CARRETO, Adolfo - José de Calasanz o la campana a hombros (25 de agosto)

José de Calasanz o la campana a hombros (25 de agosto)

¿A quien se le ocurre tomar la campana a hombros y trepar con ella, escaleras de madera poco consistente hacia arriba, para llegarla hasta el campanario? Puede que se les ocurra a muchos, pero a un hombre cuerdo no parece. Y sin embargo, a este José, aragonés de nacimiento, y empecinado y tozudo por contexto, se le ocurrió, se empecinó, y ocurrió lo que ocurrió. Se rompió el peldaño de la escalera y abajo se vinieron campana y campanero.

Estuvo entre la vida y la muerte. Pero, tozudo como era, se deshizo de la muerte hasta la edad de 92 años. Eso sí, arrastrando todo el dolor del mundo hasta esa edad, a consecuencia del resbalón y de la caída.

Era hombre de decisiones rápidas, sin atender demasiado a las posibles consecuencias. Joven como era, de buen ver, de padre gobernador, de estudios en la universidad de Alcalá, con dinero encima, no le faltaban propuestas. Quiero decir, propuestas amorosas. Pero, sobre todas, una: aquella mujer se había empeñado en arrastrarlo con ella, no para unirse a él en matrimonio, que hacia eso cualquier mujer puede empeñarse cuando el corazón le arde, sino a lo más rápido y elemental: a hacerse con su cuerpo porque las lenguas decían que era joven que había prometido no uncirse a cuerpo de mujer. Tal el acoso que optó por abandonar la ciudad, entre las risas de unos y otros, incluido el regaño de su padre, quien deseaba para él un futuro militar. La mujer que intentaba burlarse, terminó burlada, y dicen que desde entonces su cuerpo ya no aparecía tan apetecible para las intenciones de los jóvenes. Así es que no dejó buen recuerdo en aquella joven el estudiante de Alcalá.

Se empeñó en lo que quería: hacerse sacerdote y socorrer. Y comenzó su osadía allá en Roma, inventando escuelas para proteger de los malos pasos a los muchachos que deambulaban, sin horizontes, por las calles. Y así comenzó, entre dimes y diretes, con ayudas y oposiciones, lo que después sería la familia de los escolapios. Que estuvieron a punto de perder su identidad por culpa de las intrigas de algunos montaron con José, el aragonés, el de Calasanz, el de la campana al hombro, el de la caída, el de la mujer decepcionada, el de los niños romanos contentos.

Murmuraron de él y de su fundación tanto y tan malo, que el Papa le retiró la concesión que ya le había otorgado. Nuevamente los muchachos en la calle, a su holganza. Nuevamente la necesidad sin socorrer. Y las calumnias prosperaban. Y el papa no cedía, a pesar de los ruegos de José y sus seguidores y de los buenos intencionados. Hasta que la verdad prosperó y el papa reactivó no solamente la dignidad de José de Calasanz sino también su obra, esa que ahora todos conocemos como Escuelas Pías, esa que se ha expandido por el mundo, sin ningún tipo de equivocación.

Digo que este joven que iba para militar no las tuvo todas consigo en su empeño por hacer de su vida algo sustancioso para la vida de los demás. Las enfermedades lo agobiaron. Tanto, que inclusive un cardenal lo apodó como “el segundo Job”. Unos dolores, en el cuerpo y en el espíritu, por culpa de campanas y de difamadores. Unos dolores que lo acompañaron hasta los noventa y dos años, que es mucho acompañamiento.

CARRETO, Adolfo

AVM RADIO (2007)

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