La población organiza un concierto de toques tradicionales de campana
Informaban sobre los hechos cotidianos y extraordinarios; comunicaban tragedias, peligros y vísperas de solemnidad; alertaban al común de la nube, del fuego, del niño muerto, de la reunión del Concejo. Claro lo dejan en su inscripción: “alabo al Dios verdadero, llamo al pueblo, congrego al clero, lloro a los difuntos y decoro las fiestas”.
Imprescindibles antaño para estar al día, los toques de campana eran el más importante medio de comunicación de la sociedad tradicional. No requerían de conexión a internet, ni antena de telefonía, nunca se ‘colgaban’, ni hacía falta estar abonado para recibir el ‘sms’. Unos brazos robustos y cierto ritmo musical eran los únicos atributos que el ‘emisor’, el campanero, necesitaba para hacer llegar al resto del pueblo los acontecimientos más relevantes de la sociedad rural.
En un intento de no dejar morir esta tradición, este ‘legajo’ etnográfico, la población de Mozos de Cea celebra cada año su particular concierto de toques tradicionales. Un espectáculo musical para unos, un día de añoranza para otros, y una lección para todos que, desgraciadamente, se imparte ya en pocos puntos de la provincia.
Es, a propósito de las fiestas patronales en honor a San Pelayo, cuando los ‘maestros’ del pueblo (este año Neo, Nacho y Tomás) suben por la tortuosa torre de la iglesia parroquial para enfrentarse a las dos moles de bronce y acariciar, con firmeza, este potente instrumento que se hacía oír a decenas de kilómetros a la redonda. “Antes las campanas eran mucho mayores, estaban dentro de la torre, se oían en cuatro pueblo y las de éstos aquí. Pero en los sesenta las llevaron a fundir a Saldaña y volvieron más pequeñas. Se perdió un trozo por el camino”, se comenta con ironía desde un corrillo de vecinos que se cobija a la sombra.
Mientras los espectadores siguen intercambiando sus recuerdos, Neo, el más veterano, asoma la mano por uno de los huecos del campanario y se arranca, “tan, tan, tan –los tres avisos– comienza el recital”.
Le acompañan en su labor Nacho y Tomás, quienes se encargan de componer los distintos toques que marcaron el día a día de Mozos de Cea. “Qué afición antes amiga, ¿verdad que nos pasábamos la tarde repicando con piedras?, qué afición”. Interrumpe las palabras de la parroquiana otra ráfaga de notas musicales. “ton, ton, tin, ton, ton, tin... oye, ¿a qué era eso?... es que ya no nos acordamos”, pregunta otra paisana. “Pues ahí está la gracia, en hacer memoria”, contesta Félix Pacho, alcalde de Villazanzo de Valderaduey e impulsor del acto; “es a facendera”, le resuelven a gritos a la intrigada espectadora desde la otra punta del corrillo.
Sonidos rítmicos que finalizan en otras notas más largas anuncian hechos tristes, “anda, deja la posa para lo último”, advierte el público, al escuchar el clamor de las campanas por los difuntos. “Según fuese niño o niña tocaban de distinta forma. Pero este mejor que lo deje, que estamos en fiestas”.
Aun sin haber escuchado antes la siguiente llamada, lo incesante del badajo golpeando el bronce ya daba alguna pista a los oyentes, “esta es a fuego. Seguro. Es de las pocas que todavía se escuchan alguna vez, junto con la de muerto, y de las que no se olvidan”, explican los vecinos.
Finaliza el recital de este año la más animosa y esperada, el volteo de celebración, “ton-ton, tin, tin; ton-ton, tin, tin... tranquila que no se salen del yugo, aunque tal y como está la torre, cualquier día se nos viene todo abajo”.
El esfuerzo de los tres campaneros se agradece con un aplauso final. La plaza de la iglesia se queda vacía, las gentes bajan al baile y la cigüeña vuelve al campanario.
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