NIZA, Juan M. - El último campanero

El último campanero

Manuel Soriano, sonriente el día de la reapertura de la Torre a las visitas - Autor: NIZA, Juan M.
Manuel Soriano, sonriente el día de la reapertura de la Torre a las visitas - Autor: NIZA, Juan M.

Hijo, nieto y bisnieto de los campaneros de la Torre, el patio de Los Naranjos fue 'su' patio y la fuente de Santa María, la alberca donde aprendió a nadar

Vivir en una infravivienda (hoy en día sería poco menos que impensable habitar en estas condiciones) no tiene ninguna poesía. A menos que uno haya nacido en un edificio con 1.100 años de historia declarado monumento nacional desde hace más de un siglo, que el patio de su casa donde jugó de niño sea el Patio de los Naranjos, que la alberca donde se bañaba y aprendió a nadar se tratase de la Fuente de Santa María y que la romántica profesión de su familia, hasta la cuarta generación, sea la de campanero de una de las torres más famosas de la Cristiandad.

Ahí es nada.

Pues bien, ese es el caso de Manuel Soriano, el hijo del último campanero. El mismo lo fue cuando ayudaba a su padre en la vivienda que existía en un tramo de la torre hasta finales de los años 80, antes de que la atalaya se cerrara a las visitas en 1990 para su posterior reforma.

Esta semana, su antigua casa ha sido noticia con la reapertura a las visitas de la Torre. De hecho, él mismo se encontraba paseando el pasado martes junto a un amigo, Francisco Muñoz, por el Patio de los Naranjos, poco después del acto de inaugural. Se mostraba afable y todo sonrisa, con un aspecto físico inmejorable. Quizá porque si subir escalera es muy saludable, Manuel Soriano ya subió muchas de niño: un centenar de escalones cada vez salía o entraba de casa.

El caso es que los periodistas aprovecharon la ocasión para charlar con él y hacerle recordar cómo era su vida cuando era un crío, junto a sus hermanos Rosi y Gabriel, con su entrañable madre, Elena Muñoz, y el toque de campanas marcando las horas y días de su vida.

"Yo no me veía campanero", afirma. De hecho profesionalmente se ha dedicado a la joyería y a la artesanía del cuero, porque a pesar del romanticismo de la profesión de su familia "no me llegué a interesar por ese mundo. Ahora mismo no sabría decir qué tipo de toque de campana es uno u otro", dice Soriano. Eso sí, conoce los nombres de los ingenios de bronce y no oculta el orgullo porque, por ejemplo, un villancico casi universal, el de Campanas de la Catedral , de Ramón Medina, tenga a su padre (y en cierta forma a él mismo) como protagonista.

Hoy en día, las casas dentro de la Torre (llegaron a existir varias, no solo la de la saga de los Soriano) han desaparecido y puede admirarse las piedras originales del alminar de Abderramán III y de las sucesivas incorporaciones cristianas. En la torre ya huele ropa recién sacada de la maleta y a colonias de los turistas, no a puchero del mediodía, a humedades en invierno y a picadillo de tomate en verano. Igualmente, las campanas están mecanizadas y tocan por control remoto, con un sistema especial de seguridad que bloquea el mecanismo si detecta que aún queda una persona al nivel del campanario. Muy distinto a cuando, con sus hermanos y amigos, jugaban corriendo entre las campanas.

Otros tiempos en los que, como dice Soriano, "no teníamos de nada y éramos felices". Bueno, quizá es que entonces, en aquella casa bajo las campanas, no se tendrían cosas materiales... Pero estaba lo importante.

NIZA, Juan M.

(06-11-2014)

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