inicia la construcción de una Columna de la Independencia en la Plaza de la Constitución de la que sólo se acaba el zócalo dándole su nombre actual a la plaza. Por las calles circulan pasquines de polkos y rojos y volantes donde se supo de la pérdida de Texas.

Ese fue el anuncio del cierre de la comedia política que se convirtió en tragedia con la llegada de los ejércitos norteamericanos en 1847. Empleando una avanzada táctica los yanquis rodearon la ciudad, ganando las batallas en Churubusco, Padierna, y Chapultepec. Entre sus contingentes venía un grupo de irlandeses llamado batallón de San Patricio, que por su origen católico y por la discriminación que eran objeto, se ponen del lado de los mexicanos. Su traición es severamente castigada al ser fusilados en San Angel. Después de grandes pérdidas y saqueos, el 16 de septiembre ondeaba la bandera de las barras y las estrellas en el Palacio Nacional. A partir de entonces, y durante nueve meses de ocupación, los gringos cometieron toda clase de abusos y escándalos, propiciando que inseguridad y la mugre invadieran de nuevo las calles... remember the Alamo.

Libros sugeridos

Matute, Álvaro (comp.)

Antología México en el siglo XIX

UNAM, 1973

Tovar, Isabel. Mas, Magdalena (comp.)

El Corazón de una nación independiente

Serie Ensayos sobre la Ciudad de México, vol. III

DDF, UIA, CNA, México, 1994

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    Actualización: 28-03-2024
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