DÍAZ PÉREZ, Eva - Paisaje sonoro de la Sevilla del pasado

Paisaje sonoro de la Sevilla del pasado

Un estudio recrea los sonidos de una ciudad donde las campanas regían la vida religiosa, económica y política

Había tañidos para vientos, tormentas, fuegos y de los ahorcados que anunciaban las ejecuciones

Era una de las villas históricas más ruidosas por sus fiestas y los anuncios de la llegada de la flota de Indias

Panorámica con los campanarios que marcaban el sonido de la ciudad - Autor: MORÓN, Jesús
Panorámica con los campanarios que marcaban el sonido de la ciudad - Autor: MORÓN, Jesús

Sonaban las campanas marcando la vida desde el toque de prima al alba y el toque de queda por la noche, anunciando fuegos, tormentas y horas litúrgicas. Se oía la furia del Guadalquivir en las inundaciones cuando chocaban los mástiles de los galeones en el puerto. Era continuo el fragor del paso de los carruajes sobre el irregular empedrado de las calles estrechas. Y el vocerío de las mercancías cuando los arrieros atravesaban las puertas de la ciudad.

¿Cómo sonaba la ciudad del pasado? ¿Era una ciudad ruidosa? ¿Qué paisajes sonoros se podrían dibujar en las vistas de la Sevilla de los siglos XVI al XVIII? ¿Sería muy diferente de la ciudad actual marcada por el ruido y la feroz contaminación acústica?

Ahora existe un mapa sonoro histórico sobre Sevilla, una de las pocas ciudades sobre las que se ha investigado esta documentación informativa, sin duda la gran olvidada de las fuentes de estudio del pasado. La responsable de esta investigación es la historiadora Clara Bejarano Pellicer quien en el libro Los sonidos de la ciudad. El paisaje sonoro de Sevilla, siglos XVI al XVIII, recientemente publicado por el Ayuntamiento, reconstruye la experiencia auditiva de los sevillanos de la Modernidad.

Uno de los trabajos pioneros dentro de esta especialidad de la Historia Cultural fue el de Reinhard Strohm en 1985 sobre la Brujas de la Baja Edad Media. Ahora Sevilla se une a este archivo sonoro del pasado con una investigación en la que se vislumbra una ciudad desde luego singular.

No hay duda de que la ciudad recreada por Clara Bejarano es una ciudad ruidosa y festiva. «La gran eclosión de las relaciones de fiestas en la ciudad hispalense fue en la segunda década del siglo XVII por causa del estallido inmaculista», apunta la investigadora sobre una de las razones de este bullicio en la ciudad del pasado.

Pero ¿qué características tendría esta Sevilla frente a otras villas históricas de Europa? Hay algo determinante que si bien existía en otras ciudades, en Sevilla permite hablar de una dimensión sonora particular: las campanas.

Es cierto que en las ciudades preindustriales las campanas marcaban la vida cotidiana porque anunciaban las horas, pero también servían de aviso. «Se estima que en Sevilla en la Edad Moderna hubo 80 campanarios y 170 campanas», detalla la investigadora. Pero no hay más que echar un vistazo a los cielos de la ciudad actual para descubrir que las torres campanarios que aún resisten desvelan un paisaje vertical de espadañas, un sky-line de evidente fondo sonoro.

El vórtice sonoro estaba en la Giralda con sus veinticuatro campanas de golpe -con badajo o 'lengua' porque su tamaño y peso hacía imposible voltearlas-, ocho esquilones y diez esquiletas. La campana 'Grande', la llamada 'Mayor', de 'Santa María' o del 'Alba' se fundió el 7 de septiembre de 1588 y pesaba 163 quintales y dos arrobas y media. El clérigo campanero Mateo Fernández en 1533 puso por escrito la 'Regla del tañido de las campanas'. Este tratado contempla incluso un tañido especial para las ejecuciones que él bautiza como 'de los ahorcados'.

Sin embargo, las campanas no sólo marcaban el tiempo religioso. También ordenaban la vida económica y la política. La Sevilla de la Casa de la Contratación celebraba con tañidos la llegada de los galeones como si fuera una fiesta. Y la política se regía por las campanas. En las ordenanzas del cabildo secular se determina la hora de los cabildos de los lunes, miércoles y viernes por el toque de tercia en la Catedral: «Que los Alcaldes mayores del Concejo hayan de venir y entrar en el Cabildo, en tocando la esquila de tercia en la Iglesia mayor, y en él estén despachando los negocios lo menos tres horas de reloj».

Las campanas llamaban a la oración, a la misa, a difuntos, a viático o al ángelus, pero también en los casos de emergencia: fuego, parto laborioso y difícil de mujer (que se llevaban a cabo por encargo), tempestad de truenos, vientos fuertes, asedio, guerra o inundación, que sonaban a rebato. «El de rebato entrañaba tres o cuatro golpes de la Mayor en la Giralda, cada uno de un cuarto de hora, para después proseguir la de Santa Marta. Para las parturientas tocaba Santiago nueve golpes separados por el espacio de una Salve rezada. Si se trataba de mujer de la familia real, se recurría a la campana mayor. Para los exorcismos contra plagas y tempestades, la campana mayor tocaba de tres en tres invocando a la Trinidad y de cuatro clamando a los Evangelistas. Los esquilones clamoreaban», explica.

Es curioso que en una ciudad tan ruidosa a veces triunfara un estremecedor silencio. Precisamente porque no sonaba ninguna campana. Era cuando se suspendían los toques ordinarios de las horas litúrgicas en los días de auto de fe. También estaba prohibido el tañido en el triduo de Semana Santa «a excepción del correspondiente al reloj, por lo que se recurría al toque de matraca en su lugar», aclara la investigadora describiendo otro de los sonidos característicos de Sevilla en Semana Santa cuando se celebraba el Oficio de Tinieblas y las matracas evocaban el sonido de la tempestad que sucedió a la muerte de Jesús.

En esos días de 'silencio' era tal vez cuando se podían oír otros elementos sonoros de Sevilla: las corrientes de agua que corrían subterráneas y que llegaban desde los manantiales cercanos a través de la Fuente del Arzobispo y de los Caños de Carmona.

La noche se anunciaba con el toque de queda que advertía también del cierre nocturno de las puertas de la muralla, a excepción de la del Arenal. Poco antes de la negrura de la noche sonaba la campanilla de ánimas. Y además de los carruajes, carros arrastrados por acémilas y pregones el paisaje sonoro lo pintaban los músicos callejeros que frecuentaban las tabernas y sus vinazos rancios y tocaban de oído con instrumentos viejos y desafinados.

Atravesando la ciudad se descubría otro sonido popular: el de los toques de barbero, que solían tocar la guitarra a las puertas de sus tiendas. Sin olvidar la literatura de cordel de los ciegos recitadores y los vendedores de impresos baratos con su campanilla y cencerro.

Después de esta obra, se descubre un rumor del pasado que intuimos en las pinturas de la época: el viento en los árboles de la Alameda durante el paseo de carruajes, los bronces hirviendo en la Fábrica de Artillería de San Bernardo, las maderas de las galeras crujiendo en el puerto, el griterío en las casas de gula y en las de la lujuria del Compás de la Mancebía, los rezos en el interior secreto de los conventos...

DÍAZ PÉREZ, Eva

El Mundo (21-02-2016)

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