LÓPEZ, J. - Este viernes se cumplen 110 años del derrumbe de la Torre del Giraldo de la Catedral

Este viernes se cumplen 110 años del derrumbe de la Torre del Giraldo de la Catedral

El suceso se llevó la vida de cinco personas • La torre caía sobre las diez de la mañana de un domingo, 13 de abril de 1902, cuando repicaban las campanas y en el interior del templo rezaba el Coro

Postal antigua
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Hace exactamente 110 años que un suceso conmocionaba a los habitantes de la ciudad. Eran las diez de la mañana de un domingo y, repentinamente, sin que nadie esperara tal accidente, la torre del Giraldo de la Catedral de Cuenca se desmoronaba sobre el Arco de Jamete y parte del claustro.

El derrumbe atrapaba a 5 personas, entre las que se encontraba la hija del campanero y varios niños más. Sólo tres sobrevivían al suceso.

La ciudad había oído el estruendo y una gran nube de polvo era testigo desde las alturas de la pérdida irreparable. La torre de las campanas, aguja en el cielo de Cuenca, destruía gran parte de la fachada y del Claustro de la Basílica. No sólo se perdía parte del patrimonio, además, tres personas fallecían como consecuencia del desmoronamiento.

El hundimiento de la torre narrado por 'El Progreso'

‘El Progreso conquense’, periódico de la ciudad por aquel entonces, se hacía eco de la noticia al día siguiente. El cronista Eusebio Chust contaba los pormenores de aquellas angustiosas horas.

“La desgracia ha tendido una vez más sus fatídicas alas sobre esta desventurada tierra, inundando el corazón y el alma de los conquenses de duelo y de tristeza. La Giralda, hermosa y magestuosa (sic) torre, digno coronamiento de nuestra magnífica Catedral, hundióse ayer mañana. La que durante cinco siglos ha sostenido erguida y arrogante, fuertes ha allas con los elementos, cayó sobre su misma base, cumpliendo la inapelable sentencia de muerte, de que todo lo que existe ha de morir; caída que nos recuerda aquellos célebres versos que dicen:

“Las torres que desprecio al aire fueron; a su gran pesadumbre se rindieron”.

Así iniciaba su crónica Chust. La muchedumbre no podía creerse la noticia, aunque esta había corrido como la pólvora por la ciudad. Incluso muchos se acercaban hasta la Plaza de la Constitución, nombre de la actual Plaza Mayor, para comprobar que era cierto.

El estupor aumentaba cuando se conocía que habría que lamentar desgracias personales. La torre había caído en medio del rezo del Coro y de las Horas canónicas (maitines, laudes, hora intermedia, vísperas y completas). Clérigos y feligreses salían rápidamente del templo al creer que el edificio se les iba a caer encima. Estaban completamente blancos y cubiertos por una densa capa de polvo.

El emotivo rescate de heridos

La familia del campanero ocupaba las habitaciones interiores de la torre en el momento del hundimiento. Todos menos una hija menor que estaba repicando las campanas y que había sido sepultada por el derrumbe. Los vecinos se pusieron a excavar para tratar de sacar a las personas atrapadas, pero las grandes piedras de sillería impedían avanzar hasta los cuerpos.

De pronto se oyó un alarido de entre las piedras. Los vecinos conseguían sacar con picos a un niño que tenía varias heridas sangrantes en la cabeza. Se llamaba Francisco Requena y tenía 15 años. Requena contaba que mientras tocaban la campana había empezado a caer arenilla y piedras. El derrumbe les había sorprendido en su huida desenfrenada escalera abajo.

Además, un grupo de hombres prestaban auxilio en una casa adyacente, jugándose la vida para sacar de entre los escombros a una familia.

Finalmente se conocía que las cinco personas que estaban tocando las campanas y que habían fallecido eran María Antón, joven de 20 años e hija del campanero; Gregorio López, de 10 años; Reyes López Ochoa, de 9 años; José López y Alejandro Mena.

Eusebio Chust contaba el escabroso hallazgo del cuerpo de María. Entre los escombros sobresalían sus piernas. Le faltaba un zapato.

La inestimable labor de los vecinos y a la Guardia Civil

Vecinos y miembros de la Benemérita ascendían por la pila de escombros para tratar de encontrar huecos y respiraderos por donde estarían atrapados los accidentados. Otro alarido alertó de la presencia de un niño aprisionado por las grandes piedras de mampostería. Aunque el muro que aún quedaba en pie amenazaba con caer encima de los héroes, estos se jugaron la vida para excarcelar al muchacho.

La crónica también indica que las fuerzas de seguridad, gobernador militar, juez de instrucción, alcalde, obispo y demás autoridades, acudieron para echar una mano y coordinar las acciones a tomar.

Los días posteriores fueron de duelo, de búsqueda ardua de los cuerpos de los cadáveres, teniendo que llegar una unidad de Zapadores minadores para rescatarlos de los escombros. Cuenca vivió una de las fechas más desgraciadas de su historia en esos días.

LÓPEZ, J.
Voces de Cuenca (13-04-2012)
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