VERA BORJA, Manuel - Por quién doblan las campanas

Por quién doblan las campanas

Hemos asistido durante las últimas semanas a una curiosa polémica en Andalucía. El contencioso ganado por un vecino de Jaén que vive junto a la catedral y sufre el fuerte tañido de las campanas del Cabildo. Una polémica ciudadana entre quienes reivindican su sonido como una seña de identidad o por su sentido religioso y quienes las sufren o sencillamente no aceptan -desde un sentido laico de la convivencia- el privilegio de que impongan su presencia, siendo como son un reclamo o instrumento de comunicación de una religión concreta, la católica. Hay quien se pregunta si se autorizarían los rezos del muecín desde lo alto de una mezquita, en Granada, por ejemplo. Curioso que se hable de ellas en estos tiempos en que nadie las escucha. Hubo una época no lejana en que las campanas comunicaban, hablaban a las gentes en un idioma que entendían, anunciando la vida y la muerte. También tocaban a rebato cuando el fuego amenazaba o, más lejanamente, cuando se acercaba el ejército enemigo, que inevitablemente acababa fundiéndolas para fabricar cañones.

Las campanas tenían antes quienes las tocaban, los monaguillos, que se arreguindaban de la larga soga que, atada al badajo de la campana, caía desde lo alto de la torre. Pero ya no hay monaguillos y casi ni curas, así que ahora las campanas suenan con martillos mecánicos. Se ha perdido el vocabulario, la partitura, el rico lenguaje con el que los monaguillos tocaban unas u otras campanas con distintos ritmos y cadencias, pregonando mensajes distintos que las gentes entendían: un entierro, la misa del gallo, una boda, etc. Porque no hay que olvidar que las campanas son instrumentos musicales, uno de los más antiguos y usados por diferentes pueblos y culturas. De hecho, hemos asistido en la modernidad a la idea de recuperarlas como los instrumentos musicales que son, ejecutando recitales, a veces con partituras escritas expresamente para las campanas de una ciudad.

Si alguien duda de su belleza, hay una ciudad donde puede descubrir su armonía y sentido. Roma es un concierto continuo donde los campaniles compiten con sus diferentes tonos y ritmos creando una sinfonía continua. A veces he pensado en el pavor que su silencio causaría en una mañana romana.

Confieso mi admiración por ellas, quizás porque crecí a su sombra, en la casa de mis abuelos que está junto a una iglesia cuya orgullosa campana imponía e impone su presencia cotidiana. Naturalmente oigo su sonido cuando estoy allí, pero ni perturba mi descanso ni distrae mis pensamientos. Creo que me perturbaría más su silencio, que me parecería extraño. De su lúgubre tañer hace muchos años deduje o intuí, siendo niño, que mi abuelo había muerto, y que era por él por quien tocaban las campanas aquel día.

Así que, entendiendo el derecho del ciudadano que sufre las de la catedral de Jaén y el derecho de quienes reclaman el silencio laico o la diversidad de llamadas al culto (que no me molestaría), creo que las campanas tienen que seguir sonando porque forman parte de nuestra historia, cultura e identidad. Y además su sonido es bello.

Cuando estoy escribiendo estas líneas llegan a mis manos los periódicos del día, llenos de la sangre inocente que los etarras acaban de derramar una vez más. Las campanas de España, de todos nosotros, tocan hoy por Carlos y Diego.


VERA BORJA, Manuel

La Voz Digital (01-08-2009)
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