Santa Lucía trae la luz

Hoy, al anochecer, numerosos músicos de ‘tabalets’ y dulzainas se citarán ea las puertas de la ermita de Santa Lucía, para rendirle homenaje en un desfile que anuncia la fiesta de mañana, 13 de diciembre; el día que crece para aproximarnos al solticio invernal, lo quiera o no el cambio climático.

Nacida en Siracusa, es santa muy conocida gracias a la iconografía, ya que a todos conmovió la imagen de una doncella con la bandejita de plata ofreciendo sus dos ojos, aunque nunca se supo como manteía los del rostro bien abiertos y hermosos.

Santorales hay que hablan de superposición de historias; la de santa Lucía que, por renunciar al matrimonio con un pagano, fue condenada a estar en un burdel del que salió tan pura como entró. Una fuerza misteriosa la convirtió en una especie de estatua de mármol, de tal forma que el procónsul Pascasio decidió quemarla, pero también nones; el fuego la respetaba y terminó por mandar que la degollasen. Leyenda que se mezcla con la de la virgen Casta, que ordenó que le sacasen los ojos para enviárselos al hombre que la deseaba atraído por su mirada. Claro que el Señor o la Virgen -hay duda- le compensó con otros. La joven Casta, sin embargo, sólo alcanzó el grado de beata y su devoción quedó limitada a Roma.

Por otro lado, santa Águeda con sus pechos, como pequeños panquemados, en bandeja de orfebrería y santa Lucía con su ofrenda ocular se convirtieron en tema predilecto de pintores y escultores, y es fácil venerarlas en la misma iglesia, donde reciben exvotos de cera cruzados con cintas de colores.

La pequeña ermita de Valencia, en la esquina de Guillem de Castro y calle del Hospital (Conjunto Histórico Artístico desde 1963), se fundó hacia 1400 por doña Constanza, hija de Manfredo de Sicilia, con el fin de ‘acoger pobres, enfermos y niños expósitos’. De estructura gótica fue transformándose con el tiempo, hasta quedar recubierta de dorados, lámparas, pequeños ángeles y cuantos adornos uno imagine.

En el ámbito ciudadano es conocida la fiesta por ser la última de la ruta que mantenían los vendedores de ‘porrat’, orejones y frutos secos. Los puestos abatibles bajo toldos de lona prestan la estampa de religiosidad popular, íntima.
ARAZO, Mª Ángeles
Las Provincias (12-12-2006)

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Última modificació: 20-04-2024