F., Diego - A las entrañas de la Torre del Reloj con su custodio ‘Eusebio’

A las entrañas de la Torre del Reloj con su custodio ‘Eusebio’

Uno de los monumentos de la capital berciana, referente en el skyline, y mirador inaccesible que sólo unos pocos tienen la ocasión de conocer desde sus entrañas.

Existe un dicho que pone frontera a la ciudad hasta donde su latir de martilleo suena.


El martillo del campanario con la ciudad al fondo

Uno de los monumentos de la capital berciana, referente en el skyline, y mirador inaccesible que sólo unos pocos tienen la ocasión de conocer desde sus entrañas. Existe un dicho que pone frontera a la ciudad hasta donde su latir de martilleo suena.


Vano con una de las dos esferas del reloj, desde su interior

Su sonido y sus campanadas suenan añejas, casi obtusas, prendidas en el aire. Incluso forman parte ya del oído acostumbrado de todo ponferradino asentado, y casi parece que no suena. Pero en las noches de niebla, su martilleo se anaranja por las farolas cercanas, y cae a posarse por buena parte de La Puebla. Allí hasta donde se escucha, dicen los más viejos del lugar que “llega Ponferrada”.

Al exterior, a la luz de verano, es torre abierta al paso bajo su noble arco, contrapunto a la gran puerta de la ciudad amurallada de la que formaba parte, y es hoy vestigio que queda para los tiempos. Pero esa robustez y piel señorial, de robusta piedra, es el caparazón de una debilidad interior que sólo unos pocos conocen.

Adentrarse al interior de la torre del reloj es penetrar en las entrañas de la ciudad, y es vetusto, silencioso y oscuro escenario angosto que atrapa nada más atravesar la puerta lateral de acceso a la que se llega por los empinados peldaños de la muralla, donde una placa la recuerda.

Ahí comienza el relato de Eusebio Cotado, que es -podría resumirse así- el custodio de la torre, y uno de los ponferradinos que mejor conoce qué sucede en el corazón de la ciudad, que es su torre. Nada más adentrarnos en la torre, Eusebio nos mira con el semblante de aquel que sabe que nos va a revelar una imagen que sorprende, o como aquel que sabe que quien entra por primera vez, tiene algo parecido a una revelación. Ahí está el hueco, y en su pared, y todavía más angosta, una escalera de caracol de madera que suma varias décadas, y a la que hay que mirar alzando el rostro -y casi cuestionando si de verdad se puede ascender por esos escalones-.

No es fácil. Algunos ‘bailan’, para algún tramo hay que ayudarse de las manos en el ascenso. Los descansillos sólo sirven para preferir mirar hacia más arriba -porque son un espacio abierto a la caída… El corazón de Ponferrada es de una escalera de madera vieja. Una escalera que sufre arritmia por los pasos.


Escalera interior por la que se accede a los niveles de la maquinaria (1) y del campanario (nivel 2)

Alcanzamos el primer nivel a varios metros y Eusebio nos detiene para comenzar a desgranar la composición de los ventrículos y aurículas. Una caja… un autómata es la arteria principal, sólo una caja pequeña y de metal, que en 1972 sustituyó en una moda iconoclasta de modernidad, a la antigua maquinaria donada en 1920 por la Minero Siderúrgica de Ponferrada que desde aquel año fue retirada, y desde 1997 se muestra en el Museo del Bierzo (desde su inauguración) a pocos metros desterrada de la torre, como aquella princesa de ruedas, poleas y largas cadenas como trenzas que colgaban desde la plataforma a su base. Una maquinaria de precisión que se comprimió en el autómata que ahora manda en el reloj de la torre.

En aquel entonces, y hasta el año 2000, con el Plan de restauración del Casto Antiguo, funcionaba en base a la centralita instalada en el Ayuntamiento, y cuyas órdenes llegaban por el cableado que atravesaba varias fachadas. Con el nuevo siglo el reloj recibió su marcapasos, y el autómata tuvo la compañía de varios relés programables que ya hacen casi innecesaria la visita a la torre. Hasta el cambio de hora queda en manos de la electrónica, e incluso posee unas baterías que permitirían que el reloj siguiese moviendo las horas y su martilleo durante varios días por la ciudad.

Eso sí, para cuando existen averías, labor de mantenimiento, o cuando el calor en verano llega incluso a retrasar hasta dos horas la marcha de las agujas (por la dilatación de la esfera), ahí está Eusebio Cotado, que tomó el testigo del relojero Cesáreo Gómez, quien fue anteriormente el custodio de este corazón de Ponferrada cuya construcción está documentada desde varias crónicas y planos oficiales en 1567. Entonces ya en la muralla se dibujaba en este punto una torre con esferas de reloj. En la segunda mitad del pasado siglo era Cesáreo Gómez el encargado de dar cuerda al reloj, que duraba dos días.

Abandonamos este nivel echando una mirada por la celosía metálica, que son como pequeñas retinas que miran a la parte noble de la ciudad.

Y en otro piso superior, accediendo por una trampilla, el gran mirador, en el campanario. Allí los martillos muestran los verdaderos efectos del latir del tiempo en la ciudad, con la marca de los golpes, con las horas que han visto cambiar tanto a la ciudad (desde que era villa) a su alrededor… siempre girando a su alrededor. Pero recordad; es la torre del reloj la que gira las horas, y su martillo, el latir de Ponferrada.


Desde el campanario, con el casco antiguo al fondo, y Eusebio Cotado, el custodio de la torre

De torre de ‘las eras’ a ‘torre del reloj

Existen crónicas que detallan la presencia de la torre con el reloj ya en 1513, momento en que dejó de llamarse ‘torre de las eras’.

Construida en mampostería, sólo se sirve del sillar de grano para las cornisas, el campanario, y las esquinas. La torre está formada por tres cuerpos, construidos en el S.XVI.

El campanario, de sillar y sillarejo, presenta en cada cara sus correspondientes bocas de medio punto. La torre se remata por una cúpula rebajada con tejado de pizarra sobre la que se levanta un esbelto capitel cubierto por pizarra y que también sigue la línea arquitectónica de las torres del Ayuntamiento.

En el cuerpo de la torre, en sus dos caras principales, se ubican dos escudos reales con las armas de Felipe II, esculpidos por el cantero Juan de la Lastra en 1597.


Desde el enrejado, unos ojos al casco antiguo por el que pocos han mirado alguna vez

Varias reconstrucciones con amenaza de ruina

La torre del reloj es un verdadero puzzle del tiempo. Construida en 1513 sobre la muralla, en su versión ya como torre para un reloj, dejando atrás su hasta entonces nombre de torre de las eras, fue en 1567 cuando sufrió su primera transformación reseñable, a cargo del maestro de cantería Juan Sánchez. Sus trazos no llegaron a ejecutarse ni en una pequeña parte, pero sirvieron para rescatar del estado de ruina a la torre. En 1594 otra obra de modernización y consolidación se encarga al maestro Juan del Ribero, pero en 1596 abandona y es declarado en rebeldía, teniendo que rematar los trabajos los canteros Cristóbal de Lucillo y Juan del Monte, que esta vez sí, se inspiraron en rematar el proyecto de Juan Sánchez.

En 1648 la torre volvía a sufrir amenaza de ruina, pero la siguiente intervención reseñable se produjo en 1792, cuando el campanario construido por Juan del Ribero fue derribado y sustituido ya por el actual que ha llegado hasta nuestros días.


Restos de la muralla, que es la base de la torre


Escaleras de la calle Carnicerías, para acceder a la torre


Nivel 1 de la torre, con las esferas y el mecanismo para mover las agujas que sustituyó en 1972 a la vetusta maquinaria de 1920


En este primer nivel es complicado erguirse por completo


Ya en el campanario, vistas y martillo para el latir de las horas de Ponferrada



Y comienza el descenso... también complicado


En la ventana de la derecha la antigua maquinaria despojada del reloj, con la torre al fondo


Antigua maquinaria, donada en 1920 por MSP. Hoy en el Museo del Bierzo, a pocos metros de su antigua ubicación y función


Exterior de la torre

F., Diego

InfoBierzo (03-07-2014)

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