Ideal digital - Toque maestro

Toque maestro

Agrupados en medio centenar de asociaciones, los Últimos campaneros tratan de mantener vivo en España el lenguaje de las campanas

Han sido veraces notarios de historias de trabajadores muertos por accidente; de enamorados despechados que vieron en un brutal vuelo desde lo alto de la torre el mejor remedio para paliar la tristeza de su corazón no correspondido; de inmisericordes tormentas cargadas de rayos y viento que dificultaban el regreso de los pastores y sus rebaños al pueblo; de fugaz amistad entre campesinos que olvidaban durante unas pocas horas antiguas rencillas y acudían a su llamada apremiante para apagar el fuego que asolaba los campos o de la tristeza infinita de unos inconsolables padres, cuyo bebé les había sido arrebatado de las manos por la injusta vida. ¿Que repiquen las campanas!

Este incalculable legado cultural que suponen los campanarios y su lenguaje ha estado a punto de enmudecer debido a la desaparición del trabajo de sacristán y la introducción de equipos automáticos en las iglesias españolas; unos aparatos que saben hacer su labor con eficacia, pero sin alma.

«Los motores de las campanas no interpretaban los toques tradicionales e impedían el volteo con las manos», explica Francesc Llop, presidente del Gremi de Campaners Valencians, uno de los cerca de cincuenta grupos de campaneros españoles que se afanan en conservar e investigar todo lo relacionado con esta tradición.

A las flores de mayo

Ana María Pellón, licenciada en Historia y jubilada de su cargo como jefa de servicio en el Consejo de Universidades, es una acérrima defensora del repique manual. Estima que este volteo «tiene una pulsación y un ritmo que una máquina no puede ofrecer. Le proporciona a la campana una vida de la que carece».

Y este dato es más importante de lo que aparenta. Permite que el bronce tenga una patria y un vecindario que lo admire. Porque, como Pellón destaca, el sonido de las campanas constituye «la nota de identidad de un pueblo». Y, a veces, tañe en los corazones de sus habitantes. Ella recuerda como algo «muy hermoso» haber visto a los campesinos «arrodillarse y quitarse la gorra ante el toque del 'Ángelus'».

No obstante, a juicio de Francesc Llop, las nuevas tecnologías no constituyen un obstáculo para que se respete la parte más noble del pasado. Al contrario, considera que los ordenadores son el «mejor aval de la tradición» porque permiten programar los toques de «toda la vida». De otra manera, apunta, caerían sin remisión en el oscuro pozo del olvido.

Para justificar tal pesimista juicio, asegura que hoy en día sería difícil encontrar a alguien dispuesto a levantarse a las siete y media de la mañana para tocar los tres tañidos en los que puede leerse el 'Ángelus', función que cumplen con abnegada puntualidad las computadoras.

Otro de los trabajos que antaño desempeñaban los campaneros era el del popular hombre del tiempo. Quizá por esa vida en las torres más cercana al cielo, eran capaces de adelantar a sus convecinos si ese día llovería o, si por el contrario, haría un sol espléndido. Mediante el repique, las mujeres podían conocer a qué hora llegaba el pescado a la plaza, de qué clase era e incluso su precio.

También hacían las veces de brÚjula en las tormentosas tardes en las que el cielo se cubría con un manto de ceniza tan sólo iluminado por las ráfagas de los relámpagos, o la niebla caía en los campos como una cortina manchada. En esas ocasiones, los pastores desperdigados por las montañas se orientaban gracias al sonido proviniente de los torreones de sus parroquias. Allí, varios hombres se relevaban durante horas para que el esperanzador toque 'a perdido' -como era conocido este repique- no hubiera de cambiarse por el irremisible de difuntos.

Y aunque el contexto ha cambiado mucho desde entonces, hay cuestiones que permanecen inalteradas y ancladas en el sentimiento. Por ejemplo, la sonrisa de Antonio Sánchez, guardia civil jubilado de Alustante, un pueblecito de 280 habitantes de Guadalajara, cuando recuerda la «grata sensación» que le producía el «tin-tilin-tan-tan» que las campanas dedicaban a las flores en mayo. Era el homenaje respetuoso a una naturaleza que engalanaba los prados con un vestido de color.

Los tañidos constituyen un patrimonio comÚn de muchas villas españolas, pero, segÚn aclara Francesc Llop, que ejerce de campanero en la Catedral de Valencia, las diferencias entre las costumbres son notables en función del territorio. «El toque de fiestas de Toledo es el de muertos visto desde fuera, y viceversa».

Este juicio es compartido por Antonio Aguirre, antropólogo e historiador, que añade que las divergencias se producen incluso «entre campaneros del mismo valle». Precisamente, algunos de ellos se dedican durante estos meses de verano a recorrer diferentes municipios, con el fin de mostrar a los jóvenes y a los turistas cómo se enseña a hablar a una campana. La iniciativa pretende mantener viva la tradición y revelar algunos secretos de una forma de comunicación tan antigua y bella que debía servirse de pentagramas escritos en el aire.

Por ejemplo, el misterio del toque no es otro que la propia esquila que lo produce, cuyos tamaños y melodías son distintos segÚn la zona donde se ubique. «En Castilla se utiliza la campana romana con sonido muy grave y de poco avance, porque la orografía es llana», ilustra Abel Portilla, maestro campanero de la empresa que lleva su apellido. En el montañoso norte, el modelo es totalmente opuesto. Se fabrica la «campana tipo esquilón, con sonido agudo y de mucho avance».

Pero además, estos instrumentos no sólo gritan sonidos, sino que también acumulan historias, como la de la 'Campana Milagrosa', que se desprendió de la torre y mató al Único forastero que residía en la villa. O la utilizada en el siglo XVI por los valencianos para llamar al alzamiento durante la rebelión de las germanías. Una vez sofocada, los vencedores fundieron la campana y se la dieron a beber a sorbos a los derrotados.

"Documento antiguo"

Y luego están los escritos. Antiguamente, era costumbre de pueblos y artesanos grabar textos conmemorativos o leyendas sobre el bronce; a veces, una dedicatoria a una persona ilustre; otras, el recuerdo de que en la fabricación se utilizaron metales procedentes de cañones para así transformar en mÚsica los gritos de los soldados muertos y dejarlos descansar definitivamente en paz.

En muchos pueblos de España «constituyen el documento escrito más antiguo», segÚn remacha Salvador Mollá, doctor en Historia. Numerosos archivos municipales fueron quemados durante las sucesivas guerras que ha vivido el país, por lo que Mollá considera que las campanas todavía adquieren una importancia mayor de la que ya poseen por tradición. «Es necesaria una política que permita censar todas las que existen», advierte el historiador, con el fin de que un día no deban interpretar el toque de difunto por su propia muerte.

"Ideal digital" (20/09/2003)
  • MOLLÀ I ALCAÑIZ, SALVADOR-ARTEMI (VALÈNCIA) : Investigador, escritor, compositor
  • Campanas (historia general y tópicos): Bibliografía

     

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