DE LA TORRE LENDÍNEZ, Tomás - Solamente las campanas

Solamente las campanas

Sin libro de los Evangelios, sin un Crucifijo, sin alusiones a la Religión Católica en su primer discurso, ha subido al trono de España el nuevo Rey Felipe VI, descendiente del aquel título que el Papa Alejandro VI concedió a los Reyes de la España unida en 1492: los Reyes Católicos, galardón que tiene solamente la monarquía española. Que nadie ha abolido a fecha de hoy.

Hoy en vez de quitar, lo que se hace es callar, tapar, esconder, verbos gracias a los cuales en esta fecha ha ganado el laicismo en toda la tierra española, ese laicismo que obtiene una victoria pírrica, porque nunca podrá borrar ni siquiera el sonido de las campanas, que ha sido el único signo lejano de sentido eclesial en la ceremonia de ascenso al trono español del nuevo rey. Quien haya enchufado la máquina que voltea las campanas de la catedral de la Almudena se merece un reconocimiento público.

Porque ha sido la única señal de la presencia eclesial en la ceremonia de esta fecha. Y son campanas de verdad, no sonidos en off

Llevo tiempo contemplando cómo curas que llegan a una parroquia de nueva creación, no colocan campanas de bronce con badajo gordo que retumbe en toda la nueva barriada. Tienen miedo a la sublevación de los campanofobos, quienes pueden decirles que rodeen los badajos gordos con largos metros de tela para que no molesten al vecindario.

Se colocan discos con campanas grabadas, en soporte digital o en mp3, que son tan suaves como una mariposa cuando se posa de flor en flor, que llevan un badajo extractor del polen necesario para la función que ejercen. Nadie ve ni oye al mariposón manejar su casi invisible badajo.

No solamente abundan los curas amigos de campanas en off, les apoyan sus obispos, quienes están con más miedo, que once viejas, a dar con algún campanofobo que le pueda quitar la paz episcopal que tanto trabajo les ha costado alcanzar.

Algunos prelados recomiendan que en los nuevos templos se coloquen unas campanitas que suenan como un carillón con badajo pequeñito, al que se le puede modular el sonido desde un botón central movido por luz eléctrica, algo que pondría a Quasimodo más loco de amores de lo que ya estaba en sus dominios internos del campanario de la catedral de Notre Dame de París.

Hoy el campanero de la Almudena merece un recuerdo obligado, porque solamente se ha escuchado el volteo general de las campanas verdaderas.

El laicismo ha sembrado España de campanofobos, pero la Iglesia Católica debe seguir colocando campanas. Donde estén las antiguas de bronce con badajo gordo deben seguir sonando, donde haya que poner nuevas colóquense hermosas salidas de las fábricas de fundición de las tierras valencianas, por ejemplo.

Ya nos han quitado los Evangelios y el Crucifijo. Defendamos las campanas, pues los badajos gordos deben seguir sembrando de sonidos los aires de una España descolorida y atontada, donde a obispos y curas les está entrando la enfermedad de la campanofobia, que nos llevaría a la muerte espiritual con total seguridad.

Ese día, cuando llegue, el laicismo se emborracha de todos los placeres posibles.

DE LA TORRE LENDÍNEZ, Tomás

El Olivo (19-06-2014)

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