VILLA, Imanol - Oficios piadosos

Oficios piadosos

Durante siglos las autoridades bilbaínas mantuvieron un estrecho y discreto control sobre los cargos y trabajos relacionados con la vida eclesial de la villa

En Bilbao, y durante mucho tiempo, la Iglesia se vio sometida a la autoridad del Concejo. Existió una singular intervención del poder municipal sobre los asuntos eclesiales que, extendida a lo largo de mucho tiempo, se mantuvo hasta la altura de los años ochenta del siglo XIX. La razón de semejante potestad se encontraba en la concesión que el mismísimo don Diego López de Haro hizo a la Villa del patronato sobre «la primer iglesia matriz del Señor Santiago», con su posterior extensión a cuantas parroquias se segregaran de esa primera. De ahí que las cuatro parroquias iniciales, ubicadas todas en el Casco Viejo -Santiago, San Antonio Abad, Santos Juanes y San Nicolás- ostentaran el curioso rango de municipales y que, por ello, tuvieran en sus fachadas el escudo de la Villa. De esta forma, las autoridades municipales tuvieron mucho que ver tanto en la organización de la vida religiosa como en las gestiones terrenales que la iglesia realizó para y con los bilbaínos durante muchos siglos, lo que lleva a entender el profundo sentimiento de pertenencia e identificación que permanece entre Bilbao y sus cuatro originales enclaves parroquiales.

Cura de agonizantes

El poder del Concejo bilbaíno llegaba incluso hasta el hecho de inmiscuirse veladamente en la elección de curas párrocos y capellanes. No era una intervención directa, ya que el nombramiento de los mismos dependió del obispo de Calahorra y la Calzada, a cuya diócesis perteneció Vizcaya hasta 1862, año en el que pasó a depender de Vitoria. No obstante, sí existía un claro interés por parte de las autoridades municipales de recomendar o aconsejar a aquellas personas que se consideraban más idóneas para el puesto. Las razones que llevaban al Concejo de Bilbao a entrometerse en asuntos tan «espirituales» tenían mucho que ver con cuestiones terrenales y prácticas ya que, a la postre, los curas párrocos trataban a menudo con la autoridad por cuestiones relacionadas la mayoría de las veces con obras en los templos o sobre el equipamiento de los mismos. Así que era conveniente conocer bien a quienes, al fin y al cabo, iban a ser interlocutores obligados de la Iglesia en Bilbao. Además, a lo largo del año no eran pocas las celebraciones en las que ambos «poderes» compartían protagonismo y espacio. Convenía, por lo tanto, vigilar de cerca el lado espiritual de la Villa y llevarse bien con él. Sí, en cambio, el Ayuntamiento nombraba directamente a algunos capellanes con funciones muy especiales, tales como los que se encargaban de los oratorios ubicados en la Casa Consistorial, en la cárcel, el hospital, etc. Otro de los cargos seguidos de cerca por el Ayuntamiento, aunque decidido directamente por los curas párrocos y coadjutores de las cuatro parroquias, fue el de cura de agonizantes. Es decir, los sacerdotes encargados de atender a los moribundos y de administrarles los últimos sacramentos.

Como en otros lugares, en Bilbao también se ejerció un curioso y sorprendente oficio con rango de oficialidad bendecido por el propio Concejo y que solía desempeñar algún clérigo o capellán de la Villa. Se conocía como el «conjurador de nubes» y su función no era otra que la de bendecir los campos y las nubes para rogar a Dios que el mal tiempo no diera al traste con las cosechas. Las primeras referencias documentales de este oficio están fechadas en 1566, año en el que un tal Pero, abad de Guriezo, le facturaba al Ayuntamiento la nada despreciable suma de seis ducados al año por bendecir las nubes. Este montante ascendió hasta los diez ducados en 1587, cuando el cargo de «conjurador de nubes» recayó en Baltasar de Usaola, cura de los Santos Juanes. Uno de los últimos conjuradores nombrado por el Concejo fue Juan Francisco de Loredo y Olaeta, que ejerció su cargo en 1802. Evidentemente, el paso del tiempo y los avances en cuanto a los conocimientos relacionados con los fenómenos meteorológicos hicieron que tan pintoresco oficio desapareciera del «catálogo profesional» del Ayuntamiento.

La Escolanía

Otro de los puestos dependientes del Concejo de Bilbao y relacionado íntimamente con la práctica religiosa fue el de Maestro de capilla. Su origen data de 1577, año en el que el Ayuntamiento organizó una capilla musical en la iglesia de Santiago al frente de la cual se puso a un «maestro». El cargo estuvo vigente hasta 1878, momento en el que se suprimió el citado oficio. Uno de los maestros de capilla más famosos con los que contó Bilbao fue Nicolás Ledesma, músico aragonés que ocupó el cargo desde 1830, año en el que sacó la oposición, hasta su jubilación en 1882. Murió un año después. Ledesma fue el abuelo del conocido maestro Guridi.

La capilla musical estaba compuesta por instrumentistas -violines, contrabajos, bajos, etc- vocalistas -tenores, barítonos, bajos, contraltos, etc- y un grupo de tiples, que eran los que formaban la Escolanía. Pero no sólo Santiago contaba con su organista y maestro de capilla. El Ayuntamiento también nombraba y pagaba a los organistas de las otras tres parroquias.

El Concejo bilbaíno también reguló el oficio de los conocidos como freilos-sacristanes, es decir, los ayudantes del culto y los custodios de los ornamentos, los vasos sagrados y los libros de liturgia. Eran, según el reglamento aprobado en 1857, los encargados de abrir y cerrar la iglesia, de limpiar el templo y de, a falta de campanero, avisar de las misas y otras funciones. Eran los que cobraban los derechos de los entierros, honras y memorias fúnebres. Aunque a veces este privilegio recaía, en el caso de que lo hubiera, en la figura del campanero, anunciador de misas y funciones religiosas.

Este oficio estuvo, en algunos casos, unido al de perrero o encargado de sacar a los animales del templo. A veces, incluso, se le obligaba a hacer lo mismo con los mendigos. En el siglo XVII los campaneros fueron los encargados de hacer de enterradores, ya que los cementerios estaban aún dentro o en las inmediaciones de las iglesias. El concejo nombró campaneros hasta bien entrado el siglo XVIII.

VILLA, Imanol

El Correo (23-01-2011)

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