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© El Diario Montañés (2010) © Campaners de la Catedral de València (2024) campaners@hotmail.com Actualización: 23-04-2024 |
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Las campanas son un canto de bronce en el aire, que alean timbre y reverberación al cielo con su baile de ida y vuelta en las altas torres de iglesia, en las espadañas solitarias de los pueblos, coronadas de nidos de cigüeña extraordinarios. Nana de los días venideros, réquiem de los muertos como sístole consoladora. Cuando el badajo golpea con ferviente amor el metal airado, se alza por el azul el vuelo ondulado de las golondrinas, el rumor de los árboles y el manteo leve de los frailes.
En la alborada, los párrocos desayunan un kiwi y una magdalena con parsimonia proustiana, y el reloj de la torre, gran celoso de las campanas altaneras, toma el almuerzo del paso de las horas. Hay una gran semejanza entre el reloj que marca el vacío del tiempo y el cáliz invertido y sonador de una campana.
Al párroco de Montealegre le ha puesto una multa exorbitante el alcalde de Castro Urdiales, pues aquéllas mortifican con su talán talán los estoicos oídos de los feligreses. Por mi parte no multaré al regidor, que bastantes pleitos tiene con jueces y abogados. No sabemos aún si al edil punitivo lo salvará el gong de las prescripciones, nulidades o el caso juzgado. Lo que es seguro es el toque a muerto de los ciudadanos castreños el día de las elecciones.
Mientras haya cementerios, música y canto en las iglesias españolas, el alcalde trabucaire tendrá su simpático epitafio: «Aquí yace un mandarín», que no otra cosa es, lector, un alcalde chino.
Hay que mirar la gloria del cielo cuando el badajo tañe la edad de bronce de las campanas. Y así, cuando vibran trémulas en el aire, se ve que los ángeles están airosos y que las frías catedrales al claro de luna esculpen su larga sombra de metrónomo, su cantata y el Bach nuestro de cada día. Talán talán.
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