AZNAR COSTA, Herminio - Los funerales

Los funerales

Del libro "Cuando los recuerdos hablan" de Herminio Aznar

Cuando fallecía alguna persona del pueblo, había unas mujeres que actuaban como portavoces de Ia familia del difunto, recorriendo todos los domicilios y gritando desde el patio: "mañana será el entierro o misa de...", diciendo el nombre y apellidos del fallecido. Estas mujeres eran, entre otras Petra Bernal ("la Zapatera"), Rosario Solvera ("la Ermitaña"), Pilar Miranda (ayesa), Gloria Peralta, Carmen Calvo, etc.

Llegado el momento del entierro, el féretro era conducido en hombros hasta la iglesia donde tenía lugar Ia misa fúnebre. Desde la epidemia del cólera de 1885 hasta principios de los años sesenta, en todos los funerales, los ataúdes se dejaban en el atrio de la iglesia, pues se consideraba que el virus vivía todavía en el cadáver y los últimos años por orden litúrgico. Posteriormente el féretro se colocaba ya al pie del altar, en la segunda misa se ponía un armazón de madera que se cubría con túnicas negras de terciopelo con adornos dorados, que representaban una calavera sobre dos huesos cruzados. Alrededor de esto se ponían gran cantidad de velas y cirios encendidos. La misa estaba presidida por los familiares del fallecido.

Seguidamente se daba paso al entierro, en el que el féretro era llevado a hombros de familiares y amigos hasta el cementerio.

Durante todo el recorrido sonaban tristes las campanas de la iglesia. Desde el campanario se repicaban “a cuerda” y se hacia el medio bando. Por lo general subía a tocar una persona, como el toque era pausado y las distancias cortas los tañidos de los bronces podía hacerlo uno solo. En los entierros de niños el Cimbal se tocaba muy lentamente. A este toque lo llamábamos "el Mortijuelo".

Mientras se acompañaba al féretro por las calles, se entonaban cantos litúrgicos, tales como el "Diesile, diesile". Había tres categorías de entierros: en los de primera eran tres los curas que oficiaban los actos fúnebres y acompañaban por el pueblo; en los de segunda un cura que acompañaba al féretro hasta el final del pueblo; y en los de tercera categoría también había un sacerdote que no llagaba a salir de la iglesia.

Por otra parte, la iglesia no dejaba libertad para ser enterrado cualquiera en el cementerio católico. Así sucedía en los casos de muerte violenta o similares. Asimismo hasta mitad de siglo, los niños que morían sin haber sido bautizados eran enterrados en un cementerio pequeño, al que llamábamos "El Limbo".

En la segunda misa por el fallecido, era costumbre entregar a los asistentes, en la entrada de la iglesia, una moneda (un céntimo o un chavo), que se guardaba para su devuelta luego en el ofertorio, al pie del altar mayor.

En esta misa la familia también presentaba un pan grande de cinta, que era depositado en un extremo del altar, para luego ser entregado a alguna familia necesitada. En aquellos tiempos solía guardarse un luto muy largo. Las mujeres durante años vestían de negro, mientras que a los hombres se les cosían botones negros en la camisa, además de llevar unas cintas del mismo color en la corbata, en la solapa de la chaqueta o sobre el brazo izquierdo, por encima del codo, que resultaban muy significativos, llevándose durante un año como mínimo.

Como caso anecdótico señalaré que existía en esta localidad la "Sociedad Protectora". De carácter litúrgico, su principal función consistía en prestar ayuda moral y religiosa a los enfermos y necesitados que, previo pago de cuota, formaban parte de la agrupación.

El "Somatén" en cambio era una asociación de carácter político que, bien organizada, se dedicaban al control y persecución de malhechores. Cuando se celebraba algún entierro, en el cementerio se pasaba lista, y si faltase algún miembro sin causa justificada era sancionado. Su actuación era siempre a requerimiento de autoridades.

AZNAR COSTA, Herminio

(1994)

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