El campanero, director de orquesta - Autor: SANTOS, Anselmo
"Quiero reiterar, que desde este blog titulado La Mirada de Anselmo en 'Viva mi Pueblo' solamente pretendo recordar con 'reflexiones en voz baja' tiempos remotos, que sin ser mejores ni peores, aún quedan en el recuerdo de quienes lo conocieron y para los que no, que puedan tener la posibilidad de una mejor retrospectiva de lo que, sin duda, les han contado sus mayores".
Tal es el tema del artículo de hoy, pues nada hay más evidente para significar el devenir de los pueblos provinciales que el distintivo sonido de las campanas de la iglesia, convocando a misas, bautizos, comuniones, bodas, incendios y muertes; todos ellos en manos de un buen campanero, con cadencias distintas.
Yo, que he tenido la suerte de poder subir a muchos campanarios de las iglesias provinciales y conocer a muchos campaneros singulares, casi todos sacristanes, puedo aseguraros que desde allá arriba y en silencio absoluto, sólo paliado por el revoloteo de las palomas o el graznido de las grullas, he podido contemplar un paisaje inaudito: un "mar de hierba" o un "mar de llanuras", dependiendo de la estación, en primavera, verano, otoño o invierno. Y siempre, rodeado de campanas que habían tocado y repiqueteado en llamadas de alegría o tristeza, consecuencias de la vida misma… ¡Ah…si las campanas, además de tocar, hablasen…!
Desde siempre me impresionó su tañido; las oí desde niño y siempre perduró su recuerdo acrecentado con los años. Ahora siento su ausencia, pues han quedado como fedatarias solamente para quienes se quedaron en los pueblos. Los que, por múltiples imponderables tuvieron que marcharse, ya no tienen la oportunidad de escucharlas y oírlas tocar en el anuncio de algún acontecimiento especial, bien sea de vida o muerte.
Hoy, quiero contaros una historia singular sobre el lenguaje de las campanas: "Cuando murió mi padre, médico rural, inmediatamente llamé al párroco del lugar, Don Santos Blanco, para comunicarle la triste noticia. De inmediato, Don Santos pidió al sacristán que tocasen las campanas a muerte. El buen hombre, que era amigo de mi padre, lo hizo con pleno sentimiento. Y el sonido inundó todo el pueblo y las tierras de labor. Así, todos los vecinos supieron al mismo tiempo que aquel médico rural -que había dejado girones de su vida en aquellos lares, que había ayudado en muchos partos, curado a muchos enfermos y consolado a muchos moribundos- había muerto".
A mí, me pareció sentir cómo el lenguaje singular de las campanas iban diciendo a los cuatro vientos que alguien que pasó por allí y dejó su impronta, ya no estaba. Y dentro de mi tristeza, sentí la alegría de que así hubiera sido reconocido.
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