ANTÍLOPE - Las campanas de Praga

Las campanas de Praga

En la Catedral de San Vito había un alboroto al cual, sin embargo, el cardenal y el mismísimo Rey hacían caso omiso.

Las campanas estaban en asamblea permanente y sus chusmeríos a la orden del día, y ¡no era para menos!, se esperaba la llegada de una nueva compañera de la cual poco se sabía.

Todas se preguntaban:- ¿Cómo era, de donde venía, de qué material estaba hecha y cuales eran sus cualidades? La campana más vieja, llamada Johanna, la preferida de las abadesas del convento, talvez tan envejecida y enmohecida como ellas mismas, comentaba:

- ¡Esto me huele mal, quién sabe de donde viene, qué pasado trae y por qué eligió a Praga como su hogar!

Cabe agregar que la vieja campana databa de los años del comienzo de la ciudad, no se sabía su origen, simplemente un día apareció en una choza de madera de las que conformaban aquella antigua aldea.

Seguramente fue un botín de guerra y confiscada quién sabe en qué batalla. Y allí se quedó por un largo tiempo olvidada, hasta que la ciudad creció y se edificó el castillo y el templo. Luego fue trasladada con toda pompa al flamante campanario.

Durante el tiempo siguiente llegaron muchas otras campanas las cuales, antes de su inauguración, recibieron un nombre propio, mayormente de un santo.

Ella, la primera en tañir en la Catedral, fue siempre considerada como el líder absoluto y a veces les contaba los gloriosos sucesos del medioevo, y también una fantasía inventada por ella, de ser de origen noble y románico.

Pero hoy no había mucho tiempo para la charla, sus amigas desde la periferia le anunciaban el inminente paso del convoy con tan ilustre carga.

Praga recibía una campana más, y una por una desde los distintos campanarios, reportaban lo visto; pero no había mucho que ver, tan sólo sobre carreta una caja de madera y eso era todo.

Mariam, una de las más respetadas campanas de San Nicolás, iglesia situada en la plaza de la Ciudad Vieja anunció de repente: -¡Ya los veo, se acercan, están por cruzar el puente de San Carlos, pronto llegarán a la plaza y pasarán por mi iglesia, pido el permiso para comenzar a tañir!

Johanna dio el consentimiento y al rato convocó a todas las campanas, aún las periféricas a unírseles en un glorioso doblar de “Ave María” y así demostrar a “la nueva” la buena predisposición en recibirla.

El Rey y el Cardenal, junto a las abadesas, ya estaban esperando en el patio central, mientras la nobleza corría al encuentro del ilustre huésped sin saber bien de qué se trataba.

Llegó la carreta al castillo; el tañir de las campanas prosiguió y después de un largo rato procedieron a bajar y abrir la carga.

¡El castillo enmudece... todos esperan... hasta callan las campanas!...

¡Ya está abierta la tapa! y aparece un montón de paja, supuestamente a modo de protección del contenido. Buscan en su interior y sacan a la luz... una pequeñita,

plateada e insignificante “campanita”, hecha de un metal brillante y de un estilo desconocido para todos.

¡Se instala un silencio total!...

La primera en recuperarse del asombro es Johanna.

- ¿Qué carga absurda es ésta?

Y dirigiéndose a la inocente campanita, pregunta:

- ¿Quién eres, de donde vienes para jugarnos semejante broma? Se le unen las demás compañeras y por la ciudad corre como un reguero la noticia de tan inesperado suceso.

Anna, una de las campanas, averigua.

- ¿De qué material tan plateado y brillante, nunca visto antes, estás hecha, y por qué tu tamaño es tan insignificante?. Y sin darle tiempo a responder avasallan las demás con preguntas.

Sarah y Judith interrogan:

- ¿Conoces las Sinfonías de Beethoven... qué sabes tañir de Mozart, Wagner, Smetana y los demás músicos?

El interrogatorio no tiene fin, la campanita no puede contestar, no le dan tiempo.

El cardenal reza, el Rey no sabe qué hacer y las abadesas suspiran y se persignan. Pero de repente una, muy anciana, se desmaya y, presa de un mortal ataque, cae al suelo...

¡Y el milagro sucede!... La campanita, sin ser siquiera instalada en su torre, comienza a doblar con tonos melodiosos y tristes un último adiós a la vieja abadesa.

Entonces todos comprendieron, les habían mandado una antigua campana, compañera fiel de los viejos guerreros durante sus luchas y conquistas.

Ella era la que despedía con su sonar a los hombres moribundos, la que avisaba la cercanía del enemigo, y luego también tañía en los bautizos y casamientos. Sin sinfonías, sin “Ave María”, sin toda la pompa musical, ella era la que fortalecía y aliviaba los sufrimientos y penas humanas.

¿Pero quién la había mandado a Praga?...

¡Nunca se supo!

Hoy, olvidada su tan extraña llegada, ocupa un digno lugar en el campanario, goza del respeto de sus compañeras, ya que ninguna sabe entonar tan bien la melodía apropiada para los distintos sucesos.

Argentina, tan es su nombre de bautizo, presta su servicio aún para los distritos periféricos, porque su tañir tiene un alcance amplio, pudiendo de esa manera aliviar las penas de la muerte, pero también brindar mucha alegría en otras ocasiones.

Al escuchar sonar la campana los habitantes de Praga que aprendieron a identificar sus timbres hacen un alto en su diario quehacer; lloran o se alegran con ella y corren a comprar los periódicos para ver a quién le brinda Argentina hoy su último adiós, o tal vez la bienvenida, a este mundo.

ANTÍLOPE

Los Cuentos (25-04-2016)

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