Pronto, tras el conocimiento del fuego y la necesidad que el hombre tuvo de comunicarse con sus vecinos, se comenzaron a tener noticias de las primeras campanas. En el tercer milenio antes de era cristiana, en China, se fundieron grandes campanas y también otras pequeñas que, colocadas en serie, parecen precursoras de los modernos carrillones donde con gran precisión ofrecen sus tonos algunos relojes de las ciudades. El sonido y algunas inscripciones que adornan su copa confieren a cada uno la personalidad de pieza única. Es un oficio de origen medieval, que se remonta al mismo momento de la historia en que se crean las campanas. Es necesario que para que el artilugio desarrolle su función, haya una o varias personas que se encarguen de tocarlas cuando es necesario. El arte de fundir campanas, con los viejos y casi únicos procesos de siempre, ha sido dominado por un reducido número de artesanos. La Merindad de Trasmiera ha dado grandes fundidores. De aquella estirpe permanece Abel Portilla (Pedreña, 1958) que ha conseguido importantes felicitaciones por un trabajo sorprendente.
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