ARTOLA, Diego - Un campanario para la eternidad

Un campanario para la eternidad

El Ayuntamiento de Urduliz y la Diputación ayudan a la parroquia local para apuntalar la vetusta torre de Andra Mari con riesgo de derrumbe

Imagen de una de las campanas reforzadas con una rejilla contra las palomas - AUTOR: ARTOLA, Diego
Imagen de una de las campanas reforzadas con una rejilla contra las palomas - AUTOR: ARTOLA, Diego

La iglesia de Andra Mari de Urduliz se levanta orgullosa exhibiendo juventud y lozanía en un contundente desafío contra los estragos del tiempo. El templo, originario del siglo XVI, se ha repuesto una vez más a los achaques de la edad para proyectar su imponente figura en el paisaje urduliztarra. Una operación de cirugía en su campanario ha aliviado el desgaste de cientos de años que amenazaba la integridad misma de su estructura.

La reforma, recién terminada a falta de pequeños remates, es obra del empeño personal del párroco Javier Berasaluze, que ha recabado el respaldo del Ayuntamiento y de la Diputación para preservar la robustez. El sacerdote se ha erigido en baluarte de la preservación de este patrimonio como miembro de una generación de curas de pueblo amenazada por la falta de relevo generacional. "Si no es por nosotros, no se mueve ni una aguja en la parroquia", asume con pesadez.

El clérigo lanzó hace 3 años la voz de alarma ante el estado "lamentabilísimo" de la estructura interna de la torre del campanario que presentaba riesgo de derrumbe. "Cada vez había que andar con más cuidado. Metías el pie y se podía ir abajo el peldaño", describe. El párroco recuerda las oquedades de las vigas que permitían el paso de un brazo. "Ya no era madera, estaba todo podrido", reitera.

La quebradiza escalinata ha dejado paso a una robusta estructura de hierro que tranquiliza su ánimo. "Esto es para siempre", dice con el orgullo del deber cumplido. La obra no se ha limitado a asegurar la robustez de la torre y ha introducido elementos cosméticos en la figura del monumento.

Así, la cúpula exterior se ha recubierto en cobre oxidado logrando un mayor atractivo visual. "Está mucho más elegante", recalca. La medida también ha atendido a las necesidades de supervivencia de la vetusta construcción cortando una de las posibles vías de agua que penetran como un puñal al corazón de la estructura. Además, el párroco ha dejado su impronta personal abriendo un hueco en el campanario para proyectar al exterior una imagen de la Virgen de Begoña.

La rehabilitación de Andra Mari no es completa a falta de detalles. El campanario cojea en sus funciones cotidianas y todavía no da la hora. "Tiene que venir José, el relojero, un voluntario de Bilbao que nos ayuda gratuitamente", señala. Además, el tañido palidece por la baja de una de las tres campanas por la avería del brazo eléctrico que la agitaba. Al menos la reforma ha colocado un enrejado para evitar la presencia furtiva de las palomas, que habían hecho del campanario su hogar improvisado.

La rehabilitación ha llegado tras la persuasión e insistencia del párroco, que ha tocado todas las puertas a su alcance. "No paraba de decir que esto era del pueblo y que se podía caer", señala. El Ayuntamiento acudió a la llamada de rescate consciente del simbolismo de un patrimonio que constituye una de la señas de identidad de Urduliz junto a las peñas y la ermita de Santa Marina.

Asimismo, logró del Obispado un respaldo económico limitado de 6.000 euros y la intermediación para conseguir una subvención foral. Finalmente, la Diputación y el Ayuntamiento costearon a tercios el presupuesto original de 96.000 euros, aunque la parroquia ha costeado el sobrecoste adicional de 6.000.

El párroco agradece la generosidad de los feligreses, que llegaron a multiplicar los ingresos mensuales el año pasado en la campaña de recaudación con donaciones particulares de hasta 4.000 euros. "El año pasado ha sido de pedir y pedir. Al final de cada misa hacía una solicitud pública de 2 minutos", recuerda.

Sin embargo, lamenta con un deje de decepción la lejanía del resto de vecinos. "Si los vecinos hubieran colaborado no hubiera hecho falta las ayudas ni del Ayuntamiento ni de la Diputación", lamenta. El párroco contrasta la tibieza con el encendido reconocimiento de los visitantes. Los piropos llegan de oriundos de Chile o Alemania: "Me dicen: ¡qué preciosidad!".

ARTOLA, Diego

Deia (20-06-2010)

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