NÚÑEZ PEÑAFLOR, Marlem - El simbolismo del toque de las campanas: presencia de las campanas en América

1. Primera llamada: aviso histórico

1.8 Presencia e importancia de las campanas en América

En América la Iglesia no se propagó sólo por la iniciativa de los misioneros, ni por la acción de la jerarquía; será la corona la que asuma la función de evangelizar. Ella no sustituirá el poder espiritual de la iglesia, sino que le ofrecerá el poder de su brazo, y en cambio ésta le concederá por actos de autoridad pontificia una delegación de poderes especiales mediante los cuales el rey será quien elija, seleccione, envíe y distribuya misioneros, recaude recursos, provea lo necesario, edifique iglesias y promueva por iniciativa propia la conversión de los naturales (Zuretti, Historia eclesiástica, citado por Gabriel Guarda O.S.B. en los laicos en la cristianización de América, 1992: 14).

La responsabilidad de la iglesia en materia espiritual no se limita al mero patrocinio de fiestas religiosas, sino que se extiende a la fundación de monasterios, el cuidado de la moral pÚblica, costumbres cristianas, la enseñanza de la doctrina a naturales y vecinos.

El padre Constantino Bayle, en un estudio sobre los cabildos, trae numerosos ejemplos relativos a la cristiandad de sus disposiciones, pero estas preocupaciones extendíanse a materias tan delicadas como la de prohibir el trabajo desde las vísperas de los días de fiesta, prever la celebración de misas por los fallecimientos en guerra o en naufragios, aparte de las ocasiones de pestes, sequías o acción de gracias por diversos beneficios.

En Tlaxcala, grupos de familias indígenas cristianas se trasladaron a vivir entre los chichimecas a fin de convertirlos segÚn el método de conversación. El mismo Felipe II quien escribiera en enero de 1593 una carta a los indios principales de aquella región agradeciendo estos envíos de comunidades apostólicas. La fama de estos equipos misionales de indígenas novohispanos fue tal, que una vez realizado el descubrimiento y colonización del PerÚ, se solicitó al monarca autorizara el traslado de cincuenta frailes y cien indios de la nueva España de los más fieles e instruidos al cristianismo para enseñar dicha doctrina a los naturales del PerÚ (Guarda, 1992:32).

Juan B. Olaechea ha estudiado la espiritualidad de estos apóstoles seglares, entre los que reinaba un afán de constante enriquecimiento espiritual, profundización en la fe, formación cada vez más acabada. Índice de todo ello, es la traducción a las lenguas americanas de obras espirituales elevadas como las relativas a la meditación, examen de conciencia, rezo de las horas y, en general, libros de profundo contenido teológico. Sistema preferente en este arte del progreso espiritual lo constituirían las cofradías de los naturales, como también su participación en las órdenes terceras de los mendicantes (Guarda, 1992: 33).

Algunos indios catequistas dejados a cargo de la doctrina en pueblos sin sacerdotes, ampliaban sus funciones diciendo las horas canónicas y celebrando un motu proprio (ciertas especies de liturgias de la palabra), que no eran otra cosa que misas en seco. El primer Concilio de la Iglesia mexicana mandó a éstos limitarse al sólo canto de la doctrina en alta voz y de las horas de Nuestra Señora los días de fiesta. Los conventos franciscanos de la sierra congregaban niños "para servicio del culto divino y para que ayuden a decir misa y cantar y tañer y oficiar en el coro y ser intérpretes y enseñar la doctrina cristiana a los indios naturales" (Guarda, 1992: 37).

La liturgia virreinal vista como tiempo sagrado es un vehículo para el conocimiento central de la fe, pues en los ciclos anuales garantiza no sólo la actuación de lo ya sabido, sino el aumento progresivo de su conocimiento en profundidad. Por otra parte, en la práctica la activa participación litÚrgica desde el punto de vista formativo, se da en toda su virtualidad, bien asentada la vida ciudadana, dentro de la pastoral urbana.

En lo que respecta al tiempo, la guarda regular del domingo, el día del Señor, visto sólo desde el aspecto de asueto o feriado, es un impacto en la existencia cotidiana del indígena convirtiéndose en un hecho doblemente significativo. Consecuencia de este tiempo, es no sólo su aspecto negativo -no trabajar-, sino el positivo: consagración del día a Dios. En una civilización cristiana y secularizada como la nuestra, el hecho de que se diese la celebración del domino en los siglos llamados a veces de la Edad Media americana en esa especie de sociedad sacral, en la forma en que se dio, constituye una de las manifestaciones principales de la inmersión, de todos los habitantes en un verdadero tiempo de Dios. Si a ello se agrega el hecho de que, fuera del domingo, los tiempos litÚrgicos del ciclo anual: Adviento, Navidad, Epifanía, Cuaresma, Pascua, Pentecostés, estaban subrayados no sólo por el tono de los ritos, dentro de las iglesias, sino por la atmósfera peculiar que iluminaba (veladas y villancicos en Navidad; indultos y fiestas, en Pascua) o entenebrecía (ayunos, procesiones penitenciales, autos sacramentales, retiros, en Cuaresma) toda la vida de las ciudades, las fiestas religiosas de cualquier género constituían -excepto fastos de la monarquía- las Únicas expansiones festivas de época. La activa participación de los fieles en los ejercicios espirituales en los días culminantes del año litÚrgico -Semana Santa, Octava de Pascua- la predicación en aquellas celebraciones, y en las misas del tiempo otorgaban sentido al régimen de la vida de esa época (Guarda, 1992: 102).

La mayoría de los escritos referentes a los ejercicios espirituales en relación con el tiempo de Cuaresma - como por ejemplo "Empleo y excreción, sanctos sobre los Evangelios de las Dominicas de todo el año", de Diego de Vega; "Apuntamientos de todos los sermones Dominicales y Santoral desde primero de Diciembre hasta principio de Quaresma", de Antonio Pérez; "Sermones de Quaresma desde la dominica de Septuagésima hasta Pascua", de Gabriel de Rivera; "Los Domingos de cuaresma", de Basilio Ponce de León; "Sermones quadragesimales y de la Resurrección", de Martín de Peraza; "Consideraciones sobre todos los Evangelios de Cuaresma", de Alonso de Cabrero; "Ejercicios espirituales para todos los días de Quaresma", de Pedro de Valderrama; "Sermones de Adviento y cuaresma", de Fray Luis de Granada; entre otros-, señala el largo periodo de preparación como la fiesta máxima de la cristiandad, se prestaba para conversión de la vida y la reformación de las costumbres. A la celebración de la Semana Santa, con sus procesiones penitenciales y la participación general de los habitantes en el triduo sacro, sucedía, claramente destacada con sus rasgos más festivos, la celebración Pascual. Para el caso de Chile, segÚn la descripción del padre Alonso de Ovalle, acerca de la celebración en Santiago a mediados del siglo XVIII, tiene el mérito de la participación de todos los estamentos de la sociedad. Gabriel Guarda, en su libro "Los laicos en la cristianización de América", señala -con base en las descripciones de las festividades religiosas hechas por Carvallo Goyeneche en Chile, y el inca Garcilaso, en PerÚ- que la veneración de los santos tiene vital importancia en la formación seglar con derivación en los medios populares, pues en la ejemplaridad de sus vidas los cristianos vieron no sólo un modelo sino un estímulo en sus ansias de perfección. Sólo dentro de este contexto puede comprenderse el impacto que en la cristiandad americana tuvieron las beatificaciones de los santos locales como: Santa Rosa de Lima, Santo Toribio de Mogrovejo o San Francisco Solano, por nombrar sólo los del ámbito del virreinato del PerÚ.

La participación litÚrgica desde el punto de vista cultural, estudiado especialmente por Gabriel Guarda, en su parte más relevante consiste en: la misa, la cual se inscribe en general, dentro de la manera practicada en la Iglesia Universal en todos los países del orbe cristiano hasta antes del movimiento litÚrgico iniciado en Francia por don Guéranger y en Alemania por los benedictinos de Beuron a mediados del siglo XIX y que culminó como reforma tan sólo después del Concilio Vaticano II, a partir de 1965. Lo importante y lo permanente en la liturgia de la misa en la época virreinal, era, ser participada, incluso activamente sin importar la forma.

La forma comÚn de participación en la misa era la oficial prescrita por el Misal romano, pero existían además otras al alcance del seglar para su uso práctico y mejor aprovechamiento. El arzobispo de México Fr. Juan de Zumárraga en su Regla cristiana breve para la feligresía indiana, compuso un capítulo intitulado "De qué manera se ha de oyr missa", en el cual recomienda la asistencia "porque ésta es la principal obra que en servicio del Señor podéis hazer yendo a ver y a adorar a vuestro criador y Señor, el qual viene del cielo a la tierra por os visitar...".

La participación en la misa iba acompañada por las posturas y gestos externos propios de cada momento, los que, como es sabido, han variado y seguirán variando, siempre justificados por lo que se estima correspondencia más fiel respecto a la celebración del misterio. Entre los indios mojos, gracias al padre Cipriano Barraza, se cantaba "en canto llano el Gloria in excélsis, el Símbolo de los Apóstoles y lo demás que se canta en las misas mayores". En el siglo XVII el sínodo celebrado en Santiago de Chile por el obispo Carrasco y Saavedra dice, respecto a las ceremonias de la misa, que dos eclesiásticos "las vayan advirtiendo, como son: arrodillarse al introito y ponerse de pie a las oraciones de la misa mayor, a la Gloria, al Evangelio y Credo, al incensar al Señor en el altar y estar de rodillas todo el tiempo que dure el sacrifico, desde el prefacio hasta la comunión (Guarda, 1992: 110-111).

De acuerdo al citado sínodo, en la misa celebrada en ambientes urbanos, sobre todo en las grandes fiestas, la Única manifestación patente de la incorporación del laico al sacrificio del altar -fuera de la comunión-, era el saludo de la paz, llevado por el ministro correspondiente por el portapaz, generando muchas veces -cuando se trataba de misas solemnes a las cuales asistían autoridades- competencias lo más contrarias a su sentido, causadas por su omisión o incorrecta transmisión, accidentes que tornaban este rito de paz en algo humillatorio, ofensivo. En la misa del Jueves Santo era costumbre entregar la llave del monumento del Santísimo a la autoridad seglar, generalmente al alcance del primer voto, quien la llevaba a su casa y la devolvía oportunamente al celebrante en la solemne acción litÚrgica del viernes.

En las misiones entre los indios es donde existían signos mucho más libres y manifestativos en relación con la participación de los fieles en la misa. En el Piritu se distingue claramente entre la misa de los fieles y la de los catecÚmenos: terminada la homilía, el celebrante y dos muchachos seglares, que lo acompañaban en la explicación de la doctrina, hacen "un acto de contricción y los christianos se quedan a oir la misa y los infieles se van a sus casas" (Ruiz Blanco citado en Los laicos en la cristianización de América de Gabriel Guarda, 1992: 111).

En el ofertorio, segÚn informaba al rey en 1581 el obispo de Santiago fray Diego de Medellín, los indios ofrecían "algÚn huevo o polla... y acuando lo hacen es de voluntad y sin compelerlos" (CD III citado por Gabriel Guarda, 1992: 112). En ciertas partes de México en la misma época, durante la comunión, se les iban poniendo a los naturales guirnaldas de flores al cuello; pero lo más llamativo era la abundante ofrenda, especialmente en los ofertorios de Pascua de Resurrección: pasaban en interminable ceremonia, al altar, mantas y paños bordados, velas, perfumes, incienso, cruces de oro, plata y plumería, comida preparada o animales. Cabe destacarse de la participación cultural de la liturgia, la incorporación de los seglares al rezo del oficio divino y, la oración oficial de la Iglesia.

En su Regla cristiana breve, Fr. Juan de Zumárraga da por hecho la asistencia de los fieles no sólo a la misa sino, distinguiéndolo a "los divinos oficios". La asistencia a Vísperas, e incluso a Laudes, sobre todo en las catedrales es frecuente (Zumárraga citado por Gabriel Guarda, 1992: 112-113).

En un continente el cual, hacia 1623, se habían levantado setenta mil iglesias y quinientos conventos (González Dávila "Teatro de las grandezas...", citado en Los laicos en la cristianización de América, 1992: 136), donde se calcula que el clero a fines del siglo XVIII fluctuaba entre los treinta y cinco y los cuarenta mil miembros (Amunátegui Solar "Discurso...", citado en Ibid), no podía dejar de sentirse la impresión de una gran religiosidad ambiental, capaz de trascender desde las formas más externas de la sociedad hasta las fibras más íntimas de cada uno de sus habitantes.

Signos de esta religiosidad eran no sólo la presencia arquitectónica de los hermosos templos y edificios de una manera u otra vinculados a la Iglesia, ni las grandes festividades que se habían ido multiplicando progresivamente, sino las pÚblicas acciones de gracias por el más diverso género de sucesos. Detalles tan elocuentes como el trato y contrato en los mercados durante la consagración durante las misas mayores de las catedrales, del comercio a las "oraciones"; los votos colectivos con ocasión de calamidades pÚblicas; la penitencia y ayunos generales durante la Cuaresma; la colaboración de todos los habitantes en las obras de carácter sagrado o la veneración manifestativa rendida a obispos y prelados. En la interioridad de la casa era cosa de cada día, al encender las luces, levantar la mesa, rezar oraciones en comÚn.

En la Constitución 74 del concilio limense de 1552 se velaba porque los curas encargasen a los maestros de escuela que impartiesen la doctrina cristiana a sus educandos. En un edicto suscrito en Castro, la capital de la provincia de Chiloé, en julio de 1807, por el director de la escuela real del lugar se destacan los siguientes aspectos: en su primer punto significativamente el documento señala al joven "cómo es necesaria la educación para su bienestar y la salvación de su Alma, que será su primer objeto y atención". En el punto cinco se estipula que el toque de la campana, "servirá para que todos se reÚnan a dar gracias y alabar al Creador por los beneficios del día y los que continuamente nos dispensa, y así dispuestos, ir a la iglesia de dos a cuatro filas de menor a mayor con los brazos cruzados a oír la misa...". El punto nueve a la letra dice: "cuando la campana de alguna de las iglesias de la ciudad haga señal de que va a salir el viático para algÚn enfermo, se dispondrán todos a acompañar al Señor con toda devoción, poniéndose en dos filas para formar calle, y al avisar a S.M. Empezarán el Padre Amable" u otro cántico hasta la casa donde se dirige, de la cual volverán en la misma forma, restituyéndose inmediatamente a la escuela (Guarda, 1992: 57-59).

1.9 Evangelización en la Nueva España

En el texto de los "Coloquios de los Doce", escrito en 1564 por Fr. Bernardino de SahagÚn se encuentra un catálogo de los primeros doce frailes franciscanos enviados por el Sumo Pontífice Adriano Sesto, cuya misión era la conversión de los indios occidentales al cristianismo. La lista de nombres y virtudes es la siguiente:

1.- Fray Martín de Valencia, vino por principal y prelado de todos ellos; varón de aprobada santidad y competente letrado.

2.- Fray Francisco de Soto, docto en las cuestiones espirituales así como en la Teología.

3.- Fray Martín de la Coruña, de gran humildad y asiduo a la oración.

4.- Fray Thoribio Motolinia, amigo de la pobreza, humilde, devoto y competente letrado.

5.- Fray Francisco Ximénez, docto en el derecho canónico.

6.- Fray Antonio de Ciudad Rodrigo, competente letrado y ferviente a la conversión de las almas.

7.- Fray García de Cisneros, competente y apacible letrado.

8.- Fray Luis de Fuensalida, hábil y competente letrado.

9.- Fray Juan de Ribas, elocuente y humilde, celoso de las cosas de su orden y competente letrado.

10.- Fray Juan Juárez, estuvo poco en estas tierras pues murió en la Florida.

11.- Fray Andrés de Córdova, devoto religioso, hábil y gran trabajador.

12.- Fray Juan de Palos, en compañía de Fr. Juan Juárez se trasladó y permaneció en la Florida, donde posteriormente murió.

Enviados segÚn las palabras del Papa, Adriano Sesto, para predicar la palabra de Dios e instruir a los indios en la religión cristiana, los doce frailes expusieran de la siguiente manera la esencia de su misión: "...nosotros doze emos sido elegidos y embiados por el gran Señor que tiene authoridad espiritual sobre todo el mundo, el qual habita en la gran ciudad de Roma; diónos su poder y autoridad, y también traemos la Sagrada Escriptura, donde están escriptas las palabras del sólo verdadero Dios, Señor del cielo y de la tierra, que da vida a todas las cosas, al qual nunca abeis conocido. Esta y ninguna otra es la causa de nuestra venida, y para esto somos embiados, para que os ayudemos a salvar y para que recibais la misericordia que Dios os haze; el gran Señor que nos embió no quiere oro, ni plata, ni piedras preciosas; solamente quiere y desea vuestra salvación" (Duverger, 1993: 64).

Los predicadores, cuyos textos nos dicen que son teólogos doctos y prudentes, identifican muy pronto la ventaja doctrinaria que van a explotar: la doble dimensión espiritual y temporal, de la divinidad cristiana. Así como Cristo es a la vez hombre y Dios, la Iglesia detenta un doble poder, secular y religioso. La aptitud franciscana consistió en insistir en la enfeudación del poder temporal al poder espiritual ya que "Toda autoridad viene de Dios"; el gesto de Cortés al postrarse y arrojar su capa a los pies de Martín de Valencia fue un excelente símbolo de ello.

Es así como los franciscanos se benefician de un terreno filosóficamente favorable, pues esa dimensión política del poder divino es desconocida en México por completo. Los dioses mexicanos tienen funciones pero ninguno tiene poder, la sociedad azteca no conoce más que un solo título para designar al poseedor del poder político supremo, el del Tlatoani.

Duverger (1993), sostiene que el choque dialéctico tiene modelos Coloquios, hay una conjunción de dos encuentros filosóficos: por una parte, parece que el Dios de los franciscanos tiene un suplente de esencia en relación con los dioses mexicanos, puesto que por naturaleza es omnipotente y todo poder procede de él; por la otra, los aztecas son capaces de concebir esa superioridad, puesto que posee a la vez el monarquismo y el politeísmo; estaban acostumbrados a conocer la autoridad segÚn el modelo de la inicidad, pero exclusivamente en el registro humano puesto que el politeísmo les impide hacerlo en el registro divino. En cuanto al soberano, de ninguna manera está divinizado. Asimismo, cuando los misioneros les explican que Dios es a la vez Teotl y tlatoani, efectivamente comprenden que ese Dios es en lo ontológico superior a los suyos.

No se conocen las palabras exactas empleadas por los monjes pero se sabe cuál fue el tenor de lo dicho "Si vuestros dioses hubieran sido más poderosos, os hubieran protegido de los invasores. Los españoles ganaron por que estaban de lado del Dios omnipotente". Al reconocer lo anterior, los caciques se pusieron furiosos contra sus sacerdotes, y los sacerdotes furiosos contra sus dioses. La ruta de la convención estaba abierta. (Duverger, 1993: 101)La cristianización en México se convierte poco a poco en una realidad popular: Hombres, mujeres, niños, nobles y plebeyos terminan por interesarse en la nueva religión. Y las efemérides de la convensión están marcadas por fechas símbolos que registra la misma decisión hacia la aceptación sociológica del cristianismo: el 14 de octubre de 1526 en Texcoco se celebra el primer Matrimonio católico, el del hermano del rey Cacaman y, por imitarlo, otros siete dignatarios de la provincia texcocana se casaron en el curso de la misa ceremonial. A finales de 1526, en Texcoco, tiene lugar la primera procesión para hacer las lluvias que arruinaban las cosechas e inundaban las casas, Signo de los tiempos, la procesión fue eficaz; dejó de llover esa misma noche (Duverger, 1993: 108-109).

Con el propósito de volver al cristianismo práctico que admitiera todos los avances de la cultura humanista y racionalista, coordinando la tradición y progreso; la obra de Pedro de Gante, de Vasco de Quiroga, de Zumárraga, de Bartolomé de las Casas y de otros evangelizadores novohispanos, está impregnada de este espíritu que lleva a los misioneros del siglo XVI, al estudiar las lenguas, las costumbres y las tradiciones indígenas para incorporar a éstos a la nueva religión (Cué Cánovas, 1985: 158).

Puesto que todos los ritos prehispánicos eran al aire libre, la predicación no tendría lugar en la obscuridad de las iglesias sino afuera, en una inmensa explanada arreglada delante del monasterio con la finalidad de dejar a los indios apropiarse del culto cristiano.

SegÚn la Epístola Proemial del fraile Antonio Pimentel Sesto conde de Benavente, en la Nueva España en la noche de Navidad los indios "ponen muchas lumbres en los patios de las iglesias y en los terrados de sus casas; generalmente cantan y tañen atabales y campanas, que ya en esta tierra ponen mucha devoción y dan alegría a todo el pueblo, y a los españoles mucho más. Hallé un pueblo que se había reunido, y poco antes había tañido su campana como y al tiempo que en otras partes tañen a misa; y dichas las horas de Nuestra Señora, luego dijeron su doctrina cristiana y después cantaron su Padre Nuestro y Ave María, y tañendo como a la ofrenda rezaron todos bajo; luego tañeron como a los Santos, y herían los pechos ante la imagen del crucifijo, y decían que oían misa con el alma y con el deseo, porque no tenían quién se las dijese" (García Icazbalceta, 1971: 70).

Hacia el año de 1530 se edificó la ciudad de los Ángeles, provincia de Tlaxcala por mandamiento del presidente y oidores de la Audiencia Real: el Obispo Don Sebastián Ramírez de Fuenleal, el licenciado Juan de Samaniego, el licenciado Alonso Maldonado, el licenciado Ceinos y el licenciado Quiroga, respectivamente.

La finalidad primordial fue poblar el lugar con la gente que se diese a la labranza de los campos y cultivo de la tierra a la manera de España, "En las octavas de Pascua de Flores, a diez y seis dís del mes de Abril, día de Santo Toribio, vinieron los que había de ser nuevos habitantes, por mandato de la Audiencia Real fueron ayudantados aquel día muchos indíos de las provinciass y pueblos comarcanos. Vinieron de Tlaxcala sobre siete u ocho mil indios, poco menos de Huexotzinco, Calpa, Tepeyac y Chololl; traían latas, ataduras, cordeles, paja de casas, entraban los indios cantando con banderas y taniendo campanitas y atabales, y otros con danzas de muchachos y otros bailes. Luego de dicha misa, ya trían hecha y sacada la traza del pueblo por un cantero que aquí se halló; y luego sin mucho tardar los indios limpiaron el sitio, y echaron los cordones repartiendo hasta cuarenta suelos al mismo nÚmero de pobladores con los cuales se fundo la ciudad" (García Icazbalceta, 1971: 232)Fray Toribio Motolinía señala en su Tratado I, capítulo XIV, que cuando tañen las campanas la mayoría de los españoles aunque estén enfermos, acuden a misa.

Prosigue Motolinía, tomando como referencia una carta de un fraile morador de Tlaxcala referente a la Cuaresma de 1539 y a la celebración de la fiesta de la Anunciación y Resurrección: Toda la Semana Santa estuvieron en los divinos oficios. En el Sermón de la Pasión lloraron con gran sentimiento, y comulgaron muchos con gran reverencia. A efecto de celebrar la Pascua, "Han estos tlaxcaltecas regocijado mucho los divinos oficios con cantos y mÚsica de canto. De órgano; tenían dos capillas, cada una de más de veinte cantores, y otras dos de flautas, con las cuales también tañían rabel y jabebas y muy buenos maestros de atabales concordados con campanas pequeñas que sonaban sabrosamente" (García Icazbalceta, 1971: 84).

En la misma obra Motolinía señala que en las celebraciones de Corpus Christi y de San Juan del año de 1558, los tlaxcaltecas, hacían tan solemne fiesta que, "iba en la procesión capilla de canto de órgano de muchos cantores y su mÚsica de flautas que concertaban con los cantores, trompetas y atabales, campanas chicas y grandes, y todo esto sonaba junto a la entrada y salida de la iglesia, que parecía que se venía el cielo abajo" (García Icazbalceta, 1971: 79-81).

La vida colonial de la ciudad de México estaba regida por los toques de las campanas de la Catedral y de las torres de otras iglesias. En un artículo de Luis González Obregón (1937), se halla una descripción minuciosa de cómo la cotidianidad de esta práctica era fundamental entre la gente de aquella época.

De esta manera, comienza diciendo que las campanas anunciaban el amanecer con el toque melancólico de las "Ave-Marías"; llamaban nerviosas a las primeras misas; después alegres, a las fiestas titulares, y lánguidas, a las doce, para comer; hora en que invariablemente se da cuerda a los relojes y se sentaban todos a la mesa.

Solemne era el toque de las tres de la tarde, dado por la Campana Mayor de Catedral, que por medio de golpes interpolados todas las campanas de las torres erguidas sobre el caserío de la ciudad, recordaban la pasión de Cristo, en memoria de la cual los devotos rezaban tres credos, hincados de rodillas y descubiertas las cabezas, en las calles o en las casas, si ya habían salido o aÚn dormían, al despertar, con el espumoso chocolate de la merienda cotidiana.

En los intervalos de tan solemnes toques, se escuchaban las pequeñas campanas de los monasterios que reglamentaban la vida de las monjas y de los frailes, así de día como de noche; lo mismo que la de los estudiantes en la Real y Pontificia Universidad y en todas las escuelas o colegios.

Las cabezas descubiertas y de rodillas la gente se postraba en las vías pÚblicas, en las plazas o en el interior de las habitaciones, los cristianos rezaban con mucha unción, al anochecer la triste salutación del "Ángelus", llamada por el vulgo "las oraciones", hora en la cual ninguna mujer joven o anciana estaba fuera de su hogar.

A las ocho de la noche la mayoría de los vecinos, unos encerrados en sus piezas, otros ya recogidos en sus lechos y no pocos en las calles, oían durante un cuarto de hora "la Plegaria de las Ánimas", y en el curso de la novena que presidía a la conmemoración de los difuntos, en el día de finados y en su octava, a continuación de la plegaria seguía "el doble", prolongado casi siempre media hora y a veces más.

Las personas de honestas costumbres que no gustaban de andar en aventuras, ni en casa de juego ni en las juergas, ni en riñas callejeras, se retiraban a sus casas antes del "toque de la queda", que en el siglo XVI duraba de las nueve a las nueve y media de la noche, y hasta las diez en tiempos posteriores. Este toque fue antiquísimo y se regularizó en la ciudad de México a moción que presentaron en cabildo cuatro regidores, para que el toque se diera por los alguaciles o por orden de ellos, pues los proponentes se dolían de que la ronda y guarda de la ciudad, durante la noche, no se hacía como era debido.

Aceptada y promulgada la ordenanza, a los que después del "toque de la queda" encontraba "la ronda" en la calle, les recogía las armas si las portaba y si era gente sospechosa, con armas o sin ellas, se le conducía a la cárcel, con el fin de que justificase por qué transitaba a tales horas, prohibiéndoles también a los mendigos que después de aquel toque de reposo, pidieran limosna.

A la media noche interrumpían el tranquilo silencio de la vieja ciudad virreinal las campanitas de los conventos, que congregaban a los frailes y a las monjas para rezar "los maitines" en los coros.

Tristes y dolientes fueron los clamores y los dobles por los muertos, y se abusó tanto, que por la pena causada a los enfermos, a los moribundos y a las almas afligidas, hubo de reducirlos a cuatro toques; uno al saberse la muerte de la persona; otro, al salir de las parroquias los acólitos con la cruz y los ciriales, y los clérigos revestidos y con sus breviarios, para traer el cuerpo del difunto; otro al entrar de regreso a los templos, y el Último, al darse sepultura ya fuere en el atrio o en el campo santo.

Las campanas de la Catedral anunciaban las muertes de los reyes o de los virreyes, de los arzobispos o de los capitulares, con repetidos golpes, pausados y sonoros. Cien tañidos de la Campana Mayor de la Catedral, seguidos por un triple doble de todas las campanas mayores y menores, eran nuncio que secundaban con clamores y dobles los campanarios de las parroquias, de los conventos, de las ermitas y de los hospitales que había en la ciudad, "y que como un ¡ay! prolongado y triste repercutían los campaniles de los pueblos y aldeas cercanos y lejanos; repetido en la misma lÚgubre forma nueve días consecutivos durante media hora, a las doce del día y a las oraciones de la tarde" (González, 1937).

Llamábase "toque de vacante" el que avisaba la muerte de los prelados y dignidades eclesiásticas, porque su empleo quedaba "vaco". SegÚn la categoría, era el nÚmero de veces que tañía la Campana Mayor: "Sesenta", si era el prelado de la iglesia; "cuarenta", por alguna de las dignidades; "treinta", por los canónigos; "veinte" por los racioneros; y "diez", por los mediorracioneros, pero sólo a la hora en que morían, en los funerales o en los entierros.

Por el modo de combinar el toque se llamaba "de rogativas" el que se daba a fin de implorar y alcanzar remedio en alguna grave necesidad, especialmente pÚblica, como cuando había fuertes granizadas, tempestades de rayos y centellas, sequías, epidemias, guerras, terremotos, o al salir la procesión de la "Cruz Verde", la víspera de los autos de fe.

También había toques melancólicos, fÚnebres, pausados, solemnes y suplicantes, regocijados y entusiastas, ya fueran "repiques", si los bronces se tocaban con los badajos; ya a "todo vuelo", cuando se alternaba el tocar de las campanas con el voltear de las esquilas. Unos y otros pregonaban festividades o noticias religiosas o civiles: el Año Nuevo, el Corpus, la Ascensión, la Trinidad, el día de San Pedro y San Pablo, el de la Virgen de Guadalupe; la salud de los monarcas, de los príncipes, de los virreyes, de sus consortes, de sus hijos; las juras, las tomas de posesión, las bodas, los bautizos, la llegada del correo, esto es, de la nave llamada de "Aviso", que era la que conducía la correspondencia del extranjero, tanto para las autoridades como para los particulares; y el arribo de la famosa "Nao de China" al puerto de Acapulco, esperada con tanta ansia por los ricos comerciantes de aquella época. Las señoras y señoritas sabían que la célebre Nao les traía ricas sedas de China, mantones de Manila, lujosos tápalos, abanicos calados de marfil, biombos bordados con figuras de aves y plantas fantásticas, valiosos tibores de porcelana, vajillas fabricadas especialmente para los que tenían títulos de Castilla, con escudos y blasones de sus armas nobiliarias.

Los toques de campanas menos frecuentes fueron los de "arrebato", cuando la ciudad recibía una noticia alarmante o se conmovía por algÚn acontecimiento inusitado. Por ejemplo la toma de los puertos por piratas o corsarios holandeses, franceses o ingleses, que en aquellos tiempos infestaban los mares; cuando un tumulto producido por un levantamiento popular, como el de 1624 o el de 1692, acompañados de saqueos de casas y comercios, incendio a las Casas de Cabildo o al Real Palacio, o para llamar a fin de que acudiesen a sofocar un incendio, las autoridades, los vecinos y las comunidades, con sus santos venerados y reliquias milagrosas.

Entre los toques extraordinarios y no comunes, hay que recordar las consagraciones de las campanas por obispos y arzobispos, en las cuales aparte de ponerles nombres de vírgenes, santos y ángeles, eran saludadas por sus compañeras al bajarse de las torres para fundirlas de nuevo y colocarlas en otros sitios, o al elevarlas por primera vez a los campanarios.

Los toques de campanas cesaban por completo del Jueves Santo al Sábado de Gloria, y se tocaban sólo en los grandes terremotos. Muchos repiques históricos sucedieron en tiempos virreinales, pero uno se hizo célebre en el periodo de la guerra de insurrección, el del "Lunes Santo", 8 de abril de 1811, al recibirse la tarde de ese día la noticia de la prisión de Hidalgo, Allende y demás caudillos iniciadores de la Independencia; repique que llenó de gusto a los realistas y que sonó como doble en los oídos de los insurgentes (González, 1937).

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    Actualización: 28-03-2024
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