SEVILLANO, Antonio - Campana, pararrayos y pólvora (IV)

Campana, pararrayos y pólvora (IV)

Alcazaba. En junio de 1846 el Ayuntamiento instaló en la Torre de la Pólvora el primer pararrayos de la ciudad. Sufragado por suscripción pública, su coste ascendió a 2766 reales

Tercer recinto de la Alcazaba
Tercer recinto de la Alcazaba

Quiero vivir en la Almedina
porque me gusta a mí oír
la campana de la Vela
cuando me voy a dormir.

Además de los terremotos de 1522 y 1755, una violenta sacudida removió los cimientos de la Alcazaba al explosionar en 1707 el polvorín habilitado en el 3º recinto, en su extremo más alto y occidental. Se desconoce el número exacto de víctimas pero sí que el accidente fue casual, sin poder precisar tampoco si la causa tuvo su origen en un error humano o fenómeno atmosférico; lo único cierto es que abatió gran parte del lienzo defensivo cristiano. En aquel triste recuerdo debió inspirarse el ramo de la Guerra justo un siglo después para instalar un pararrayos en el almacén de pólvora de Artillería de la Plaza. Bien por la inmediata ocupación francesa, su carestía o porque el sistema no estaba lo suficientemente desarrollado, la iniciativa quedó en agua de borrajas. El proyecto fue retomado por el Ayuntamiento, no sin antes recabar autorización a la Capitanía General de Granada a través del comandante de Artillería de Almería, a quien correspondía la custodia y gestión de la Alcazaba.

Torre de la Pólvora

En octubre de 1844 se incoaba el expediente con la petición al Gobierno de su aprobación. Y ya en abril de 1845 el Consistorio argumentaba su necesidad, en paralelo al traslado a otro lugar de la pólvora, como luego veremos:

Vistos los antecedentes relativos al proyecto de construcción de un para-rayos en el almacén de pólvora situado en la Alcazaba de esta Ciudad, a fin de preservar a sus habitantes del peligro que amenaza dicho combustible si desgraciadamente llegara a sufrir un incendio. Se acordó: pasen a los Tenientes de alcalde Gómez, Puche, y al Regidor Alcaraz, para que se sirvan hacer formar un presupuesto sobre este importante asunto, dando cuenta de uno y otro al Ayuntamiento para determinar en su vista lo conveniente.

La comisión elaboró el presupuesto tras un proyecto técnico avanzado, máxime tratándose de una iniciativa científica totalmente desconocida por estos lares. Asesorados por el comandante de Artillería y del maestro Mayor de Fortificaciones, resaltaban la perentoria necesidad de preservar a los habitantes más cercanos del peligro que amenazaba dicho combustible si desgraciadamente llegase a sufrir un incendio o explosión. Quizá lo más llamativo del diseño sean las tres puntas de platino concéntricas y equidistantes -adquiridas en París a 25 francos unidad-, la aguja elevada a ocho varas de altura y el depósito de evacuación excavado en el cerro exterior. El montante final de la instalación se elevó a la considerable suma de de 2.766 reales de vellón. Sin embargo, el paupérrimo erario municipal no podía soportar tal gasto, recurrieron a una suscripción pública en la que colaboraron los más significados apellidos locales. De todo ello se dio cuenta al Gobernador Político y se insertó en el Boletín Oficial de la Provincia.

Castillo del Diezmo

El aprovisionamiento, distribución y cupos de venta de la pólvora destinada a las explotaciones mineras de la provincia (barrenos, voladuras) era monopolio de la Hacienda estatal y tenía por tanto el carácter de producto "estancado", con un precio superior al del mercado; lo que propició, aunque no es ahora el caso, una floreciente "industria" de contrabando. Custodiada desde tiempo inmemorial por el Ejército, se impone su traslado a un lugar alejado de la población, más seguro. Así se vio en la sesión de Cabildo de 12 de octubre de 1844. Cabe precisar que el "sequero de granos" que se cita es el dieciochesco "Castillo del Diezmo", a la entrada de Los Molinos, que ante la incultura y desidia de nuestros munícipes se halla en un lastimoso estado de ruina, conservándose solo algunas garitas de centinelas:

… Y que por lo que respecta a la gran porción del mismo combustible que tiene la Hacienda Pública en dicha Alcazaba, debe dirigirse al referido Sr. Comandante General al Sr. Intendente de esta Provincia para que se traslade con urgencia a local oportuno, en que se conserve con seguridad, y no cause alarmas a los habitantes de esta Capital; y se acordó: quedar enterado el Ayuntamiento con satisfacción, y que se manifiesta así al Sr. Comandante General, dándole gracias por su celo e interés en este grave asunto (…)

Se leyó otro oficio de dicho Sr. Intendente, manifestando en contestación al que se le había dirigido por el Señor Alcalde presidente, que muy en breve será trasladada la pólvora que de la Hacienda Pública existe en la Alcazaba, al almacén nombrado sequero de granos inmediato a los molinos de viento de esta ciudad; y se acordó: oficiar de nuevo a su Señoría que si bien es indudable el celo con que procede en este asunto, es tal su importancia y gravedad, tales y tan inminentes los peligros que día y noche amenazan a este vecindario mientras exista dicho combustible en la Alcazaba; y tantos y tan incesantes los clamores de toda clase de personas sobre el particular, que se hace absolutamente indispensable se realice desde luego, sin alzar mano, y aún instantáneamente si cabe la traslación de la pólvora; pues que es de aquellas cosas que no dan género alguno a la espera; porque si ocurriese una explosión como a cada instante puede acontecer, puede decirse que la población entera quedaría desolada, y sus moradores víctimas de tan aparatosa catástrofe, que es una justa obligación precaver a toda costa. Y que de este acuerdo se de conocimiento a los Sres. Jefes Político y Comandante General a fin de que por su parte puedan coadyuvar a la pronta realización de la fundada exigencia del Ayuntamiento.

Julián el Ciego

Además de las dos campaneras citadas ayer (Braulia Góngora y Antonia Fernández), otros dos gozaron de general consideración entre los vecinos del Llano de Pescadería y Reducto, de La Almedina y Quemadero. Del popular Joaquín el Ciego, fallecido en el Hospital Provincial, se contaba que debido a su ceguera y poca afición por el trabajo, no se molestaba en subir a la espadaña para dar los toques: se amarraba la cuerda del badajo a un pie y desde el mismo jergón en que yacía en la caseta adosada al muro hacía sonar la campana de la Vela. El otro, Francisco Castro, inválido de guerra, era padre del no menos conocido Frasquito, alcalde de barrio con vara de mando. En marzo de 1849 los concejales asistentes al pleno supieron de la solicitud elevada por el dicho Castro y la de otro aspirante al grito de y si no pa mí. De ambos personajes seguiremos informando así como el cambio de titularidad de la campana de la Vela: del arma de Artillería al Ayuntamiento:

… Por la que suplica a esta Corporación se sirva mandar que quede a su cargo únicamente el toque de campanas de la Vela y no el anunciar los Vapores en razón de las pocas horas que tiene de descanso; y que en el caso de estar esto también de su cuidado se le satisfaga por los consignatarios del Comercio el real que se le ha rebajado de la dotación que le estaba señalada por ambos conceptos.

Diario de Almería, domingo 19 de octubre 2014

SEVILLANO, Antonio

El Almería (21-10-2014)

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