CHUST, Eusebio - El hundimiento de la torre de la Catedral

El hundimiento de la torre de la Catedral

El hundimiento de la torre de la Catedral
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El hundimiento de la torre de la Catedral
El hundimiento de la torre de la Catedral

El hundimiento de la torre de la Catedral
El hundimiento de la torre de la Catedral
La desgracia, ha tendido una vez más sus fatídicas alas sobre esta desventurada tierra, inundando el corazón y el alma de los conquenses de duelo y de tristeza.
La Giralda, hermosa y magestuosa torre, digno coronamiento de nuestra magnífica Catedral, hundióse ayer mañana. La que durante cinco siglos, ha sostenido erguida y arrogante, fuertes batallas con los elementos, cayó sobre su misma base, cumpliendo la inapelable sentencia de la muerte, de que todo lo que existe ha de morir; caída que nos recuerda aquellos célebres versos que dicen: «Las torres que desprecio al aire fueron, á su gran pesadumbre se rindieron.»

Las primeras noticias

Con la velocidad del rayo circuló la noticia, en la mañana de ayer, de que sobre las diez ó diez y cuarto, la torre de la Catedral basílica, habíase hundido.
Increíble pareció, en un principio, dudándose mucho de la veracidad de tal versión, confirmada poco después, por la insistencia de los que la referían, y por la multitud que afluía hacia la parte alta de la población.
En un momento, la Plaza de la Constitución vióse totalmente llena de numeroso público que con la sorpresa natural que producen las grandes catástrofes, contemplaba mudo y anonadada un enorme montón de ruinas.
El estupor y el desconsuelo se reflejaba en todos los semblantes, aumentado después al saber que sobre poco más ó menos había que lamentar desgracias personales y que ascendían á un número imposible de calcular.
Sobre las diez y media acudimos al lugar del suceso, siendo imposible en aquellos momentos, recoger datos que con certeza no pusieran en conocimiento de tan sensible desgracia.
Los canónigos y beneficiados, sorprendidos por un estruendo, al que siguió una espesa niebla de polvo que impedía el distinguir á las personas á una distancia de cuatro metros –aún no terminado el rezo del Coro y de las Horas Canónicas–, salieron atemorizados ante el peligro inminente de la destrucción de la fábrica, precipitándose á la calle con los mismos trages que llevaban puestos, seguidos del público que había en el interior de la Catedral y blancos completamente por el polvo.

Los primeros auxilios

Un grupo de hombres del pueblo, repuestos del susto y de la sorpresa, lánzase á prestar auxilios á una familia compuesta de la madre y cuatro hijos de corta edad que se hallaban en una casa cubierta por los escombros del hundimiento, consiguiendo sacarlos después de infinitos sacrificios y despreciando su vida, pues el único machón de la torre con dos enormes campanas, amenaza caer inmediatamente.
Casi asfixiados por el polvo que produjo el hundimiento son sacados, y merced á los indispensables auxilios para reaccionarlos, quedan en un estado satisfactorio.

Las Autoridades.

Poco á poco han acudido á la Plaza Mayor todas las autoridades.
En ella se encuentran y transmitiendo órdenes importantes el Excmo. Sr. Gobernador Civil, el Sr. Alcalde que ha subido de un juicio oral en el que actua de magistrado y el que ha sido suspendido, varios Jefes de la Guardia civil y poco después algunas parejas del benemérito Instituto.
También se hallaba el Iltmo. Sr. Obispo, rodeado de todo el Cabildo muy desconsolado y á cuyos ojos asomaron algunas lágrimas.
Todas las autoridades, así como el vecindario, han rivalizado en celo para aminorar los efectos de la desastrosa catástrofe de ayer, distinguiéndose el Excmo. Sr. Gobernado y los agentes á sus órdenes, cuyas felices iniciativas son dignas del mayor encomio.
El Juez de Instrucción, Sr. Torres, se ha multiplicado en los sitios de mayor peligro, impulsado siempre, por sus excelentes deseos de rebuscar en los más recónditos y ocultos lugares á las víctimas que en ellos se suponían. Varias veces le vimos ascender por las resentidas escalerillas de caracol que dan acceso á las bóvedas, dar disposiciones y organizar cuadrillas de obreros para que acudieran á los puntos amenazados.
El Sr. Gobernador militar, Sr. Vela, fué de los primeros en visitar casas ruinosas y en situarse al pié del único muro de la derribada torre.
Los jefes y oficiales de la Guardia civil, organizaron el servicio de la tropa.
Pero, ante el tremendo desastre, se ha distinguido la primera autoridad popular. El Sr. Ballesteros, oyendo á todos y cercado de entusiastas ya que no tuvo á mano personal técnico, acudió el primero al sitio de la catástrofe; visitó las casas contiguas, ordenando la retirada de los vecinos, acudió á la escombrera de la torre y recorrió la Catedral por todas sus naves y dependencias, animando con su ejemplo al vecindario que tan valientemente ha secundado sus órdenes.
Nuestro incondicional aplauso á tan celosas autoridades.

La familia del Campanero

A casa del barbero Manuel Sancho es llevada la familia del Campanero que ocupaba las habitaciones inferiores de la torre en el momento del hundimiento y que ha tenido que bajar por una escalera que tiene salida por la Iglesia Catedral, junto al altar de Nuestra Sra. de las Nieves.
Toda la familia reunida menos una hija que estaba repicando y la que ha sido sepultada entre el escombro, representa una escena por demás desgarradora y difícil de relatar.
Llantos de angustia y de dolor salen de los labios de la desconsolada familia que enternecen á todo el público y arrancan lágrimas á varios circunstantes.

¡A salvar á los enterrados!

De boca en boca recorre una cifra de muertos que aterra. Hácese ascender dicho número á quince ó veinte y un numeroso grupo de gente del pueblo, de hijos del trabajo despreciando su vida, lánzanse á quitar piedras, para ver de conseguir el extraer á alguno de los que se hallan entre aquel enorme montón de piedras.
Ramón Verdú, Andrés Ebole, Cruz Gómez, Jesús Guijarro, Máximo Martínez, Vicente Costero, el cojo del Castillo, Antonio Cavero, Ricardo Guaita, Gregorio Montero, Sotero Palomo, Ciriaco Collado, Andrés Leganés, Eleuterio Alonso, Julián Niño y nuestro querido amigo D. Eulogio Serdán, y algún otro acompañados de una pareja de la guardia civil, suben al vértice de aquella pirámide de escombros, y arañando y arrancando con las manos, –pues ni pico ni azadón tenían, – las grandes piedras de sillería que se hallaban en la parte superior, consiguen quitar algunas, pero sin hallar el rastro de ser viviente.
De este hecho nos ocupamos en otro lugar.
De pronto, unas voces, salidas de entre las piedras y maderas, les lleva hacia allí y con un valor propio de la noble clase obrera, consiguen poner al descubierto un bulto humano que todavía alienta.
Comunicada á la muchedumbre la noticia, un clamoreo y un rumor de ansiedad renueva por toda la Plaza Mayor.
Es un niño el que acaban de descubrir, y para poder sacarlo hacen falta picos que puedan mover enormes piedras, que impiden su salida.
Varios vecinos de la Calle de San Pedro los facilitan y lógrase, á las 11•20 de la mañana, extraer al pobre niño, con dos heridas en la cabeza, de las que mana abundante sangre y con todo el cuerpo sucio del color blanco de las ruinas.
Como trofeo victorioso es bajado á la calle Francisco Requena, que así se llama el niño, y desde allí lo trasladan á una casa próxima donde fué asistido y curado de primera intención por el médico D. Joaquín Lumbreras, el que desde los primeros momentos no se apartó del sitio del suceso, por si hacían falta sus servicios.
Reconocido por este señor, se le apreciaron las dichas heridas, las que calificó de leves.
Mientras tanto, proseguíanse los trabajos para buscar á las demás que faltan, sin resultado alguno.

Las víctimas

Las personas que se hallaban tocando las campanas y que indudablemente han perecido son:
María Antón, agraciada joven de 20 años, hija del campanero; Gregorio López, de 10 años; Reyes López Ochoa, de 9; José López; Alejandro Mena y el ya salvado Francisco Requena, que tiene 15 años de edad.
A más de datos, asegúrase que había varios niños jugando en la puerta de entrada á la torre, los que sin duda habrán perecido, y se añade que algún serrano que estaría haciendo las cargas de leña, ha sufrido igual suerte.

Continúan los trabajos

Toda la mañana de ayer continuaron los trabajos para quitar piedras con el fin de ver si se conseguía hallar algún niño; pero aquellos resultaron infructuosos, hasta las dos de la tarde, hora en que se halló el cadáver de María Antón en un hueco de la escalera, hallazgo hecho por haberse abierto un boquete en el interior de la Catedral en la puerta de entrada al Claustro.
Hállase el cadáver de la infortunada María, medio cuerpo suspendido en el aire y el de la parte superior empotrado entre unas enormes vigas y una millonada de toneladas de escombro.
Se le ven las faldas y las piernas á una de las cuales le falta un zapato.
Es imposible sacarla por su posición, so pena de que salga hecha pedazos, por lo que se desiste de ello, después de haber intentado hundir más la escalera, cosa que ha prohibido el Arquitecto municipal, para evitar que con los golpes pueda hundirse el machón que queda con dos campanas.
Durante toda la tarde y por la noche, (á cuyo fin se instalaron focos eléctricos) han continuado los trabajos, hasta las tres de esta mañana, que se suspendieron por lo pertinaz de la lluvia, sin que se haya logrado extraer ningún cadáver.

Francisco Requena

Con la intención de visitarle fuimos á su casa, calle de San Pedro, núm. 28, donde se nos recibió con gran amabilidad por toda su apreciable familiar, y solicitados algunos datos nos los facilitó su ilustrado hermano Ovidio, diciéndonos lo que el herido les había dicho, que es lo siguiente:
Estando tocando las campanas, empezaron á caer arenillas y piedras, ante lo cual les dijo María que se bajaran inmediatamente, que se desplomaba la torre, habiéndose detenido él para coger la capa, y echaron á correr escalera abajo, donde les sorprendió el hundimiento, habiendo quedado sepultado todo el cuerpo excepto la cabeza, que él cree haber tenido metida en el baso de una campana, no perdiendo el conocimiento durante el tiempo que estuvo entre ruinas hasta que le sacaron.

El señor Obispo

Atribulado nuestro venerable Prelado, á quien las lágrimas bañaban sus ojos, recorría el lugar del suceso acompañado de sus familiares, sin darse cuenta de la tremenda desgracia que presenciaba. Sus dulces palabras expresaban el profundo sentimiento que embargaba su ánimo y su estado denunciaba la intranquilidad de todo su ser.
El Cabildo catedral y el clero parroquial lamentaban la catástrofe, que priva por mucho tiempo á los fieles conquenses de utilizar el magnífico templo, cuya primera piedra colocó el granadino monarca Alfonso VIII.

Un detalle heróico

Tan pronto como comenzaron á secundarse las disposiciones de los Señores Alcalde y Juez de Instrucción, y se trató de examinar los escombros al pié del ruinoso y único muro de la derruida torre, á fin de salvar, si era posible, á las desgraciadas víctimas de tan horrible accidente, ofreciéronse denodados y valerosos obreros, sin ningún género de herramientas, á practicar tan filantrópico como arriesgado registro.
La ascensión, dificilísima, á través de los derruidos sillares, de las campanas, de los restos del famoso Giraldo y de un montón de cascote, no fué obstáculo para coronar la eminencia y escuchar los ayes lastimeros de un muchacho que, envuelto entre miles de toneladas de piedra, debió su milagrosa salvación á la colocación de unas vigas colocadas, á galas de soportes, y que sostuvieron, no se sabe como la considerable avalancha del material desprendido. Procedióse, con sumo cuidado, á separar las enormes piedras que amenazaban por segundos la existencia de aquel pequeñuelo, al mismo tiempo que una pareja de la Guardia civil, y otros varios obreros, tan valientes como los primeros, rivalizaban en heroísmo para arrancar á la muerte á una de sus víctimas.
De pronto, y cuando el éxito casi coronaba tan gigantesco esfuerzo, oyese una voz alarmante, tan desoladora como terrible. ¡Qué se cae el muro! ¡Qué se viene abajo! ¡Fuera! ¡Fuera! y ante el instinto de conservación inicióse un movimiento de retirada. ¡Quieto! gritó nuestro amigo Sr. Serdán ¡no hay cuidado todavía! ¡Vamos á sacar á este muchacho! Y aunque el desmoronamiento del muro era incesante y los cascotes, las piedras y el polvo impedían las faenas del desescombro, consiguióse merced al denodado arrojo de Cruz Gómez Lozano, de Antonio Moltecoles, un guardia de seguridad, Andrés Leganés y de algún otro, extraer al pobre muchacho, que auxiliado por estos, por la Guardia civil y por Ciriaco Collado, Vicente del Castillo, D. Juan Verde, el tabernero del Castillo y otros cuyos nombres sentimos ignorar, trasladaron al herido fuera de tan siniestro lugar haciéndose cargo de él, el inteligente facultativo D. Joaquín Lumbreras presente en aquellos momentos de angustia y de tribulación.
Bien lucharon, exponiendo generosamente sus vidas, los que realizaron acto tan heróico que debe premiarse con señalada distinción; pero, testigos presenciales del hecho que narramos, nos es muy grato el consignar, en aras del respeto y entusiasmo que sentimos por el benemérito cuerpo de la guardia civil, que la serenidad y sangre fría demostrada por los guardias segundos Sres. Julián Niño Ballesteros y Eleuterio Alonso Gómez, quienes, con su honroso uniforme y su armamento, oyeron impávidos y sin inmutarse las voces de alarma desafiando á la muerte con estóico valor, y permaneciendo inalterables en aquellos momentos de estupor y de pánico, que su conducta, así como la de su compañero Fausto Martínez Ruiz, que minutos más tarde, se encontraba en la cima de aquel informo montón de escombros, sea conocida por sus dignísimos jefes y recompensada en la forma que determinan los sabios Reglamentos de ese benemérito Instituto.
No es lo mismo utilizar las armas en defensa propia, batiéndose contra el enemigo ó contra los bandidos, que aguantar inmóviles y con estupenda indiferencia, la muerte que pudo sobrevenir, por segundos, en tan desolado lugar.
La Providencia ha mantenido enhiesto aquel formidable muro, cuya caída hubiera causado en esta población desgracias sin cuento.
Esperamos que el Iltmo. Sr. Gobernado, consigne en la hoja de servicios del guardia Leganés, el nuevo que hoy ha prestado, y hacemos la misma súplica al infatigable alcalde de esta ciudad, en obsequio de los valientes obreros cuyos nombres quedan apuntados.

Lo que se dice

Durante todo el día de ayer, han circulado rumores y se han hecho comentarios, que para insertarlos no habría espacio en todo el periódico.
Se censuró ayer mañana, la falta de herramientas y personal idóneo para haber efectuado los primeros trabajos, así como la tardía llegada del señor Arquitecto al sitio de la catástrofe.
Estando tan cerca el almacén de herramientas del Municipio, ¿porqué no se llevaron? ¿ó es que no las hay?
Dícese que S. S. Iltma. se sintió enfermo ayer tarde, habiendo tenido que acostarse.
Háblase de una suscripción á favor del desventurado campanero. Desearemos que así se haga, para lo cual cuenten sus organizadores con nosotros, ofreciendo desde ahora nuestras columnas para el indicado objeto.
También se nos ha dicho que se preparan solemnes funerales por el eterno descanso de las víctimas del siniestro, á los cuales se piensa invitar á las Autoridades y al pueblo.
Parece ser que e Arquitecto indicó al señor Deán el estado ruinoso de la torre, habiendo dicho el Sr. Navarro, que al reponerse de su enfermedad, consultaría al Cabildo sobre su arreglo.
Ha sido comunicada la noticia por telégrafo á los Senadores de la provincia.
Algunas gentes sencillas, hacían comentarios sobre la fecha fatídica del día de ayer.

Ultima hora

A la hora de entrar en máquina este número continúan los trabajos sin haberse hallado ningún cadáver.
Se asegura que esta tarde llegarán dos Compañías de Ingenieros del Cuerpo de Zapadores Minadores.
Al telegrama puesto por el Iltmo. Sr. Obispo al Excmo. señor Ministro de Gracia y Justicia, ha contestado anoche.
Se ha reunido esta mañana el Cabildo Catedral, ignorando o que habrán tratado.
Hoy no se ha celebrado ningún culto en la Catedral, y las horas canónicas y el rezo del Coro se hará en la Iglesia de la Merced.
*
* *

Escrita esta reseña bajo la dolorosa impresión de tan tremenda desgracia, y dada la premura con que ha sido escrita, suplicamos á nuestros amables lectores, perdonen y disculpen las faltas é imperfecciones que encuentren en estas líneas.
Eusebio CHUST.

Notas del día


Con motivo del hundimiento de ayer, se suspendieron los cultos, que en la Capilla del Corazón de Jesús de la Catedral, se celebraban en honor del titular, así como las Juntas extraordinarias de la Conferencia de San Vicente de Paúl.

Poco después del desplome de la torre, multitud de palomas revoloteaban en torno de la cornisa y barandilla del lienzo que ha quedado en pie, buscando afanosas á sus compañeras y pequeñuelas que, en gran número, debieron ser arrastradas al verificarse el hundimiento.
Puede asegurarse que nuestra generación ni la siguiente no han de ver terminadas las obras de reparación de nuestra Catedral Basílica, por lo que respecta á la artística torre que ayer desapareció para siempre.
Serán precisos minuciosos y detenidos reconocimientos para apreciar si los muros del templo adosados á la torre quedan resentidos é inservibles.

Digno de atención es el fenómeno que se notó ayer en el momento del desprendimiento de la Torre á pesar de la inmensa mole de piedra de que aquella constaba, los fieles que se encontraban en el interior de la Catedral no oyeron el natural estruendo que se produjo y sí una trepidación parecida á la que origina un temblor de tierra.
Los moradores de la misma plaza de la Constitución escucharon sorda detonación, como de lejano trueno, y en la parte baja de la Ciudad nadie se apercibió de tan terrible suceso.
Contra la voluntad de nuestro querido amigo D. Eulogio Serdán hacemos constar que fué el primero que se ofreció al Sr. Alcalde para acudir al sitio de mayor peligro, y que en efecto, él y el obrero Cruz Gómez Lozano escalaron los escombros y oyeron las voces del infeliz Requena procediendo inmediatamente á su salvación sin arredrarles el espantoso muro de veinte metros de altura que, á sus espaldas, amenazaba sepultarles.
El Sr. Serdán, desprovisto de su levita, trabajó con igual energía que el más valiente de los obreros.
Para dar cabida á la reseña del hundimiento de la Torre de la Catedral, hemos tenido que retirar todos los originales compuestos para el número de hoy, entre los que figuraban un comunicado del Sr. Gabas y un artículo del Sr. Serdán. Los publicaremos mañana.
CHUST, Eusebio
"El Progreso Conquense" (14-04-1902)
Biblioteca Pública del Estado en Cuenca "Fermín Caballero"
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  • Destrucciones de campanarios y campanas: Bibliografía

     

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