MONTSANT ARISTIMUÑO, Juan José - Y las campanas dejaron de sonar

Y las campanas dejaron de sonar

Tal como denunció, gritó, clamó, Oriana Fallaci en “La Fuerza de la Razón”, precedido por la “Rabia y el orgullo”, Europa, a la que llama Eurabia, se encuentra ya invadida por el islamismo radical.

A diferencia del ¿Por quién doblan las campanas? de Hemingway, en París no se hacen esa pregunta, porque no suenan desde hace años. Ya no tañen en Corpus Christy, ni los domingos, ni el día de la liberación, ni en el comienzo de la primavera, el día de Juana de Arcos o de San Luis, el Rey Luis XI de Francia. En Notre Dame solo cuelgan de sus torretas gemelas, allí, como unas gárgolas más para espantar los espíritus malignos. Y aquello de que “París bien vale una misa”, puede seguir siendo cierto, no sé, pero sería una misa sin el llamado de campanas, o el repiquetear de las campanillas de los monaguillos. Pero no todo está perdido, es posible que dentro de la Catedral, en un rincón de su entrada, junto a estampitas, postales, rosarios y frasquitos de agua bendita para su venta, también se encuentren CD´s con el sonido grabado de las antiguas campanas medievales.

Tal como denunció, gritó, clamó, Oriana Fallaci en “La Fuerza de la Razón”, precedido por la “Rabia y el orgullo”, Europa, a la que llama Eurabia, se encuentra ya invadida por el islamismo radical. Han logrado, por ejemplo, que en pueblos de Italia, la renacentista Italia, se prohíba la presencia de símbolos cristianos en público; lo mismo en España, Francia o Inglaterra. Barrios enteros tomados por sus leyes, costumbres, mezquitas, minaretes, burkas, lapidaciones, matrimonios infantiles, sacrificios de animales bajo la ley de Halal, los chadar o hijab de la mujer; rostros ocultos en los documentos de identificación que al ciudadano común les está impedido.

Ya hubo una época en que se produjo esa misma circunstancia, en la España de Felipe II, cuando aún la Reconquista de los Reyes católicos no había recuperado del todo al Reino de Granada. En las Alpujarras y buena parte del territorio andaluz los islamitas radicales mantuvieron sus costumbres, formas, mezquitas y exclusión, negándose a aceptar la autoridad de Castilla. Ante ello, Felipe II comisionó a su medio hermano don Juan de Austria a solventar esa situación por medios diplomáticos, lo cual no fue posible. Por lo que don Juan se vio precisado a resolver el conflicto por medio de las armas. Y así lo hizo, logrando en 1570 la expulsión total del reino de Granada de la presencia islamita negada a integrarse a la tierra que no era suya.

Ante la presencia belicosa del Imperio otomano en el Mediterráneo occidental, y sus constantes invasiones a Malta, Chipre, Túnez, Gibraltar, Venecia, Nápoles, y las amenazas de la toma de la propia Roma, el Papa Pío V se vio obligado a solicitar ayuda al rey Felipe II, lográndose conformar una fuerza coaligada llamada la Liga Santa, integrada por los Estados Pontificios, Venecia, Génova, Nápoles y Saboya, todos ellos al mando de la propia España, con el fin de enfrentar la imponente flota armada comandada por Alí Bajá.

La otrora fama ganada por don Juan de Austria en la Alpujarra hizo que el mando militar unificado de la Liga Santa le fuere encomendado. Y un 7 de octubre de 1571, frente a las costas de Grecia, se produjo el encuentro inevitable entre ambas flotas, produciéndose lo que la historia denomina la Batalla de Lepanto, en las aguas del hoy conocido Golfo de Corinto. El resultado fue la destrucción de la flota turca, y con ella el avance del Imperio otomano islamita hacia los reinos de Venecia, Nápoles, Saboya, Malta, Gibraltar, y la pretensión de retomar el reino de Granada.

En esa batalla se encontraba a bordo de la galera La Marquesa un soldado, trovador, aventurero y escritor que recibiera un arcabuzazo en el pecho y dos cortes de cimitarra en su mano izquierda, lo que le valió el mote de “Manco de Lepanto”, mejor conocido como Miguel de Cervantes Saavedra, autor de don Quijote de la Mancha, y quien llegó a escribir sobre aquella batalla “la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros”.

Quizás, nos permitimos agregar, la que le toca a nuestra generación librar para que las campanas vuelvan a sonar.

MONTSANT ARISTIMUÑO, Juan José

Periódico El Mundo (19-09-2014)

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