ZUÑIGA CEBALLOS, Joaquín - Domingo de Resurrección

Domingo de Resurrección

(Comienzo de los sesentas)

Durante jueves y viernes Santos las voces de las campanas eran reemplazadas por el tra-tra-tra-tra-tra… de una matraca instalada en el campanario de las iglesias. Las imágenes del santoral habían sido cubiertas con paños morados. Por la radio sólo se escuchaba música clásica, en especial de Bach. Todo el ambiente llamaba al recogimiento, incluso el clima el día viernes, créanlo o no, después de un intenso sol al mediodía, se tornaba nublado y oscuro a partir de la hora Nona.

Ya habíamos superado la amenaza de convertirnos en sirenas si nos metíamos al mar. En años anteriores, por esa razón, las playas permanecían desiertas. No obstante haber superado ese temor no era mucha la concurrencia y pese a todo las aguas se notaban diáfanas y las olas bajas y lentas en su vaivén. Para ese entonces, durante la Semana Santa el ambiente en general era de recogimiento, las personas vestían con mucho recato, hasta de luto las mujeres, y se movían como mucha solemnidad y respeto por la fecha; pienso que era el reflejo colectivo, consciente o inconsciente, de las creencias inculcadas desde niños que aún no habían sido quebradas y superadas. El respeto y temor a la divinidad se hacían manifiestos.

Al llegar el sábado de Gloria el ambiente cambiaba, la música ya era más alegre, aunque todavía suave. A las doce del día volvían a sonar las campanas en un repiqueteo de alegría y, en tiempos del mercado público en la plaza de San francisco, los carniceros azotaban los cuchillos contra las lozas de mármol de las mesas y los perros en jauría corrían en estampida sin rumbo. En las iglesias se preparaba la Vigilia Pascual para encender el cirio con el fuego nuevo y bendecir las aguas de las fuentes bautismales.

Terminaba así la Semana de Pasión y se abría el período pascual. El nuevo fuego, con el cual se encendía el cirio, se hacía manifiesto de forma emotiva con la procesión del resucitado en la madrugada del domingo.

La despertada era a las cuatro de la mañana para poder hacer presencia en la plaza de San Francisco y lograr un buen puesto, antes de la cinco. A esa hora desde la catedral comenzaba el desfile de recepción encabezado por la virgen María y seguían San Juan, San Pablo y San Pedro, la Magdalena, Santa Marta, tomaban la carrera cuarta para llegar a la plaza de San Francisco. Mientras, al otro extremo, por la carrera cuarta, desde la parte trasera de la iglesia en la calle de la Cruz, aparecía la imagen de Jesús resucitado; mayor al canon natural, con el brazo derecho hacia arriba y en la mano izquierda un pendón, con sus partes intimas medio cubiertas por una sábana que arrastró desde el sepulcro, y flotando sobre una nube.

Al aproximarse a la plaza los portadores de la imagen la mueven hacia los lados y hacia atrás y adelante, saludando, al son de la música de la banda Santa Cecilia que ha empezado a tocar música alegre. Las otras imágenes, que ya habían llegado a la plaza, hacen lo mismo mientras se ubican a un lado para darle paso al resucitado. La gente emocionada aplaude y agita pañuelos blancos, y de otros colores y cuadritos también. La procesión sigue hasta llegar a la catedral donde la imagen del resucitado permanecerá expuesta durante cuarenta días, al final de los cuales volará hasta perderse entre las nubes.

En la iglesia San Francisco, en una especie de gruta armada con los papeles del pesebre, permanecía el sepulcro vacío, la imagen había sido muy bien cubierta con una sábana que daba esa apariencia. Años después ya no decoraban el ambiente y sólo cubrían el rostro de la imagen dentro del sepulcro con un pañito morado que no disimulaba para nada su presencia.

Ese día, a pesar de ser domingo, nos embargaba una especie de nostalgia o aburrimiento, y no era otra cosa que el saber que llegaba el lunes y había que volver al colegio.

ZUÑIGA CEBALLOS, Joaquín

El Informador (23-04-2011)

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