Las campanas en los templos católicos se silencian los tres principales días de la Semana Santa, como son Jueves Santo, Viernes Santo y Sábado Santo
Tras los oficios del Jueves Santo, tradicionalmente se enmudecían las campanas.
En algunos lugares se sujetaba la lengua o badajo para imposibilitar su toque y sonido y en otras comunidades como en Aragón, las campanas eran “matadas” y se colocaban de forma horizontal, es decir, la campana hacia el exterior y el yugo hacia el interior de la fábrica sujeto con sogas al suelo y ventanales. De esta singular forma permanecían hasta la noche del Sábado Santo o madrugada del Domingo de Resurrección, cuando en la Vigilia Pascual (la celebración más importante del año) llegaba el momento del “Gloria”, se soltaban las sogas y comenzaban a bandearse y a echarse al vuelo la totalidad de las campanas. De esta forma se proclamaba a todos los rincones de los pueblos y ciudades que llegó el tercer día y que tras ser crucificado, muerto y sepultado, resucitó triunfante sobre la muerte.
Una tradición y un signo de respeto que por desgracia y debido principalmente a la desaparición de la figura del campanero y electrificación de las campanas, prácticamente ha desaparecido y son muy escasas las localidades que lo siguen realizando.
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