MOLINÉ ESCALONA, Miguel - La Torre Nueva

La Torre Nueva

El curso del sol o los desacompasados toques de las iglesias y los establecimientos religiosos se habían visto insuficientes para organizar la vida de la ciudad mucho antes de la construcción de la torre del reloj. Una orden del rey Fernando I, el de Antequera, de 1414, obligaba a los jurados de Zaragoza (comparables a los concejales actuales) a asumir la reglamentación horaria de los negocios y los actos urbanos: se debía dotar un salario para una persona que tuviera el cargo de hacer sonar las horas en una campana, cuyo sonido alcanzara todos los términos de la ciudad.

Cuando se acordó construir la Torre Nueva, en 1504, la cuestión seguía siendo la necesidad de garantizar la seguridad de la distribución del tiempo urbano, pero también se trataba de la instalación de un reloj mecánico, del que el concejo de la ciudad cabeza del reino todavía carecía, y de la elevación de una alta torre, que, permitiendo llevar lejos los sones de sus campanas, superara a cualquier otra existente en la ciudad.

Su maestro constructor fue Gabriel Gombau, uno de los más notables y experimentados de la Zaragoza de entonces, además de maestro de ciudad (arquitecto municipal, salvando las distancias con el cargo actual). Pero la enjundiosa obra que era, verdadero rascacielos entre los edificios de tres alturas que configuraban la ciudad, obligó a la concurrencia de otros maestros, cuyos pareceres en el proceso de construcción de la torre fueron comprometidos mediante juramento: Juan de Sariñena (que más tarde haría la Lonja de la ciudad), Juan Gomabu y los mestros Juce de Gali, Mahoma Rami y Ezmel Allabar.

La práctica consuetudinaria de la construcción no bastaba para resolver los problemas singulares de un alarde como éste. Al igual que otras obras de calado similar, la de la torre tenía algo de experimento, por lo que también levantaba una lógica expectación.

La torre fue terminada enseguida, con forma octogonal, según el tipo de doble torre, con escalera entre una y otra, transmitido desde el período islámico, y con un enriquecimiento al exterior que, sin duda, satisfizo los deseos de los jurados de hacerla destacar por encima de cualquier otra. Pero también mostró enseguida la necesidad de reforzar su base. La inclinación que adquirió le dio una particularidad añadida que la hizo famosa, a la vez que puso a disposición de algunos cuantos el argumento que serviría para lograr su demolición en 1892.

La sin par bella torre del reloj de la ciudad, la torre de Zaragoza, como fue llamada más tarde, la única torre civil del elenco mudéjar aragonés, ha sido también la más llorada, quizás porque, además de ser popular, sufrió la destrucción más desmesuradamente injusta de las que propiciaron las incontables y graves pérdidas del patrimonio de esta bimilenaria y principal ciudad.
Martes, 3 de Septiembre de 2002

MOLINÉ ESCALONA, Miguel
Bitácora Almendrón (2002)
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