"Que las nuevas unidades pastorales hagan repicar a rebato las campanas parroquiales". Con esta exhortación cerraba una de sus columnas, siempre esclarecedoras, D. Javier Gómez Cuesta (LNE del 25 de enero). Se titulaba precisamente "Repique de campanas", y ya fuera por ingenuidad o inducido por el contexto, entendí la recomendación al pie de la letra, alegrándome de que fueran devueltas a la actividad las campanas de Asturias que, de sus dueños tal vez olvidadas, cuelgan mudas y melancólicas en sus campanarios. ¿Hay campanas en Gijón? ¿Las tiene la Catedral de Oviedo? Claro que las tiene. Sabemos de una que se llama "Bamba" y que es la más antigua de España (ocho siglos). Pero el carillón que escuchan los ovetenses es el de la Caja de Ahorros.
¿Sobrevive la metáfora a la desaparición del referente que le da soporte? Qué sentido tiene "repicar a rebato" o "Lanzar las campanas al vuelo" para unas generaciones que las únicas campanas que "les suenan" son las de las uvas en la Noche Vieja. Hace casi veinte años, el silencio de las campanas en el funeral de un amigo, el párroco de Castiello, me sugirió este comentario: - "No doblaron las campanas en el funeral de Rafael. Que alguien me explique cómo puede despedirse a un párroco sin que las campanas de su iglesia tengan algo que decir. ¿Por qué no doblan las campanas, si su bella resonancia viene de la cuerda más íntima y antigua del alma de Europa (aunque no lo haya dicho Steiner, que a lo mejor lo ha dicho)? Desde los allegros y andantinos de bodas y bautizos al adagio maestoso del toque de difuntos, el tañer de las campanas, con sus modulaciones rituales, pautó las partituras de la vida (la de «los que viven por sus manos y los ricos») durante casi dos milenios. El silencio de las campanas de Asturias es un empobrecimiento cultural grave, pero más grave todavía es el que nadie parece percibir ese estruendoso silencio".
¿Un paisaje es solo orografía y color? ¿Son mudos los paisajes? El crepitar de los insectos, el bullebulle de los pájaros, sus cantos y sus lamentos, los mugidos del ganado, el rumor de las hojas y del agua, el ladrido de un perro, una canción perdida, el tañido lejano de las campanas, que llega del otro lado de la montaña, llamando a fiesta o a funeral, son el alma del paisaje, como lo muestra Chéjov en su "Estepa" inolvidable. Esa prodigiosa urdimbre polifónica nos envuelve y nos acuna y cada nota que muere empobrece el concierto y nos deja un poco más a la intemperie. ¿Cuitas y fruslerías de esteta?
"Por ética y por estética" es una invocación retórica que nada garantiza. Se puede tener un gusto refinado y ser un canalla; pero ninguna existencia vale 360 grados si no va sólidamente trabada en estos tres vértices: la verdad, la belleza y el bien. Que se pierdan por descuido cosas bellas puede ser síntoma de que la Iglesia se va desentendiendo, por desistimiento, de su legado más precioso. Nadie contribuyó de forma tan profunda, integral y duradera a la elevación de la condición humana (música, arquitectura, poesía, artes plásticas...) como el cristianismo. Los escultores griegos lo tuvieron fácil, les posaban como modelos los campeones de las olimpiadas. Así cualquiera; apenas se podría llamar creación a esa reproducción de una belleza obvia que les venía al encuentro. Milagro el de Miguel Ángel, que nos ofrece en adoración el cadáver de un ajusticiado en la anatomía más bella de la historia del arte, transida de una emoción infinita soberanamente contenida: el Cristo de la Piedad.
"En Génova, una tarde a la hora del crepúsculo, escuché repicar despaciadamente las campanas de una torre; su eco se expandía en el cielo vesperal y en la brisa marina como insaciable de sí mismo, lúgubre e infantil a la vez, de una infinita melancolía". Nietzsche, "Humano, demasiado humano". En "Aurora", dos años después (1881), vuelve, magnificado, el mismo episodio: - "Estamos frente al mar, podemos olvidar la ciudad. Esas campanas tocan el "Ave María" -ese ruido lúgubre e insensato y, sin embargo, tan dulce, en los confines del día y de la noche-. Enseguida todo se calla. La mar se tiende pálida y centelleante, no tiene voz. El cielo despliega su eterna y muda fantasía crepuscular de rojo, de amarillo y verde, no tiene voz". Nietzsche, primer pregonero de "la muerte de Dios", percibió aquel toque de oración como una impugnación del mutismo cósmico, ese "silencio de los espacios infinitos" que aterraba a Pascal. Aquellas modestas campanadas abrían una fisura en el bloque de "la tierna (Camus) o dura (Zweigt) indiferencia de la naturaleza".
"Antes de pasar la montaña, mientras pudo ver el campanario de la iglesia de Verrières, volvió la cabeza muchas veces". Julien Sorel ("Le rouge et le noir"), alejándose del suelo natal. Somos una generación que ha hecho su camino sin dejar de volverse a una institución que tuvo una presencia decisiva en nuestra vida. Ahí están las generaciones que nos siguen; pueden mirar en derredor sin buscar ni tropezarse con una iglesia fundida en el paisaje, apenas visible y audible. ¿"Yunques, sonad, enmudeced, campanas"? Pues no, don Antonio. Ahí se te fue la mano. En las 24 horas y pico de cada uno de los días hay tiempo para el martilleo industrial y un tiempo para repicar a gloria o despedir a los muertos. Recuerda tus lecciones de filosofía con Bergson: Lo que sin valer para nada sin embargo vale, tiene un valor absoluto. Mejor ser el de toda la vida -"Chopos del camino blanco, álamos de la ribera"- que hacerse el moderno y que los progres digan qué tío tan majo.
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