El detalle al fundir una campana de más de cinco toneladas y media de peso, uno 90 de altura y 150 centímetros de diámetro” para que no se raje, dure más y suene bonito es darle el punto de afinación”.
Así describe Urbano Rivera Leyva el artesanal proceso, que heredado hace más de una centuria les permite amalgamar diversos metales como Bronce, Cobre y Estaño a más de mil 500 grados de calor.
Entre majestuosas y abruptas montañas, el hombre de mediana estatura se muestra orgulloso, de que sea el tañir de su trabajo motivo de comunión en un pueblo con mayoría de profesantes católicos.
A las tres majestuosas campanas –hechas a encargo de los jerarcas religiosos de la ciudad de León- las enmarca un paisaje esplendoroso, tupido de vegetación y color después del paso de intensas lluvias que no esceptuaron a Tizapán, asentada en el corazón de la sierra madre oriental en el Estado de Hidalgo.
Arriba elevadas crestas montañosas y un limpio cielo azul, desde el que se “descuelgan” zopilotes sigilosos. Tierras abajo enormes valles y un solo manto de verdor. “Esto es lo que forja el carácter y el espíritu serranos”, le añade Don Urbano.
Aunque existe alegría por la distinción, entre habitantes de esta comunidad de Zacualtipán, a 150 kilómetros al nororiente de Pachuca, prevalece un provincial silencio, lo que permite aún más escuchar de la naturaleza el corazón.
Atrás sus hermanos menores Sabino y Emiliano, también herederos de la fundición San Andrés, comienzan los preparativos, luego de seguir los pasos de su padre Sabino Rivera Burgos para que las campanas lleguen este mismo viernes a la ciudad de León, Guanajuato donde ocuparán su lugar en los torreones de la catedral del ese punto del Bajío.
En este punto donde parece que confluyen tierra y cielo, Don Urbano recuerda ser parte de una segunda generación de fundidores quienes con moldes de lodo y arcilla locales, han llevado el sonido del Valle de la Campanas a todo tipo de capilla o catedrales.
A sus casi 70 años de edad, el hombre ve los serpenteantes caminos por donde habrán de salir las moles de metal, como mera parte del paisaje que a más de dos mil metros sobre el nivel del mar, luce imperturbable.
Con la visita a la fundición también avanza el tiempo, que hace sentir humedad y calor y la oportunidad del deguste de vinos de frutas que también artesanalmente, se elaboran por manos indígenas de Hidalgo.
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