La procesión del Corpus vista por un campanero. O por un antropólogo, que viene a ser lo mismo.

La verdad es que mis dos oficios – antropólogo, campanero – se parecen mucho. Incluso, tengo que confesar, que el uno me llevó al otro, y ya no recuerdo cual fue el primero. Pero el caso es que voy a tratar de contar aquello que vemos desde la distancia – en este caso desde las alturas – lo que nos permite ver cosas que a veces, a pie de torre, pasan desapercibidas.

¿Actores secundarios o portadores de la tradición?

En primer lugar, aquello de ser actores secundarios. Es cierto que la declaración de la Solemnidad del Corpus Christi en la ciudad de València como Bien de Interés Cultural Inmaterial define que hay dos actores principales (la Ciutat o Ayuntamiento, y el Capítol o Cabildo Metropolitano), encargados uno de ellos de convocar la procesión y organizar los actos litúrgicos y el otro, patrono desde 1355, como organizador de los diversos actos no litúrgicos. Luego dice que hay tres actores secundarios, o sea els Amics del Corpus, els Campaners de la Catedral de València, els Músics i Dansadors del Corpus de València, los tres organizados como asociaciones culturales.

Y no me parece bien aquello que seamos actores secundarios por dos motivos. El primero y principal porque se olvidan del auténtico (y necesario) actor secundario, que es el público asistente. La procesión del Corpus está pensada, desde sus orígenes como un diálogo, como una comunicación para un público, al que se le quiere contar una historia, la Historia Sagrada, a través de diversos símbolos, imágenes, ritmos o colores. Sin público no hay procesión. Y tampoco sin actor principal, y no quiero entrar en disquisiciones teológicas que no me competen. Pero vamos, el actor principal, si hay uno, es el Santísimo Sacramento. Los organizadores son, cada uno dentro de sus competencias (a veces mal definidas o mal reñidas), la Ciutat y el Capítol. Y los intérpretes o portadores de la tradición según las palabras definitivas y concretas de la UNESCO somos, cada uno en nuestro ámbito, aquellos tres mal llamados actores secundarios.

Esto de portadores de la tradición tiene su miga. No está relacionado, ni puede estarlo, con la propiedad material o intelectual de la tradición, que por su propia naturaleza, es comunitaria, del pueblo, en el sentido más metafórico de la palabra. Los intérpretes, que es la expresión habitual, son en realidad portadores de una tradición, es decir que interpretan no sólo algo que recibieron sino que están obligados a transmitir. Por tanto la tradición ni comenzó ni debe terminar con ellos. De alguna manera están obligados, prestan un servicio comunitario, que es reconocido como propio por todo el grupo, por toda la población. Y por otro lado, como portadores, interpretan la tradición, del mismo modo que unos actores hacen en el teatro, aportando no solamente su saber hacer sino también y sobre todo su toque personal, su manera de actuar. En ese diálogo entre el actor y la obra interpretada hay un enriquecimiento mutuo, una aportación, que revierte en la calidad de vida de la comunidad.

Desde luego no son los propietarios de su aspecto (personajes), de su movimiento (danzantes), de su música (músicos, campaneros) aunque ciertamente los recrean cada vez que lo interpretan. Esta es precisamente la riqueza y la complejidad del patrimonio inmaterial: que solamente existe en el momento de su interpretación, que tiene una existencia intermitente a lo largo del espacio y del tiempo, pero no por ello menos real. Ahora bien, si los personajes, danzantes, músicos o campaneros no son propietarios de su actividad, tampoco lo son ni el Cabildo ni el Ayuntamiento. Hace poco, cuando se declararon Bien de Interés Cultural de Carácter Inmaterial los toques de campanas de cuatro campanarios de la Comunitat Valenciana (tres catedrales, Castelló de la Plana, Segorbe y València, y una población, Albaida), uno de los cabildos, que no fue el de València, sostuvo, sin razón, que los toques de campanas de su catedral les pertenecían. El tema es complejo y merece una reflexión más amplia que estas líneas. Pero en cualquier caso si alguien posee un patrimonio inmaterial es precisamente su intérprete. Sin duda unos toques de campanas, unas danzas del Corpus o unos personajes de la procesión solamente se entienden en su contexto global especialmente eclesial, pero nadie, ni siquiera sus intérpretes, pueden esgrimir que son los exclusivos propietarios de un bien que ha sido reconocido de interés cultural precisamente por su carácter de valor comunitario y no exclusivo de un grupo, una organización o una creencia concretos.

Ciertamente, sin personajes, campanas, danzas o músicas, se podría hacer una procesión del Corpus Christi, puesto que el sentido que tiene es la exposición itinerante y pública del Santísimo. Pero no sería nuestra procesión. Tampoco sería posible sin el concurso capitular o municipal. Todos somos actores necesarios de esta representación simbólica. No olvidemos, para entender algo, y para poderlo transmitir, que los antiguos imaginaron todo este imaginativo discurso, tan visual, para contar algo misterioso y simbólico, que no se puede expresar solamente con discursos teóricos sino precisamente a través de imágenes, colores, emociones, sonidos. Faltan los sabores: sabido es que la celebración del Corpus no tiene, que yo sepa, una alimentación asociada, una comida o bebida características, pero eso no le quita nada de su interés.

Las campanas en la fiesta del Corpus del pasado

Pues bien, como actor necesario (que no secundario) de esta representación quiero hablar de un segundo tema, que me compete mucho más directa y sonoramente: los toques de campanas de la ciudad para la fiesta del Corpus. Ya sé que es una Solemnidad, de acuerdo con el nuevo vocabulario litúrgico, pero prefiero denominarla fiesta, que es un concepto que entendemos mucho mejor.

En esta fiesta las campanas tenían un significado propio. He dicho tenían y luego explicaré por qué. En primer lugar, de manera global, y como ya he dicho otras veces, las campanas tienen un sentido especial para todos nosotros, no solamente los valencianos, en la fiesta del Corpus. Los ingleses dicen que Christmas is time of bells; para nosotros en Navidad se tocan las campanas pero no de una manera excesiva. Tampoco son importantes, o demasiado importantes, las campanas para Pascua, como para los franceses, los belgas o los rusos. Ciertamente se tocan, incluso más que en Navidad, pero tampoco demasiado. Sin embargo el Corpus Christi, no solo en la Comunitat Valenciana sino en toda España, es, o era el momento de tocar todas las campanas a la vez. El Corpus es la fiesta global por excelencia, aquella en la que se tira la casa por la ventana, aquella en la que suenan todas las campanas, una sola vez al año. En la Catedral de València tenemos el caso muy claro: para todas las demás fiestas del año se voltean solo y necesariamente las cinco campanas mayores; para el Corpus se voltean las once, incluso la Caterina, la campana de 1305, la más antigua en uso de la Corona de Aragón, que solamente voltea profusamente este día y su víspera.

Y es que para el Corpus se tocaban no solamente todas las campanas de la Catedral sino que se tocaban las campanas en todos los campanarios de la ciudad. No he dicho que se tocasen todas: había muchas y diversas tradiciones locales, seguramente también determinadas por el número de campaneros existente en la ciudad. Pero si que tocaban todas las torres al unísono.

Con ello estaban expresando una idea de comunidad, de celebrar in uno Spiritu unanimes (Phil. 1:27), todos con el mismo espíritu, con la misma voluntad, con la misma actividad, la fiesta más importante del catolicismo, la presencia real de Jesús sacramentado. Y así como la procesión, que no era más que la culminación de la festividad, incluía a todos los pueblos, a todas las razas, a todas las gentes, a todas las parroquias (organización territorial), a los oficios, los religiosos y a la nobleza (organización social), esa comunidad global se expresaba en los toques de campanas de varias maneras, siempre interrelacionadas, siempre compartidas.

Recordemos que en el tiempo litúrgico, y por tanto en la sociedad tradicional, la jornada empieza a mediodía, o mejor tras la comida, puesto que la práctica totalidad de celebraciones tienen primeras vísperas, mientras que las celebraciones más importantes tienen también segundas vísperas, durando por tanto 36 horas, como es el caso de nuestra fiesta del Corpus.

Por tanto esta comunidad de corazones, esta comunidad de celebrantes, se expresaba de manera especial con los toques de campanas, siempre coordinados por la Catedral. De este modo reproducían la ciudad ideal, la ciudad de Dios en la tierra, en la que la Catedral era la cabeza visible.

Al mediodía la coordinación era fácil. Primero tocaban las horas mediante el Micalet, la mayor campana de reloj de la Corona de Aragón, y luego los tres golpes del Ángelus mediante la Maria de la Catedral, la campana mayor, que era contestado por el mismo toque de las demás torres, interpretado respectivamente por su campana más grave. Y luego cuando comenzaba el volteo de la Catedral, seguían las demás. De hecho el toque se llamaba así, seguir a la Catedral. Al mediodía del miércoles (porque entonces, aunque lo hayamos olvidado, el Corpus caía siempre en jueves) comenzaba la fiesta con ese vol general, con ese volteo general siguiendo a la Catedral, con ese toque de todas las torres, armonizadas y coordinadas por la torre mayor.

El toque tenía diversas señales, como un primer volteo de todas las campanas, un posterior villancico que es una peculiar combinación de las dos o tres campanas menores con la mayor, con un nombre que significa canción con estribillo ( y no canción de Navidad, como ahora creemos) y que marcaba los toques propios de la celebración. Y luego la desfeta solta de la gran esto es el volteo solo de la campana mayor de cada torre, de todas las mayores a la vez, reforzando ese sentido de pertenencia por un lado a una comunidad global, y por otro a una comunidad local, con características propias. Todos a la vez, y cada uno a su modo, para demostrar que dentro de la armonía, cada voz, cada conjunto era – y es – diferente, propio, particular. Había dos volteos más de todos de modo que a las doce se hacía el primero, al cuarto el segundo y el tercero a la media.

Por la tarde solamente la catedral marcaba el toque de primeras vísperas, a su tiempo, pero luego interpretaba – y seguimos interpretando – el avís a les parròquies. Es normal, a mediodía no hace falta coordinación, porque se toca tras las doce de la Catedral, tras las doce del Micalet, el reloj público y municipal de la ciudad, pero por la tarde hace falta una señal de previo aviso, de coordinación, para que se vuelva a repetir el milagro sonoro, la armonía musical, el concierto urbano de la mañana. Luego otra vez los tres volteos, con el villancico y la campana mayor sola de cada una de las torres.

Para el alba, que entonces era un alba de verdad, puesto que se tocaba a partir de las cuatro de la mañana, aún de noche, se repetía la coordinación previa de la Catedral, con movimiento primero de la campana mayor, y luego con el aviso parroquial. Luego tres volteos más, que eran tan sonoros, en una ciudad aún silenciosa, que eran seguidos a distancia desde diversos lugares. Fama tenía seguir el volteo general tanto desde la otra parte del río, en un par de huertos de la calle de Alboraya, como desde los Silos de Burjassot, donde se percibía nítidamente el toque común y coordinado. Era un momento, además, para comer las primeras fresas de la temporada, en el frescor de la mañana, iluminado por ese toque colectivo y coordinado de las campanas de toda la ciudad.

La Catedral tenía sus toques propios a lo largo de la mañana, para marcar la evolución del ritual, pero a mediodía se volvía a repetir el milagro del toque general, el concierto global, la comunidad de corazones expresada a través de ese toque colectivo de campanas de todas sus torres.

El toque se repetía con menor intensidad – tocaban menos campanas pero tocaban todas las torres de nuevo – tres veces más. La Catedral, previamente, había tocado las segundas vísperas y una señal específica de la tarde del Corpus: el senyal de processó general. Ya en la primera crida en 1355, se indicaba que a la llamada de la campana mayor de la Catedral, acudirían todos, organizados por parroquias. Esta llamada a la procesión general se hace con el Manuel, la segunda campana de tamaño y quizás la más apropiada (ya que la mayor está dedicada a la Asunción de María, la titular del templo).

Luego hay un repic que es un toque de los más antiguos, ya descrito en el siglo XVI, pero mucho anterior, que indica que ha salido la creu, la primera cruz de la procesión, que es la de la Catedral. En aquellos tiempos, la cruz de la Catedral no era la única, sino que participaban, ordenados por sus parroquias, los habitantes de esta insigne ciudad, y cada parroquia portaba no sólo su cruz sino sus santos y sus cofradías. Es claro: todos al unísono, pero cada uno mostrando sus particularidades y habilidades.

Y entonces, cuando salía el Santísimo, tocaba de nuevo el vol general porque esa salida afectaba a toda la ciudad. Dos volteos generales había más: a la mitad de la procesión, que entonces era por la plaça del mercat y a la entrada a la Catedral. Pero no terminaban los toques hasta que la propia Seo no lo indicaba, mediante un villancico muy especial, el llamado Racó porque se tocan las cuatro campanas menores que están juntas, como en un rincón, con el Jaume. Este toque daba permiso a las demás torres para finalizar, de modo que la Catedral, que había sido la primera, fuese la última, porque ella debe abrir y cerrar los toques.

Durante la procesión había una peculiaridad, y es que se retransmitía en directo el paso de la custodia: cada torre del recorrido (Sant Bertomeu, Sant Nicolau, Sant Joan del Mercat, Sant Martí, Santa Caterina, Sant Esteve) señalaban con su volteo general el momento culminante de la procesión en su territorio. Eran toques breves, porque eran manuales, y las personas se cansan. Por eso mismo transmitían mejor el movimiento, a través de la evolución, del paso sonoro.

Así pues, coordinación, armonía, toque global y comunitario de una ciudad completamente volcada a la mayor celebración litúrgica del año. Pero también y sobre todo, representación simbólica de una manera de ver y organizar el mundo, a través de los toques de campanas. Es sabido que las acciones simbólicas, especialmente (aunque también todas las demás, con menor intensidad), más allá del significado inmediato, reflejan la visión del mundo de quien las interpreta.

Las campanas en la fiesta del Corpus del presente

Y ahora, ¿qué ocurre? Pues casi nada de eso. Posiblemente porque la visión del mundo ha cambiado, especialmente en la iglesia valenciana, no existe coordinación, no existe armonía, no existe una representación colectiva sonora de la fiesta del Corpus. No estoy juzgando lo que ocurre en la actualidad; solamente trato de comprenderlo.

La ley de declaración de la procesión del Corpus como Bien Patrimonial de Carácter Inmaterial, no tiene solamente valor legal para los valencianos, sino para toda España, de acuerdo con su posterior publicación en el BOE y consecuente inclusión en los inventarios comunes del ministerio de Cultura. Para ajustarse a los tiempos presentes, la citada declaración, que va detallando todo el programa de actos protegido por la ley, indica que al menos el volteo de las ocho de la noche de las campanas de la Catedral, el del mediodía y la salida de la procesión deben ser contestados por las parroquias:

Un día antes (actualmente el sábado) … Ocho a ocho y media – Volteo de las cinco campanas mayores de la Catedral con villancico de las tres menores. Previamente señal a las parroquias del centro histórico, que deben contestar con un volteo general a las ocho durante cinco minutos…

Parte central. Día del Corpus (actualmente domingo) … Doce a trece horas – Volteo general de las once campanas de la Catedral. Las parroquias del centro histórico deben contestar con un volteo general a las doce durante cinco minutos...

En el momento de la salida de la Custodia, volteo de las cinco campanas mayores de la Catedral. Las parroquias del centro histórico deben contestar con un volteo durante tres minutos. Igualmente se producen 21 salvas, que deben realizarse con morteros tradicionales, desde la terraza de la torre del Micalet de la Catedral. Durante el paso de la Custodia por cada demarcación parroquial, volteo general de sus campanas.

La víspera, a pesar del avís a les parròquies, nadie contesta. O quizás si, uno o dos conventos de clausura, pero ninguna de las torres importantes de la ciudad. Hay que recordar dos puntos añadidos, que aún hacen más incomprensible el silencio. Por una parte, en los últimos años, y aprovechando entre otros elementos, diversas exposiciones que han tenido lugar en el centro histórico, la práctica totalidad de los campanarios están restaurados. Esto quiere decir que tras la primera mecanización de los años 70, en la que se sustituyeron las antiguas truges de fusta o contrapesos de madera por otros metálicos, poniendo motores continuos que imposibilitaban el toque manual, en la segunda mecanización, respetuosa con las normas de restauración más habituales, se han repuesto los yugos de madera, se han colocado motores de impulsos que reproducen los toques tradicionales y no impiden los toques manuales y sobre todo se han colocado ordenadores que han permitido recuperar toques antiguos ahora automatizados, como el toque de ángelus tres veces al día, o la programación de un volteo para cierta fecha anual, tanto de acuerdo con el calendario solar o civil (cierto día del año) o litúrgico (es decir con respecto a Pascua). De ese modo se puede programar que la víspera del Corpus haya un volteo a las ocho de la noche de cinco minutos, y el ordenador ya se encarga de calcular cada año qué día tiene que poner las campanas en marcha.

Como hemos asesorado esas restauraciones, introducimos en la programación, al menos, el volteo de las campanas al mediodía, para las iglesias del centro histórico; todas han mandado desprogramar ese toque porque molesta a la misa de doce. Alguna, si se le ocurre, hace un volteo un rato antes de las doce, pero ninguna después o conjuntamente con la Catedral. Esa molestia me recuerda la antigua discusión entre el patrimonio y sus propietarios individuales: ¿qué debe primar, el bien colectivo o el derecho individual? ¿No tendría más lógica, incluso catequética, el justificar el volteo de las doce, durante la misa más concurrida, como un acto de comunión, como una muestra ante nosotros y ante el mundo que cada iglesia, cada parroquia, no está sola en la ciudad, no hace la competencia a las otras, sino que forma parte de una misma comunidad eclesial? El silencio o el caos en los toques demuestra lo contrario: no hay voluntad de mostrar que toda la ciudad, espiritual y material, se alegra conjuntamente de la fiesta del Corpus. Al revés, la voluntad es la contraria: yo toco cuando quiero, que nadie de fuera va a decirme cuándo tengo que tocar mis campanas. Y cuando nos referimos a alguien de fuera, nos referimos a una doble rebeldía: no se reconoce la superioridad de la Catedral, pero tampoco se reconoce la ley civil que obliga a todos a su cumplimiento. Esta rebeldía tiene poco de evangélico, y ya tiene sus antecedentes incluso en la aplicación de la Ley del Patrimonio Cultural Valenciano, ya que no se pudieron reconocer Bienes Culturales de Carácter Inmaterial hasta la llegada de don Carlos Osoro, de feliz memoria, a la sede valentina. Con una curiosa contradicción: no se quiere reconocer la Ley, en aquello que no interesa, que bien que nos acogemos a ella para que declaren nuestro templo Bien de Interés Cultural para que ayuden a su restauración. Eso sí, sin que la administración meta demasiado las narices en nuestro territorio, que nosotros sabemos lo que tenemos que arreglar, restaurar o tirar, según nuestro superior criterio.

Y si no tocan las campanas de la ciudad la víspera a las ocho ni el mediodía a las doce, menos aún a la salida de la Custodia de la Catedral. La torre del Micalet anuncia a la ciudad y al mundo, en solitario, que el Santísimo sale a la calle, porque seguramente es un esfuerzo sobrehumano pulsar un botón, un solo botón, para que automáticamente se desarrolle el volteo general programado.

Algunas parroquias tocan cuando les parece que pasa la procesión. Y así Sant Nicolau toca, en exceso, aburriendo con el excesivamente largo toque de sus campanas. El toque de Sant Joan del Mercat es a veces más razonable, cuando acuden algunos Campaners de la Catedral a tocar sus campanas durante el estricto paso de la custodia por la plaça del Mercat. Otro tanto ocurre en Sant Martí, donde se vuelven a tocar las campanas manualmente desde hace un par de años por una asociación de campaneros recientemente refundada, els Mestres Campaners. Pero no pueden tocar la víspera por la tarde, ni siquiera al mediodía porque sus toques molestan al desarrollo de las misas parroquiales. Santa Caterina no toca, porque es gran molestia pulsar el botón al paso del Santísimo, Sant Tomàs suele hacerlo, pero el toque de Sant Esteve depende no sabemos bien de qué. Por supuesto ni el Salvador, Sant Joan de la Creu, el Carme, el Puig tocan sus campanas, por citar las torres próximas a la procesión y automatizadas. Es como si la fiesta del Corpus no fuera con ellas.

Al final, solamente la Catedral cumple la normativa, es decir cumple la tradición (porque esta declaración de ley no hace más que definir las partes esenciales y necesarias de la celebración), interpretando todos los toques de campanas que marca la declaración. De los demás campanarios, ninguno.

Un caos de procesión

Para acabar seguiré con esa visión distante que dan las alturas. En primer lugar, el ritmo de la procesión. Sabido es, cuando no había teléfonos móviles ni otros mecanismos para hablar a distancia, que un par de pertigueros se iban desplazando arriba y abajo por toda la procesión, para que no hubiese parones ni cortes. Bueno, para ser exactos, quien marcaba el ritmo era la cruz, que iba haciendo pequeñas paradas, para que la custodia no se detuviese. Otro tanto debería ocurrir con la Mare de Déu, pero ese no es nuestro tema, al menos hoy. De tal manera, que el tercer y más importante actor, el público, percibía una procesión coherente, dinámica... y sin cortes. Ciertamente los cortes de la procesión de la Virgen son fenomenales, a veces de media hora, pero la del Corpus va por el mismo camino. Si la culpa la tienen las flores, es porque la gente no sabe tirarlas (antes y no durante el paso de la custodia) y estas flores no deben cortar el ritmo. El espectáculo no son las flores (ni los personajes, ni las danzas, ni la música, ni las campanas); el actor principal es el Santísimo, que no debe parar, que para eso va sobre ruedas, y el destinatario principal es el público, a quien va destinado todo el esfuerzo colectivo.

Pero con la procesión ocurre lo mismo que con los toques de campanas: no se muestra ni se quiere mostrar una imagen de unidad, sino más bien el caos de la creación. Se dicen – nosotros bien que lo oímos, ya que tenemos un altavoz en la propia sala de campanas, para seguir los actos litúrgicos – nombres y nombres de parroquias, incluso alguna desaparecida como San Lucas y Santa Lucía, pero no hay un elemento vertebrador de cada una como existía antes a partir de la cruz parroquial, sus cofradías y sus imágenes. Incluso, hasta su banda de música. En la declaración del Corpus como Bien de Interés Cultural de Carácter Inmaterial se pide que vayan primero las parroquias modernas de la ciudad (preferentemente con sus cruces parroquiales) y luego las parroquias del centro histórico (preferentemente con sus cruces parroquiales). Si va alguna, desde luego no se nota.

Yo iría mucho más lejos. Del mismo modo que las fallas se organizan por territorio, por agrupaciones, volvería a organizar las parroquias de la ciudad, según las doce antiguas. Cada una de ellas, con su propia cruz (y se conservan casi todas, si no todas), sería como la referencia histórica, como la madre de aquellas establecidas en su territorio. Pero he vuelto a mentar la dependencia, y me parece que voy por mal camino. ¿Si las iglesias urbanas no admiten, a través de sus toques, la preeminencia de la Santa Iglesia Catedral Basílica Metropolitana de Santa María, como van a aceptar marchar bajo la cruz de una parroquia, por muy histórica que sea, que es igual a ellas? Sin embargo alguien debe reconducir esta procesión para que sea muestra de unidad y no de dispersión.

O quizás todo está bien, y desde arriba, como todos parecen hormiguitas, no sabemos apreciar la realidad de las cosas, ni distinguir las cosas importantes.

LLOP i BAYO, Francesc
I Congreso sobre la Festividad del Corpus Christi - Comunitat Valenciana (22-11-2014)
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